lunes, 18 de enero de 2021

Niña de Luna ll

    Hace poco cumplí veinticuatro años. 

     Entre mi abuela y yo, hicimos una tarta de arándanos y frutos del bosque, nuestra favorita. 
     Todos los días pretende cepillarme mi largo cabello blanco, como cuando era una niña. Ella lo desenreda con mucho cuidado y lo intenta trenzar con poco éxito. Yo le dedico mucho menos tiempo. Creo que no lo cortaré nunca. 
     La abuela está muy mayor y le duelen los huesos. Su enorme bastón que siempre la acompaña, ya le es imprescindible para caminar. A diario, le pongo ungüentos con un suave masaje, pero me dice que son los años y que le queda poco en este mundo mortal. La abracé muy fuerte y bailé a su alrededor. Eso la llena de energía y a mí me gusta hacerlo. Antes bailábamos juntas a la luz de la luna. No quiero pensar que un día no esté.
     Hace ya varias semanas, trajeron del pueblo a un joven muy malherido en una contienda. Le habían arrojado aceite hirviendo desde lo alto de una muralla . ¡Cuanta crueldad!. En una especie de camilla se retorcía de dolor pidiendo la muerte a gritos. Entre cuatro hombres lo han sujetado mientras le despegábamos los sucios harapos que se mezclaban con su piel . Nunca había visto algo así.
      Perdió el conocimiento al comenzar a limpiarlo con agua caliente y yo pensé que lo habíamos perdido a él. La abuela dijo que era mejor así, porque no sufriría tanto durante la primera cura. Los lugareños, como tantas otras veces se marcharon sin despedirse siquiera. 
     Por un momento, la sentí joven, y tan ágil como antaño , aplicando emplastos sobre aquella enorme herida con cuerpo de hombre. Posteriormente lo vendamos completamente con el mejor lino para que no se infectase. Tenía la cara muy afectada . La abuela preparó un apósito especial para los ojos y he de vigilarlo para que al despertar no se toque. 
    Pasaron los días y nadie se interesó por él. Quizás no sea mucho mayor que yo, pues su dentadura es casi perfecta. Debe ser alto, pues los pies le sobresalen del camastro. Tiene las manos y los pies muy grandes. EL pelo rojizo, le da un aire extranjero.
     No debían existir las guerras, ni el mal. 
    La naturaleza aunque a veces es muy dura, no es tan cruel como los humanos.
     Cada día le preparábamos un bebedizo y parecía que descansaba tranquilo. Poco a poco comenzó a comer y se fue recuperando lentamente. Para distraerlo, le contaba historias del bosque y de los animales y él me hablaba de aventuras, de lugares remotos y de las contiendas. Permanecía con los ojos vendados, pues la abuela decía que era fundamental no destaparlo. El cuerpo iba cicatrizando bien. Es un hombre fuerte. 
    Cuando comenzó a levantarse, aún sin vista, nos ayudaba a transportar leña o a cargar con el agua. Era la primera vez que podía hablar con alguien sin que huyese... A excepción de mi abuela, claro. 
     Cierto día, al cambiarle el vendaje, me agarró por la cintura y me estremecí. Nunca había sentido nada igual. Lo besé en la frente y me acarició la melena. Dijo que debo ser preciosa. Yo me reí. La abuela opina que mi belleza es muy particular. Temo que mi color azul lo asuste y no dije nada. 
     Al día siguiente me besó cuando estábamos cerca del manantial. Me hizo sentir más viva y bella que nunca. Descubrí el amor, y esa intensa emoción desbordó mi espíritu. En una abrigada cueva del bosque que tan bien conocía, nos dejamos llevar por la química de nuestros cuerpos y disfrutamos aquella unión como si no hubiese un mañana. Me sentía la mujer más feliz de la tierra. 
     A los pocos días, la abuela dijo que había llegado el momento descubrir los ojos. Probamos a retirar el vendaje muy despacio y en la penumbra. Sus párpados, poco a poco se fueron despegando. Al comenzar a vislumbrar mi mano sentí que se retiraba sobresaltado. Yo me retiré enseguida y me cubrí el rostro con la capucha de la capa. Su visión era aún borrosa pero besó agradecido las manos de mi abuela y me buscó con la mirada. Yo lo rehuía entre las sombras. Su cabello pelirrojo le había crecido mucho al igual que una incipiente barba. Me pareció bellísimo con aquellos ojos grises que me buscaban con curiosidad.
     Corrí hacia el manantial y me senté a llorar desconsoladamente. Él tardó poco en alcanzarme, me retiró la capucha con delicadeza y pude leer en su mirada una mezcla de decepción y miedo. Intentó abrazarme cerrando los ojos. Yo corrí hacia la cabaña. 
     A la mañana siguiente partió muy temprano sin rumbo fijo, muy agradecido por nuestros cuidados dejando mi corazón hecho pedazos. 
     El amor siempre trae dolor, decía con sabiduría la abuela. Hasta ahora no la comprendí. 
     Han transcurrido unos meses de aquello. Algo diminuto late dentro de mí recomponiendo mi corazón maltrecho. La abuela sonríe. Ya nunca estaré sola.