viernes, 21 de marzo de 2008

CRUCE DE CRUCES.

 (1)  Hermandad de San Peregildo Iluso.

(2)  Hermandad de San Telurio Emérito.

(1) 1.670 nazarenos en penitencia, túnica blanca y azul, sin lunares, 60cm de capirote, guantes en la mano derecha, sandalias de cuero negro.

(2) 1.670 nazarenos en penitencia, túnica roja sangre intensa, capirote de 100cm, guantes de goma para quirófano y sandalias de pescador.

Calle de la Pifia:

Ancho de 4 metros. Refregones para pasar. Mujeres que pasan nueve veces por la calle, arriba y abajo, quejándose airadamente de los refregones.

Se anuncia la primera cofradía: La Cruz de Guía. Desaparecen los carritos de caramelos y barquillos de canela. Gritan los niños. Gritan los padres. Dos quejas postreras de refregones por parte de dos mujeres mayores. Muy mayores.

Se anuncia la segunda cofradía: La Cruz de Guía. En sentido contrario. Se retiran los vendedores de CDs y móviles de última generación. Se escapan unos globos verdes y vuelven a gritar los niños. En un segundo piso con balcón, una paloma los pincha, los hace estallar y muere por el escape de helio venenoso. Cae la paloma, pero solo hasta el primer piso, donde será guisada. La farola junto al balcón ilumina la escena.

Avanzan los mil primeros cofrades/nazarenos/penitentes de San Peregildo, haciendo la primera parada a la altura de Zapaterías Fernández. Vistazo rápido a los modelos más cómodos para la temporada y saeta tras las rejas de Milagritos Pereda, la grande. Y libre, porque las rejas las puso en su balcón por la ola de atracos. Arranca aplausos y malas hierbas de sus maceteros.

El paso, donde la Virgen mira su muñeca izquierda, es el símbolo de la puntualidad de esta cofradía. Su Cristo es conocido como “El Apurado”, por no terminar de tallar su autor las barbas a tiempo, según dicen. Suena la marcha “Catalepsia de Jesús”, obra de Jesús Traído, al que prohibieron ponerle letra.

Avanzan los mil primeros nazarenos de San Telurio, que se detienen en Tejidos Ramírez, los Reyes del Algodón. En la parada se pide a la banda la marcha de El Santo Velo Vaporoso, porque la noche está que no refresca. Su autor, Isaías Terisco, es el primero en aplaudir. La marcha tiene como argumento las ostias que Jesús, muy serio, reparte a sus discípulos por orden alfabético.

El paso está compuesto por tallas del siglo XVII para un total de trece figuras más dos suplentes. Sobrecoge la sensación de realidad con el buen trabajo de los costaleros y el capataz.

Aplausos.

Y llega el momento, centro de la calle, a la altura de Muebles Periñán, se cruzan las cruces.

Silencio.

La prudencia y el buen sentido hacen que suenen con volumen apocalíptico y al mismo tiempo las dos marchas. Se suman los saeteros sin temor a desgañitarse. Se suma un niño, con su trompeta de plástico del todo a cien, soplando hasta la apoplejía. Su padre lo recoge un minuto después, extenuado, y lo abraza. El hermanito mayor, de cuatro años, recoge el testigo. Lo recoge la madre.

Repentino silencio.

“Llueven flores, cadencia de pétalos de rosas blancas, que dibujan mariposas en el aire de la noche sevillana y se besan con el incienso para sembrar el suelo que el Cristo pise, su pie no sufra…”

El locutor, que levitaba, es sorprendido por el primer niño, que le quita el micrófono y, a pleno pulmón, transmite a todo trueno el infernal trompetazo de que es capaz, y que todos los oyentes de Cadena Ondamar se tragan desprevenidos.

Se despierta la calle. Vuelve la bulla.  Se va el locutor llorando para su casa.

Resquemores y miradas.

Murmullos.

Se abre un metro de distancia que ocupan, adelantándose, los capataces y hermanos mayores de las dos Hermandades, con sus bastones bien visibles.

Discusión en voz baja.

-Mira, Cayetano, yo paso antes, tú te paras, te apartas. Y ya está. Bueno, y te jodes. Dile a tu Cristo que se eche para la acera. Y que no me apague las velas del paso al pasar.

El otro hermano, primo hermano del primer hermano, cuenta hasta diez y respira hondo. Siempre, en las reuniones familiares, ha sido el que más paciencia tenía.

-Mira tú, Jacinto, pon en fila india a tus discípulos, y, sin pedirle la documentación ni nada, los voy dejando pasar de uno en uno. Será un momento. Después de la esquina, en la placita, se vuelven a su sitio y seguís con la carrera oficial, que ya empezamos con retrasos.

Los capataces se abren y se deja un poco más de espacio.

Los hermanos, primos hermanos como decíamos, ruedan por el suelo. Suenan las medallas y los bastones salen despedidos.

No hay ganador claro.

Funcionan los móviles.

-Ponme con el Arzobispado –jadea uno.

-Ponme con el Alcalde –jadea el otro.

Cada uno juega sus cartas.

Los saeteros, desgañitados, intentan limar diferencias, pero sólo consiguen un vaso de agua y unas pastillas de esas de menta y limón, tan suaves que es que como si te durmieran la garganta.

Desconcierto. Mirada al Cielo.

Ruido de helicópteros.

Vuelan pelucas, se apagan las velas. Se levantan las faldas. Cosas que pasan.

Bajan juntos el Alcalde y el Arzobispo.

El Arzobispo trae un manojo de llaves. El Alcalde otro.

Comienzan a abrir puertas de cristal enormes cubiertas con telones, cada uno en una acera. Poco después, se puede ver a través de la calle de la Pifia por ambos lados: Los pasajes comerciales previstos para ser abiertos el día de las elecciones se inauguran sobre la marcha, cortando una corbata a falta de una banda.

Mal que bien, una Hermandad se mete por un lado, la otra por el otro, dan la vuelta las dos, y al volver a la calle… el paso está libre y pasan los pasos.

Aplausos.

Trompetas.

Saetas.

Trompicones. Refregones. Globos que suben. Palomas que se quitan de en medio.

Semana Santa.