viernes, 7 de marzo de 2008

UNA CARTA DE AMOR (más o menos)

Querida Luisa:

 

Estoy esperándote en el patio de casa, respetando tu deseo de no ir a recogerte a la estación. No me acuerdo de dónde venías esta vez, quiero decir de casa de quién, de ahí que te plantee las siguientes alternativas, para que a modo de control inventarial de mis cuernos, te sirvas tachar al que proceda o no (indicar la palabra o la palabra no):

- Antonio Silva, el neumólogo carajote ése de los dos metros de altura y cien kilos, persona que reconozco deslumbrante debido al exceso de brillantina sobre su calva. No te veo yo con él, qué quieres que te diga, aunque comprendo que te habrá hecho el avío en cualquier congreso de los más aburridos.                                          

- Juan Carlos Bastos, tu anestesista. Tal vez un hombre interesante si está despierto, con una conversación llena de agilidad y coherencia, plagada de mensajes inconfundibles, como el de “sí, sí, más tostadas, por favor”, o “¡Jesssús, el cine independiente; anda ya!” y otros. Pero un pelma, por encima de todo, un pelma. Se me hace que para un repaso en el ascensor de tu hospital, tan lento, pueda resultar. Pero futuro, futuro, con él, ninguno. Te lo digo yo.

- Carlos Cedrún, el residente de Betanzos. Este tiene de original, desde hace cinco años, que está aquí “de paso”, y como a ti toda novedad te hace aguas en la lencería inferior, pues te lleva encandilada. Bastan una corbatita nueva y que te diga que le han llamado de su tierra, que se va dentro de unos días y tú ¡hala! a celebrarlo con él por todo lo alto, en su ático miserable de ciento cincuenta metros de solarium. Yo, de ti, bajaba a la realidad, porque cuando la madre le llame desde el terruño para decirle que tiene listo el ajuar, coge el autobús y  no lo ves más. Esos pájaros son así.

- Margarita Torrado; sí, sí,  Margari, no te vayas a creer que me he caído de un guindo. En el hospital se sabe todo. Cuando estuve por lo de la uña, la única que me queda, estaba allí de guardia Salvadora, mi prima. Y nada más verme me suelta “el disgusto que te vas a llevar si lo oyes por ahí, así que te lo cuento yo.” Detalló la escenita en el cuarto de la ropa limpia entre tú y la niña Margari, venga a darse repasos mutuos de gel aloe vera. Salvadora cerró y salió corriendo, pero era su deber haceros tres o cuatro fotos todo lo más y difundirlas en Internet, y cumplió con él.

  Mira, Luisa, yo soy persona de orden. Y te tengo que llamar la atención pues tu actitud en cuanto a nuestra relación me induce al caos. A menos que me informes de tus actividades a lo largo de las dos últimas semanas, se me queda incompleto el dossier de octubre, ya vencido, y sin poder empezar la hoja nueva de noviembre. No me parece.

Te propongo de nuevo lo que, estadísticamente, ha resultado siempre más productivo: Hojas con dos copias para que consignes brevemente –en sus distintos apartados-  los datos más significativos de cada golpe a la fidelidad conyugal. Te puedes quedar con el original y depositar un ejemplar en el buzón de correos más próximo, pues todos los impresos –recuerda- tienen al dorso el franqueo en destino. Es lo más práctico, pues los fines de semana, en un ratito, relleno mi hoja de cálculo con el rigor necesario en cuanto a tus actividades.

Porque, Luisa, como que me llamo Jorge, que yo te quiero muchísimo. Pero por la gloria de mi madre que, cuando tú perpetres la infidelidad número 100, a éste no lo ves más. Así soy yo cuando tomo una decisión. Con decirte que vas por la 93 y ya tengo mirados dos pisos, uno coquetón muy cerca de casa, al lado de la pescadería. El otro es más corriente. Y mi hermana Ágata me ha dicho que cuente con ella para la mudanza. Que tú no sabes con quien te juegas los cuartos, Luisa.

¡Ah!, y no me opero de lo del frenillo porque no me da la gana.

Atentamente, Jorge.