domingo, 25 de mayo de 2008

AMOR SIN MEDIDA.

 

Supongamos conocida

la distancia, puesta en años,

a andar desde la salida:

Qué cantidad de peldaños

 hay que subir en la vida.

  

Supongamos calculados

cada abrazo y cada beso,

amontonados, al peso,

o más aún, numerados.

  

Supongamos, finalmente,

tener contabilizado

en minutos, fríamente,

qué tiempo se ha dedicado

al amor, sencillamente.

  

Entonces supóngase

también que no soy,

desde que nací hasta hoy

ése que cuenta; y dígase

que de esas cuentas me voy.

 

Pues vivir por desear,

buscar caricias, miradas

cómplices, por más buscadas,

no da tiempo a calcular:

Se va el tiempo, se va en nada,

se va el tiempo sin pensar,

porque se inventa al amar

juego de amantes y amadas.

  

Yo desafío al rigor,

a todo lo razonable;

fuera el corazón contable

que contabiliza amor.

 

Y porque vence al dolor,

y al más amargo sabor

viene a ponerle dulzura,

va el  amor sin contador

cuando llega la ternura.

  

No aguanto al tiempo mordida

y hasta el minuto más chico,

debe alargarme la vida,

si es al amor, sin medida,

 al que mi vida  dedico.

  

Quiero vivir sin pensar:

si el Cielo quiere girar,

o el Sol se acaba poniendo:

yo no lo puedo evitar;

no me van a vigilar,

no me pararé a contar

el tiempo que estoy queriendo.

 

BOB EL MALO.

La banda de Bob el malo

acabó balaseada

y saturada de palos.

Fue la semana pasada.

 

El comisario Tomás

los dejó sin contemplanza,

por todita la explanada,

desparramados no más,

llenas de tiros las panzas.

 

Pero el cabecilla huyó.

Peligrosón y listillo,

en un jaco se montó

y se escurrió como un pillo.

 

Tomás se sintió fatal

de no arrancar la cabeza

a una hidra que, en certeza,

se reharía al final.

 

Así que montó a caballo

y se largó tras el otro.

Pero se extrañó: su potro

parecía tener callos.

 

Jaleándole, detrás,

Bob el abuelo, el matón

padre de Bob el maloso,

de la risa atragantado,

veía montar a Tomás,

con el trote remolón,

de un burro parsimonioso

de pura sangre pintado.

 

 

DESEMPLEO.

El hombre lobo del pueblo, Alejandro Bioneski, volvía a la oficina del paro. Los motivos trascendían la simple y conocida crisis económica. La verdad, la pura verdad, se explicaba con dos factores muy claros: El robo del satélite, la misteriosa desaparición de la Luna el pasado domingo, y el hecho de que cualquier empleo posible en Argesia tiene que ver con sus fabulosas minas de  plata.