miércoles, 29 de mayo de 2013

LA MIRÉ


La miré, y su cuerpo se me hacía
como un junco, tan alta y tan flexible,
con su andar que fundía los fusibles
reflejando toda la luz del día.

Cuando con sus pestañas me dio el alto
sus ojos me tocaron a rebato:
para mirarla más sin sobresalto,
detuve mi latir con un mandato.

Algún amigo mío contó, acaso,
la maldición bendita de su risa:
es una de esas cosas que te avisan,
pero no fui capaz de hacerle caso;
y el caso es que paré con insolencia,
como lo haría un diestro en la Maestranza,
pero me enamoré sin esperanza,
sin un poco de la mínima prudencia.

No hice caso, como el torero haría,
de un taxi que por poco me esquivaba,
una moto y un coche que gritaban
y algún que otro frenazo del tranvía.

Dijo ella el momento del rescate,
retornando su andar acompasado,
con la brisa y su bambú como remate
de la fiesta de estar allí a su lado.

No conozco su nombre ni un detalle,
pero he memorizado su mirada
pendiente de que haga otra parada
y yo me pare en medio de la calle
para que me devuelva de la nada
de andarme por la vida sin su talle.