jueves, 25 de junio de 2009

AL TRISTE F.M.I.

Eran diez comisiones creadas

para hacer otras diez cada una;

y tener a las cien ocupadas,

sin buscar ni alegría ni nada

que nos diera en hallar en la Luna

algo más de centellas aladas.

Sin parar de charlar ni un segundo,

su labor: parecer que, reunidos,

elaboran los planes del mundo.

Distraernos de amar, de los sueños,

los soñados y los muy queridos,

desganarnos y poner empeño

en soñarnos también los vividos.

Incansables, emiten informes,

y redactan sus partes diarios;

con sus almas tan tristes, deformes,

no barruntan nada humanitario

y no tose ningún disconforme.

Cuando llega el final de su obra

y muy serios lo cuentan, no hay nada;

más del ciento por ciento, nos sobra.

¿Qué salió de sus mentes?, ¿qué hazaña?

¿Una estrella?, ¿otro sol de mil brillos?

Algo menos, tristezas, patrañas:

¡Un tremendo, aplastante ladrillo!

ENSAYOS RIGUROSOS (2)

EL JUEGO.

No siempre fuimos una cuadrilla de calvos facinerosos y repugnantes. Antes, ninguno de nosotros era calvo.

Quizá fue el azar, quizá el sueldo tan bajo lo que nos obligó a arrastrarnos por la vida. De vestirnos en los grandes almacenes pasamos a asaltar a las familias cuando ponían la lavadora y no podían correr tras nosotros a riesgo de mostrar por la calle sus puntos de vista.

De pequeños, el sacristán principal llamó nuestra atención al salir disparado hacia el cepillo, después de barrer con otro cepillo y no hacer el menor caso al cartel de “Colecta del Domingo de Adviento fresco: Para La Orden de San Piltrafita”.

Muy estupefactos, supimos que el sucedáneo de cura iba a la inauguración de “Dados y Azares”, la nueva casa de juegos que sustituía a la biblioteca vacía. Seguimos su rastro de metálico tintineo de monedas sobre las marmóreas losas del templo y nos lanzamos a vaciarle la azabáchica cobertura multibotónica, vulgo sotana.

Desde esa serie de golpes que nos dio el lejano aspirante a cardenal, produciendo gran cantidad de cercanos cardenales, pasamos a ser unos fugitivos repugnantes. Allí, tirados tras una zurra repartida de modo equitativa y sin sacar un céntimo en limpio, supimos que nuestra vida estaba perdida. Nos lo jugamos todo a una carta y nos tocó el as de bastos.

De cualquier manera, para extender el conocimiento a la Humanidad, aquí va lo que aprendimos sobre el juego.

Desde el segundo momento de la Creación, todo era juguetón. Al rato de existir el planeta, ¡hala!, medio Paraíso lleno de botellas y envoltorios hizo exclamar al DueñodeTodo: “paraíso no me habría tomado Yo tanto interés”, en uno de los primeros Juegos de Palabras, sin nadie que le riera la Gracia.

Meses después, en marzo del Pleistoceno, hacía un frío como el que entra si tu abuela estudia kamasutra por las tardes. Fue entonces, cuando, en medio de la nieve, gritó el Jefazo su famosa frase: “Hagan Fuego, señores”, para entrar en calor, entre júbilos y cánticos de alabanza, en medio de una partida de TablasdeLaLey, uno de sus juegos de fuego favoritos.

Llegó la Edad Mediocre y ni fu ni fa. El juego se redujo a romperse la crisma por encontrar a tiempo la combinación de los candados de los cinturones de castidad. Aquél que no acertaba a los tres intentos entre diez millones de posibilidades, colgaba alegremente de una torre los siguientes doce veranos. La frase de moda aquí, fue la impresionante “Si no acierto en el juego de llaves, ya ves, me la juego”, traducida por los Frailes Clarinetistas.

En el Nuevo Mundo, los americanos montaban una ruleta en cualquier esquina y un inmigrante ruso, Yuri Balasalazar, les robó la idea con muchísimo riesgo de sus pestañas, huyendo por unas montañas peligrosas, a las que también puso su nacionalidad.

Por supuesto, el juego acabó controlado por ordenador. Había programas que respondían “enhorabuena, rumiante apestoso” si alguien ganaba el premio grande, y mediante otras aplicaciones informáticas dos manos de silicona abofeteaban a los que perdían la cicatriz de la operación de apendicitis, llevándose una cremallera barata a cambio.

Las familias enteras caían en el juego, en salones recién encerados. El juego era el centro de sus vidas, y habiendo vivido toda su vida en el centro, se descentraban echando a perder la vida en el juego. Bueno, yo me entiendo.

Al terminar este artículo, echamos una partidita a “el que discurre, se aburre"...

Lo hago porque te quiero

Camina
y cuando empieces a caminar no mires atrás.
No temas convertirte en una estatua de sal, casi te diría que lo prefiero
antes que verte mover como un humano
que arrastra un corazón igual que un mosaico descolocado.
Te amo, te amo mal
y prefiero tu libertad aunque ella te aleje de mí.
Yo no puedo encenderte una luz al final del túnel,
ya lo sabes, ya te lo he demostrado,
vivo en una oscuridad que te absorbe
pero sí sé que recobrarás tu brillo
cuando empieces a entrar en calor.
Camina
y tan sólo recuérdame
como alguien que en toda su vida te dio un único consejo:
Cuando alguien te abrace nunca dejes que llegue a cortarte la respiración.

Deseo cumplido.

Toda mi vida he querido ser un héroe.

No pude empezar de pequeño, porque el abrazo de mi madre, ante la mirada severa de mi padre, evitó que me arriesgara y no pude conocer el peligro.

Después, con el paso de los años, me rodeé de amigos tan fuertes que estaba protegido a tiempo completo.

Menos mal que nacieron mis niñas.

En una guardería, donde iba mi hija mayor con tres años de edad, un precioso gato marrón no era capaz de bajar del árbol más alto del jardín, de modo que la maestra me ayudó a colocar una escalera y fue muy fácil ayudar a bajar al felino, que desapareció sin prisa y con un andar elegante. Como un gato.

Y mientras guardaba la escalera, pude ver cómo mi hija, concentrando un corro de chiquillos, se señalaba solemnemente y decía, sin más, “Mi papá”.

Ese día, por fin.