domingo, 22 de marzo de 2009

La Madeja

Hola amigos/as:
Como sabéis, Loren y yo pertenecemos a un Grupo Literario llamado la Madeja.
Hace ya casi un mes tuvimos un recital en el Perro Andaluz por invitación del Cangrejo Pistolero.
Allí estuvimos todos excepto Álvaro. Ahora nos han llegado los vídeos que se grabaron esa noche y es por eso por lo que podéis vernos recitar y montar el numerito.
Nos tenéis el Youtube con el nombre Noche 74. La madeja.
Espero que lo disfrutéis y, sobre todo, que no dejéis de hacer vuestros comentarios. Así nunca dejaremos de crecer.

Besos y abrazos para todos/as.

CAPÍTULO FINAL.

Mi personaje estaba a punto de ser redondo. La trama de mi novela había conducido al relato a un punto irreversible, claro para cualquier lector. El villano resultaría ser Homónimo J. Skinner, el padre del policía que investigaba el caso. Y el último capítulo, a las once de la noche del domingo, fluía como un río hacia su última catarata.

A las once y cinco minutos recibí una llamada. Era mi hermana. Alguien a quien nunca he podido negar nada.

-Estoy en un apuro. Necesito que vengas.

A las once y veinte me reuní con ella. A las once y veintiuno me encontraba en un cuarto oscuro, frente a una luz que me cegaba, con las manos atadas a una silla. En el silencio de la noche, una voz se dirigió a mí:

-No sé quién te ha podido ir con esa mentira. Pero te aseguro que no he sido yo.

Era la voz de mi personaje. Era Homónimo J. el que me daba información. Y era de primera mano. Comenzaba a acostumbrarme a la luz del local.

-Juraría que en el capítulo sexto te reuniste con la víctima a solas en aquel parque, –le dije.

-En realidad, estamos aquí para que sepas la verdad, -interrumpió mi hermana, de pie junto a la mayoría de los personajes de mi novela–. Se trata de  Parásito J. Skinner, el hermano gemelo de Homónimo. Él la mató, como parecía claro en el capítulo siete, pero la verdad se te difuminó y ahora estás a punto de condenar a un inocente.

Allí mismo redacté el final del capítulo con las modificaciones. Al estar todos presentes, incluso Parásito J., el auténtico culpable, fue todo más fácil.

La novela fue un éxito. Sigo aquí, en el tugurio, a la espera de que alguien venga a liberarme. Mi hermana gemela fue quien presentó el libro y firmó miles de ejemplares. 

EL DERRIBO


Aparcó enfrente. Quería llegar hasta allí sola, para que ninguna mirada, ningún comentario la distrajera de sus sensaciones.

Al bajar del coche notó cómo el pulso se le aceleraba: ya no estaba allí; como si nunca hubiera existido; únicamente el color de las paredes de lo que hasta ahora había sido la casa, el hogar donde se crió, donde nació Elena, su hermana. Fue en ese cuarto pintado de azul, el de sus padres, donde la oirían llorar por primera vez.

Y ya no quedaba nada; nada del lugar que fuera testigo de los juegos en el patio, de las ilusiones de su adolescencia, de la felicidad que la había anegado con la llegada de su primera carta de amor, de su primera cita, de sus primeros besos…

Ya no quedaba más que un puzzle, una especie de adivinanza en la cual acertar qué trozo de todos los que ahora, cualquiera que pasara podría llegar a ver, perteneció a cada una de las estancias que dieron cobijo a su vida durante treinta años y que siempre le quedarían en la memoria como escenario principal de sus recuerdos.