domingo, 2 de marzo de 2008

NEKO

No siempre acabo ileso. Pero tampoco nadie me ha vencido.

También sé que no soy como Sherlock Holmes. Él era bastante más delgado.

Hasta ahora, recibiendo heridas con el apellido de cada  malo que he tenido que capturar, ninguno se me ha escapado. Nadie puede decir que Filler no pudo con él.

Hasta ahora.

Llevo meses detrás de Neko. Sólo me deja su nombre como lectura después de cada crimen. El papel donde escribe está muy frío. ¿Me dice así que sus nervios están más templados que los míos?

El secreto está en mis sentimientos. O mejor estaba. Sobre todo en que nunca he tenido ni el más mínimo. Hasta ahora.  Pero he conocido al único criminal que no he podido detener. Y al mismo tiempo que a la única mujer de la que he podido enamorarme. Todo el mundo me dice que eso le pasa a todo el mundo.

O casi.

Sandra es inteligente. Mucho. Es guapa, habla poco y lo dice todo. Me gusta.

La conocí en uno de mis momentos de entrega de recompensa y placa por pillar a un par de granujas muy buenos pasando billetes de libras esterlinas, casi perfectos, pero muy malos con las armas automáticas. Sin sangre fría.

Ella me dirigió casi una sonrisa, pero con su forma de mirar  me decía que no estaba muy impresionada. Es periodista y estaba allí para cubrir el reportaje, un  máximo de diez líneas en su columna diaria.

Al mantenerme firme ante sus ojos  me dio permiso para soñar con ella. Nos vimos un par de días más tarde en un teatro y nos sentamos juntos haciendo cada uno como que no había hablado con los verdaderos dueños de las butacas.  Tras la obra cenamos juntos y llevamos juntos tres meses. Y algunos días. Y todas las noches que me deja mi trabajo.

Este trabajo, que me eligió a mí, no me ha dado nunca miedo. Ahora sí. Neko lo sabe, sé que lo ha descubierto. Por eso sé que me vigila. Sabe cuando voy a llegar, y que llego tarde, demasiado tarde. Siempre cuando acaba de escribir su nota para mí.  ¿Pero por qué no ataca abiertamente? ¿Qué mas quiere?

He repasado todos los casos en los que he estado liado durante los últimos años, y ninguno me dice nada. Ya he renunciado a pensar en venganzas de antiguos enemigos. No hay entre ellos un contrincante con los nervios de acero como Neko. Además, la mayoría no eran asesinos.

-¡Filler, coge el teléfono!

Me desperté al pasarme el compañero la llamada.

-Diga.

-Soy yo. Tardaré poco. Localizarías la llamada en una guardería con la que he conectado la distorsión. No pierdas el tiempo. Te llamo para el duelo final. Tu y yo. Tal vez alguien más.

-Bien. Dónde y cuándo. Y por qué.

-El clásico aspirante, como en el Viejo Oeste. Cuestión personal. La gran partida de ajedrez. No me has pillado en uno sólo de mis asesinatos. Tienes que aceptar el desafío. Nadie se te ha escapado y no puedes dejar que siga matando.

-Yo sólo voy tras los perseguidos por buen precio. No me distraigo con esto. Gano dinero.

Intentaba darle cuerda, hacerle ver que me separaba del abismo donde él me tenía. Pero no funcionaba.

-Sí Eddy. ¿Es tu nombre de pila, Eddy? Sé que presumes de no importarte nada que no sea cobrar tu recompensa. Pero tal vez ahora vengas. Sé cual es tu punto flaco. Lo tengo a mi lado. La tengo a mi lado.

-Has conseguido que mi sangre se hiele. Todo el mundo habla de eso. No me había pasado. Que se ponga. Quiero saber que está bien.

-Claro, Eddy, claro.

-¿Sandra? ¿Estás bien? Dime qué hora es.

-¿Que qué hora es? ¿estás loco? –me respondió Sandra.

-Suficiente. Muy listo, Eddy, no se me habría ocurrido grabar esa respuesta. Sabes ya que está viva. Pero no tienes mucho tiempo.

-Muy bien. Sitio y hora.

-El clásico muelle 22. Barcos viejos y todo eso. La madrugada. Pura antología de última batalla. Tú o yo. El que quede será el mejor.

Colgó y me di prisa. Era casi medianoche.

Llegué y me dio poco tiempo para reaccionar. Estaba a dos metros de mí apuntando a la cabeza de Sandra con su pistola.

-Muy poco original –le dije cuando pude hablar.

-Es la sensación de ver tus emociones lo que busco Eddy; en el departamento todos dicen que no las tienes. He tenido que traer un rehén lo bastante bueno para hacerte venir. Sientes miedo de su muerte más que de la tuya. Sólo así era posible.

Le miré a los ojos el tiempo suficiente para disparar. El cuerpo de Sandra cayó desplomado al suelo y le tuve a tiro. Neko estaba con los ojos en blanco y con los brazos caídos, sin fuerza para levantar su arma. Fue fácil  quitársela y atarlo. No pudo hablar durante mucho tiempo.

