domingo, 27 de enero de 2008

SALVADO

La reluciente franja de cemento, nueva y de color verde, rodeaba mi acera. Era imposible ignorarla. Retrocedí con la idea de impulsarme y saltar al otro lado como solía hacer con los charcos hasta los diecinueve años, pero me pareció imposible.


El día estaba nublado, pasaba el tiempo y no sabía qué hacer.


Miré al cielo y desde un primer piso, despacio, descendió una bicicleta enganchada con cuerdas.


Di las gracias a la señora, monté como pude en el triciclo y atravesé el carril bici sin cometer infracción alguna.


El resto, dos horas a pie gracias a la huelga de autobuses.


Llegué a tiempo al trabajo.