viernes, 23 de mayo de 2008

CONFIDENCIAS



Foto del verano de 2005, en El Rompido


Miro esta luna de agosto. Tiene a sus pies un fiel lucero. Mientras la observo, repaso este día de hoy con una sonrisa en los labios; miro también al lucero y me dan ganas de contarle unas cuantas cosillas que cualquiera le contaría a Dios; ¡bueno, por si acaso estoy equivocada y resulta que anda por ahí; que en ese caso no creo que ambos anden demasiado lejos!

Me encantan los días como estos, agridulces. Incluso no me importa si son más agrios que dulces, porque de esa manera, el dulzor en mi boca se multiplica por el ansia con que lo recibo y el gustazo me cunde mucho más.

Hoy es día de desastre y reflexión por ello mismo. Hay que controlar el desastre para que él no te controle a ti. Es día de agradecer ciertas cosas y a la vez desear que puedas agradecerlas siempre, y que no se termine volviendo algo detestable (el lucero me mira intrigado, extrañado, lo sé). Todo lo bueno encierra un riesgo; el riesgo a la pérdida. Todo lo malo lleva consigo la bondad que la esperanza nos regala.

A veces es sólo una cuestión de tiempo para poder valorar la naturaleza de las cosas. Pienso en mis virtudes, y en ellas no encuentro nada original o fuera de lo común; más bien lo contrario. Pienso en mis defectos y curiosamente compruebo cómo algunos me han salvado de cometer otros aún peores. Con eso me doy por satisfecha. Aunque casi siempre los llevo como un lastre acomodado en el tiempo.

Qué cara me habrá visto hoy ese chico que me ha vendido el libro del filósofo hindú Jiddu Krishnamurti, cuando le leo el apellido, que lo llevaba memorizado en la agenda de mi teléfono móvil, y no conforme con la información, me pide que se lo muestre para poder teclearlo en el ordenador. Y cual es mi sorpresa al oírlo decir bajito:

“Regla en enero, el tres- regla en febrero, el uno- regla en marzo…”

Entonces caigo en la cuenta y tengo que decirle:

“El último dato que aparece en mayúsculas, si no le importa.”

Qué cara me habrá visto de boba. La misma que le he visto yo a él. Al momento nos hemos reído, incluso una hora después hemos vuelto encontrarnos por el centro comercial y nos hemos sonreírnos nuevamente, ya con menos cara de tontos.

Es posible que el desastre de mi agenda, uno de mis mayores defectos, lucero hermoso, que brillas impecable en ese cielo tan, tan ordenado, sea el causante de mi primera sonrisa del día y de la primera mirada de complicidad. Bendito desorden pues.

ÚLTIMO INTENTO.

-Ya puedo ver bien otra vez, ¡no estoy ciego!, -gritó el abuelo Cosme.

-Demuéstrenoslo, -contestó el yerno, Cayetano, dueño del piso, doblando el periódico.

Don Cosme se agachó y, bajo la media luz del pasillo, recogió un imperdible del suelo junto a los pies de su hija, Nati, que preparaba la cena y no quería disgustos.

-¿Qué? ¿Eh? ¿qué? –preguntó el abuelo, triunfal.

Cayetano permaneció callado intentando recordar una película sobre la II Guerra Mundial.

Don Cosme hizo ver a su hija que tenía un zapato de cada color. Ahí dio un buen golpe.

-Vamos a tomar algo, para celebrarlo -dijo Cayetano.

-Sssi, una cervecita aquí al lado, -dijo Nati, loca de alegría por no tener que freír pescado de noche.

Tras tres pasos iguales, don Cosme abrió la puerta de la calle.

“La gran evasión, así se llamaba” se dijo Cayetano.

Antes de salir, don Cosme se arregló el pelo frente a la pared.

Cuando cerraban la puerta, el nieto preferido de don Cosme, Blasito, preguntó:

-Abuelo, ¿qué te parece el cuadro que he puesto al lado de la puerta en lugar del espejo?

A don Cosme no lo llevarían a Disneylandia. Pero Nati ya estaba en el portal y se libró de la fritanga.

PARECE MENTIRA...

Parece mentira. ¡Quién me lo iba a decir hace un año! Éste es mi último trabajo de clase de Dibujo y me encanta poder compartirlo con vosotros que tanto me habéis animado. Perdón por mi paréntesis de estos días. Tengo ganas de volver a escribir.... Aunque realmente nunca he dejado de hacerlo.

(Me encantan los progresos de nuestro polluelo)