Salté hacia el quererte y la miel de tu piel no me dijo que no: después de mirarte dejaste a mis ansias creerse que sí. Lo que duró el tiempo de amarte fue eterno en mi afán. Y el fin del final me cerró de un portazo, sin más. Ni la llave en la mano me supe guardar.
Entonces, pensé, la verdad no la hay, ni merece cantar al amor ni al furor de unos besos de más… eso fue antes de verte otra vez, al pasar, con tu pelo sin riendas, dejándolo en paz, sin atar.
Yo lo quise intentar, empezar, y parar por probar. Pero no, sin hablar me dijiste que de eso ni hablar.
Ni siquiera miraste que, al pasar para pasear, me colgaba del brazo de otra sin par. Yo no quise pensar que del tuyo iba otro, colgado de orgullo… yo no quise ni hablar.
Continuó paso a paso el paseo matinal, por el parque que siempre nos acompañaba al reír, al mirarnos sin que importara nada de nada, ni nada más. Un pequeño apretón de unos dedos más jóvenes me invitó a caminar. Tu carita también se volvió para andar con el gesto de quien “siempre a tu lado estará”… Me imagino, te deseo, que ese siempre, como aquel nuestro siempre de siempre, por siempre será.