martes, 2 de diciembre de 2008

Grandes Batallas de la Historia (IV).

Batalla campal en Cancha Pomeroni.

 

Se produjo, ¿no es sierto?, en nuestra canshsha, que es donde más se jalean las boludeses del equipo que viene acá para mostrar que no vieron una cosa más redonda que sus tapas de alcantarishas, ¿vieron? En este caso se trataba de la pandisha de los del colegio del otro lado de la cashe 28, dos cuadras más abajo de lo de Borgito’s, esa sala donde las minas disen que bailan, si bien tengo que desirles que no más giran alrededor de un palo y se caen y apenas se levantan…

Tá güeno viejo, resién continúo lo de la batasha.

El referí pitó que la pelota para arriba, tratando de comensar la partida. Una partida de baskebol, no sé si les puse en antescendentes. Aquí empesamos de puro locos con lo nuestro, esos cantitos que nos han hecho la fama en todo el sur de Mar del Plata. Cosas como “así les vamos a matar scuatro veses si tenés hombría para encanastar, canijos de la madre que les…” no más el largo de eshos pilló la bola arriba y se la pasó al pleimeiker, ese que ustedes le llaman el base, ¿El base de qué?, ustedes los gashegos siempre en jaque.

La cosa es que nuestro siete se sintió espoleado y pateó la dentada del nueve de eshshos, ése que les dije, el base, y éste no más sacó un genio que nadie ni se lo esperaba. Ni sus masajeadores ni el señor Alterio Petramantaro, presidente de su club, pudieron pararlo.

“¡Andáte fuera de aquí si no sabés soportar una broma de entrada!”, le gritamos desde la gradería, pero él, lleno de ardores combativos y estomacales, tiró de arsenal de la bolsa y a base de bombas fétidas dejó apagadita a la forofa, que sofocó su pasión.

Ahí ya no se pudo parar la sunami.

Mirá, de trompadas van, trompadas vienen, estuvimos serca de hora y media, justo hasta que tocó la bosina para el tiempo reglamentario. Nos dimos las manos, devolvimos unas gafas de sol y firmamos el empate, aunque era clarísimo que el alero alto de eshos, el dose, estaba rebién incrustado cabesabajo en su aro, lo cual podría interpretarse como una  ensestada a sero para nosotros. Pero sha no había ganas de discutir y nos retiramos a estudiar la táctica para la siguiente partida, que jugamos contra los Narufas del sentro Luis Ravioli, unos pibes que juegan mirando al suelo de pura timides introspectiva. El año pasado les ganamos no más de barrido.

¿Tá grabando todavía, viejo? Pará, ¡pará, te dije y andáte!

REVISIÓN.

 

"El examen es complicado, pero sólo es una prueba de trabajo”, no teman. Así se dirigió el catedrático de Geometría a sus alumnos de segundo curso, más o menos en los mismos términos tras casi veinticinco años de docencia. Uno a uno, tras el tiempo establecido, fueron entregando sus papeles. Algunos intentaban aclarar lo escrito con breves comentarios de última hora. “Lo de siempre”, se dijo. Por último, dos chicas entregaban su examen en blanco. El profesor se repitió “lo de siempre”.

En el tiempo de revisión, donde también se respetaban unas normas preestablecidas, se negociaba, se explicaba, y el resultado solía ser alguna décima a favor del alumno. Pero allí estaban de nuevo las dos del examen en blanco.

Entraron en el despacho y sabían que no quedaban más alumnos. La primera se adelantó saludando con una sonrisa y la segunda cerraba la puerta despacio hasta echar la llave, que desapareció en algún recoveco personal.

Con las dos inclinadas sobre la mesa, el profesor sabía que no tenían nada que preguntar. El silencio eterno de unos segundos envolvía a los dos bandos, las chicas medían si tendrían que hacer méritos para una matrícula de honor y el profesor calculaba mentalmente lo difícil que sería escapar de allí.

Dado que se venían los minutos, el viejo profesor decidió tirar una silla contra el cristal de la puerta de su despacho, haciéndolo añicos. Abrió la puerta con la llave que colgaba por fuera y llamó a gritos al personal de mantenimiento, atrayendo al mismo tiempo a los ocupantes de despachos contiguos. Achacó el incidente a su torpeza y rogó a su compañero de departamento que atendiera a dos alumnas que, tal vez, quisieran revisar su examen. El colega, muy joven, hizo pasar a las chicas a su despacho. Al cruzar la puerta del mismo, una llave cayó al suelo.

Al día siguiente, sábado, mientras un operario terminaba de colocar una puerta de madera en su despacho, el profesor vio entrar a su colega con los ojos hinchados.

-¿Cuántos días hace que las notas eran definitivas?,  -preguntó con voz pastosa.

-Desde el día después del examen,  -respondió el viejo profesor. -No parecía que lo supieran.

-Te aseguro que lo sabían. Las vi revolviendo mis papeles.

-¿Entonces?

-Ellas miraban a septiembre, y yo no soportaba el color del cristal de mi puerta.

Salieron a desayunar: Un té para el viejo profesor y un café bien cargado para su joven colega, quien hizo un breve comentario sobre curvas, contenido básico de la revisión realizada con las dos alumnas.

Esa noche, el viejo profesor sorprendió a su mujer desde que ella le abrió la puerta y la miró a los ojos.