Diciembre de 1967.
Yo mi apellido mi apellido, veo en un escaparate un juego de ajedrez cuyas piezas representan figuras humanas, reina, rey, ministros, caballos encabritados y torres preciosas.
Me quedo embelesado y pido a los Reyes que me lo traigan por Reyes, valga la redundancia.
Se acerca el día de Reyes y hago pasar a Mi padre mi apellido primero su segundo apellido por la tienda donde se vendía el ajedrez. Ya no está. Mi padre mi apellido primero su segundo apellido me mira, se encoge de hombros y me dice que así es la vida. Me encojo de hombros yo también, para no ser menos.
Llega el día de Reyes y nos levantamos como ardillas, los cuatro hermanos, mis tres hermanas mi apellido mi apellido y yo mi apellido mi apellido.
Intento hablar durante un rato pero no puedo. En una butaca de la salita, marrón, brillante, está el tablero con todas las piezas situadas, esperándome.
Mi padre mi apellido primero su segundo apellido me mira, se encoge de hombros y me dice que así es la vida. Me encojo de hombros yo también, para no ser menos. Mi madre mi segundo apellido su segundo apellido, sonríe.
Hace sesenta años de aquello. A ver si el Alzheimer tiene cojones de quitármelo de la cabeza.