Nunca coronaron mi casa dos batientes.
La rectangularidad siempre venció sobre el medio punto.
Hace mucho tiempo, hubo una puerta partida, que acogía a mis padres, calladamente.
Eran momentos de infancia, de niños que ya eran mayores.
Y sus mayores, también los míos, les aguardaban en el umbral pacientemente.
Después, tras las maderas, comían, trabajaban, reían y soñaban.
Con la certeza de que curtidas manos les amparaban, entre franelas, aperos y ollas calientes.
¡Cuánto me hubiera gustado cruzar el zaguán y estar con ellos!
¡Cuánto hubiera dado por estar un segundo con los que nunca me vieron!
¡Cuánto, Dios mío, cuánto… por mi abuelos!
(prosema)