sábado, 3 de enero de 2009

ANTICIPO.

José Antonio Barragán, entendió como nadie que nos morimos a plazos. En efecto, era consciente de haber ido dejando, a lo largo de su existencia, un trozo de su vida en cada una de sus facetas: El amor a su mujer, sus hijos y sus amigos,  y la pasión de su trabajo como jefe de estación. Pero un día se sintió cansado de vivir.

Cuando el letrero luminoso indicó su número, preguntó en el Mostrador:

-¿Qué ocurre si se decide cancelar la vida anticipadamente?

-¿Suicidio, eutanasia, plaga o maldición vudú? –preguntó el administrativo.

-Nada de eso. Simple cancelación unilateral, -respondió José Antonio-, ¿qué pasa con la vida de esos días no disfrutados?¿Se podría repartir?

-Curioso, -respondió el administrativo-. Veremos qué se puede hacer.

En el geriátrico Crujehues, dos días después de la incineración de José Antonio Barragán, Carlota Criptana, de setenta y un años de edad, ejecutaba un doble tirabuzón desde el trampolín, tras el que cruzaba la piscina como un fuera borda. Carlota Criptana, cuarenta años atrás, tuvo que quedarse todo un fin de semana en la estación de Atocha por culpa de un despiste de su agencia de viajes. Allí hizo una buena amistad con el jefe de estación.