-Soy un profesional, Neko. Tu recompensa es la mayor que he ganado y puede que me retire.

… 

-Aún estás sudando, Eddy,  y han pasado ya más de tres semanas desde que lo detuviste.

-Así es, Sandra.  Diré a los chicos del laboratorio que no hagan robots tan perfectos. Todavía tiemblo al disparar al que tenía tu cara.

 

 

COMUNIDAD DE PROPIETARIOS.

La impresión que obtuve al entrar en el patio donde se celebraba la reunión muy ordinaria de vecinos del bloque 8 fue que el calificativo de la reunión era correcto: Batas de boatiné celestes junto a chandals complementados con sandalias marrones dejaban bien a las claras que iba a sudar cada céntimo de mi sueldo como nuevo administrador. Las preguntas primeras, para romper el hielo, fueron:

¿Es usted casado, oiga?  No fumará usted, ¿no? ¿Han cogido al anterior?

A las que no pude contestar porque el secretario, juez jubilado, me pilló el índice bajo su mazo de madera para abrir la sesión. Reconozco que todos pensarían que me chupo el dedo, a juzgar por mi actitud ante esa contingencia.

Vendado que me hube con los jirones de una sábana tendida en el patio, abrí mi cartera marrón y no la pude subir a la mesa en virtud de varios chicles del suelo pegados a los bajos. Saqué la documentación relacionada con las cuentas de los vecinos y, antes de abordar el primer capítulo, el de los recibos atrasados, me llegó un folio en forma de avión que, al desplegarlo, contenía una amenaza de globo hinchado bajo mi asiento que haría ruidos raros si detallaba los morosos. Más concretamente, si incluía a la familia Gómez de Espronceda, dueños de seis pisos impagados. No fui capaz de moverme del asiento, culpa de algunos chicles más, y noté el aviso de mi sangre al congelarse.

A mi lado, el presidente saliente, primo segundo del anterior administrador, manejaba con soltura una pistola muy antigua, pero bien engrasada a juzgar por las sucesivas pasadas por la manga derecha de mi chaqueta. Tan sólo respondió a preguntas relacionadas con la lotería clandestina del miércoles anterior, donde se anunciaba un bote de sesenta y dos euros con cincuenta que ganó la del cuarto derecha, su mujer.

Derivé la reunión hacia temas de interés común, como la apertura de la piscina a finales de mayo, pero ahí irrumpió la figura de la del bajo izquierda, desafiante ante la sola idea de trasladar su orca Ramira a un sitio donde quién sabe qué le darían de comer.

En este tipo de mítines suelo jugar la baza de la fiesta general con barbacoa, muy útil para limar asperezas. El agacharme a guardar los folios no leídos me salvó del impacto: Una enorme cacerola enviada para mi comprobación de los restos renegridos del cocido pegados al fondo, vestigios de la última fiesta con barbacoa. Era el fruto de la batalla campal durante la cual se olvidó en el fuego la potajada que hervía para hermanar a vecinos antiguos y recién llegados.

Sudando copiosamente, me levanté con mi silla pegada y levanté mi dedo hinchado para exigir silencio y atención a la lectura del acta anterior. Al levantarse al mismo tiempo  los Gómez de Espronceda temí lo peor y ocurrió lo siguiente:

Los del bajo derecha, tercero izquierda y los dos áticos, venían con las bolsas de basura del mes y sillas plegables: Todo se lo tiraron a los Gómez de Espronceda, quienes juraron pagar los atrasos en cómodos plazos bianuales. Pero, nada más cesar la lluvia de cáscaras y cajas de pizzas, se revolvieron como una serpiente y me señalaron como el culpable de todos sus males:

-Si no fuera venío er pimpollo ministradó, no subierería enfadao nadien con nusotro, eso e seguro de que sí. Amo a golpeahle, -dijo el padre de familia.

Viéndolos venir, no tuve más remedio que la huida, lenta al perder tiempo en arrancar mi portafolios del suelo, pero con la silla pegada a mí y el globo hinchado a más no poder adherido a la silla. A punto estaban de alcanzarme cuando pude quitarme los pantalones y correr con agilidad hasta la parada del autobús, donde me multaron inmediatamente por falta de decoro, teniendo que pagar al municipal con la Visa ante la falta de monedas sueltas.

A la mañana siguiente presenté mi dimisión, que me fue rechazada por unanimidad. En consecuencia, envié una circular para celebrar una nueva reunión, esta vez de carácter extraordinario, con el traslado de la orca Ramira al zoológico como único punto del orden del día.

 

 

 

SÓLO SOY UN SUEÑO

No soy gaviota,
pero cada noche vuelo
hasta tí,
surcando el cielo
de tu nombre,
colgándome de las estrellas
de tus ojos,
para lanzarme sin miedo
entre tus brazos.

No soy gaviota,
pero cada mañana
extiendo las alas
que entre sueños tejo,
y abandono el acantilado
de mis miedos,
para jugar con la brisa
de tus labios,
y entre piruetas,
dibujarte un beso.

No soy gaviota.
Sólo soy un sueño.