domingo, 26 de diciembre de 2010

NOVENTA Y CINCO

Caminaba por la calle cuando comenzó a llover. Al principio me dejé envolver por una lluvia fina, lágrimas de ángel tal vez, pero el cielo comenzó a regar la tierra con fuerza. Y yo, que había ignorado las previsiones meteorológicas confiando en mi suerte, me sentí mojada hasta el alma. Mis ojos, que hacía tiempo habían olvidado el color del mar, se convirtieron en caracolas y guardaron en ellos todo su sabor, toda su brisa, todos sus sueños.

Caminaba por las calles y recordé de pronto la monótona voz del locutor de radio "hoy existe un noventa y cinco por ciento de probabilidades de lluvia" y comencé a reír con carcajadas sonoras, contagiosas. Fuí una ilusa al confiar en mi suerte, en mi cinco por ciento de probabilidad.

Caminaba por la calle... y me mojé, ¡cómo me mojé!, pero me sentí reconfortada al comprobar que mi suerte, mi cinco por ciento de suerte, se había convertido en río, en un río que busca el mar.

Miré hacia dentro, hacia ese mundo oculto a las miradas. Todo en mí se replegaba, mi cabeza, mis brazos, mi tronco, mis piernas... y al final me uní a mi suerte y encontré el mar.