viernes, 3 de octubre de 2008

BREVE HISTORIA DE LA PIRATERÍA: PERSONAJES DESTACADOS.

Tomaso Ron de la Quilla.

El día que nació se produjo el oleaje más grande conocido en el mar Cantábrico. Aunque él estaba entonces en Madrid, naciendo, y no se enteró de nada. Cuando por primera vez oyó la palabra ¡bote! en un bar agradeciendo la propina, se fue a comprar un garfio y un parche para el ojo.  El garfio era bueno para las aceitunas, pero el parche era para dejar de fumar. Aún así, tomó el primer barco cochambroso de madera que encontró y se hizo a la mar para naufragar en una isla que no pudo calificar como desierta por culpa de un plan de recalificación de dos años antes. Tomaso no pudo más y –como tenía abierta la fecha de su billete con derecho a naufragio- se volvió a casa. Su padre le abrazó mientras su madre le abofeteaba. Su hermano pequeño, en plena confusión, le pasaba los apuntes para presentarse a Biología en septiembre. Al día siguiente, su madre también le abrazó. Y su padre le abofeteó.

 

John Caracorta Homicius.

Su capacidad de atacar barcos de cualquier nacionalidad le hizo adquirir catorce loros para servirle de intérprete en cada entrevista con el loro del capitán capturado. Cuando empezaron a construirse los grandes petroleros, John renunció a la piratería en los mares y se lió con los DVD y los CD. Hasta que lo trincaron y opositó a Notarías.

 

Jack Barriles Fardeborde.

Sanguinario lobo de mar, pasó por la quilla a un sinfín de lenguados que no acataron sus órdenes. La disciplina era lo primero dentro de su galeón.

 

Homero Bífidus Norterklain.

El pirata que mejor ha escondido un tesoro en toda la Historia de las correrías bucaneros, hecho reconocido hasta por sus más encarnizados enemigos. Ni él encontró uno solo de los cofres enterrados. Acabó de administrador de fincas en Alcalá de Henares, como tantos que han perdido la ilusión por hacer lo que de verdad les gusta.

 

Charles Mejillón Baluzzer.

El terror de todas las fortificaciones costeras de las colonias del Imperio Británico de la autoridad de Su Majestad el rey inglés de turno. De locura, oiga, de verdad. Hizo una campaña, allá por 1.600, durante la cual nadie salía con sombrilla y esterilla a la playa en cien islas. Murió preso de un ataque. O sea, atacó un sitio, lo metieron preso y se murió.

 

Lord Planchagan Grititos Pértigal.

Continuo investigador, revolucionó la técnica del abordaje. Se ponía muy borde con los enemigos: “que si tu mujer tralaralarí con el del butano, que si tú te habrías muerto de grumete si no fuera por tu cuñado…” desanimando más que otra cosa. Su título nobiliario lo consiguió al rescatar de un rapto a la sobrina del gobernador de Jamaica, Margaret Pájincar Lástalfond, quien le concedió un baile cuando llegaron a Londres. Un mes más tarde se casaron y ya no volvieron a verse.

 

Merryl  Mojama Hoffman.

No dejó un barco sin hundir tras su cañoneado y pillaje. Ni el suyo, por lo que murió el día de su debut como pirata. Un gilipó, en palabras del timonel, Hormonas Jim.