miércoles, 24 de diciembre de 2008

Crónicas Urbanas (IV)

Curvas.

 

Año 1986.

Línea 33 de autobuses urbanos de Sevilla, con final de trayecto en la Plaza Nueva.

Entrada en la Plaza desde la Avenida de la Constitución, con toma de curva digna de Fernando Alonso, para llegar, dejando a la derecha el ayuntamiento, hasta su parada final.

El violento giro del conductor, loco por terminar su turno, permite, provoca, obliga, a que una turgente señora agarrada con una sola mano a la barra vertical, gire cual tornado sobre sí misma, al estilo final de un baile vertiginoso, antes de caer.

Resultado: la señora termina sentada de modo contundente sobre las piernas de un señor sentado junto a la ventanilla.

Miradas de sorpresa. Miradas acompañadas de mordida de labios y apretón de narices del resto de los viajeros. Se busca evitar el detonante de la risotada general. No se logra.

Agravantes: Intento de levantarse, intento de ayudar a levantarse. Ambos vanos. Nueva curva y asentamiento de las posiciones iniciales, con rostros tan cercanos que invitan a pensar en un amor a primera vista. Esto último desmentido al aparecer en escena la esposa del agraciado con la sentada en su regazo.

Parada final. Vuelta a la normalidad, puesta en pie, salida y despedida más o menos cordial. Mirada torva de la cónyuge que se repite entre dientes que a los hombres “no hay que dejarlos solos ni en el autobús”. Disolución aparente del evento.

Sorpresa y traca fina final: La protagonista que ha tomado asiento obligado es la esposa del conductor. Bochorno. Frase de adiós de la esposa inicial: “Donde las dan…”.

Acabáramos.

ES MEJOR ASÍ.

-Ni triste ni contento vienes a por mí,

con una idea fija, digo ¿no, Fermín?

-Ay Magdalena, hija, dime en qué te herí.

-Al no decir jamás te quiero ni algo así.

 

-Que sea una pilinguis, puta, es decir,

no te autoriza a considerarme, en fin,

mujer sin sentimientos y sin pedigrí.

-No entiendo lo que dices, no te veo venir

qué demonios te ha entrado por el magín.

 

-Pues pasa que estoy harta ya del sin vivir

de que entres en mi vida un día porque sí,

y al día siguiente yo no exista para ti.

 

-Mira, Magdala, creo que este devenir

sobre tu cama blanda, y tu frenesí

no tiene otro futuro ni  otro porvenir,

así que simplifica, si es que hay polvo o fin.

 

-Quería regalarte un día algo distin

to a tantos otros días, o sea no fingir

amor de revolcones, besos de trajín;

pero no importa, deja, que es mejor así.