lunes, 31 de diciembre de 2012

Cambio de año.


Vendo un año envejecido
de sobresaltos y sustos,
sofocones y disgustos,
que de un enero robusto
después de haberlo vivido,
se nos ha puesto vetusto.

No lo vendo en transacción:
lo que hago es despedida,
vendándole las heridas
a su viejo corazón.

Se presentó de buen modo,
con los mejores deseos,
de ilusiones sin rodeos
y felicidad a todos.

Sé que hizo lo que pudo,
nada malo le reprocho
ahora ante mí, medio chocho,
sin hojas, viejo y desnudo.

Toma tu página roja
de cumplir el año entero,
te doy mérito y espero
olvidarme tu congoja,
e ilusionarme de enero.

Viejo de la paradoja
de morir de calendario:
deja puesta la última hoja
y que sea solidario
el que viene, la recoja
y apunte tu aniversario.

Lo bueno es el que el nuevo viene
con empuje extraordinario,
compartiendo lo que tiene
con el de las blancas sienes:
se ve al trece solidario.

Imitemos a los años.
El joven apoye al viejo,
no le haga sentir extraño.
Cuidado con el espejo:
no faltan tantos peldaños
para arrugarse el pellejo.
No nos creamos tan lejos.
¿la forma? No hacerse daño
y compartir el festejo.

martes, 25 de diciembre de 2012

Grandes Óperas (1).


El cartero de Melilla.

Teatro Glodita. Plaza del Antal.
Hoy se representa El Cartero de Melilla, obra de carácter comunicativo en un solo acto reflejo de los vertiginosos tiempos actuales, en que los segundos pasan antes que los primeros. Autor libreto y música: Enviattore Miságero.
En el foso se puede ver al pianista y al piano. Nadie más de momento (vive ahí desde el 2003).
El director, Teodoiun Korte, fuerte como nadie, dirigirá la orquesta con una pértiga de dos metros y dieciséis kilogramos de peso. Y sin camiseta interior.
De pronto, una melodía de obertura sorprende a mucha gente bajando del autobús, en la acera de enfrente del teatro.
-No pasa nada, -dice Teodoiun sonriente-, se trata de una canción de mi chiquillo para el colegio. Mientras llega el resto del público, la ensayamos y así se acuesta temprano con la tarea de música hecha.
Se oyen varios pares de aplausos mientras se va llenando el teatro.
Entra el público de patio de butacas, buscando como locos al fotógrafo de la revista “Lecturas del Gas”, a ver si los sacan con el guapo y famoso Protestante Ronald O’Connor. Se sientan y reciben molestísimos impactos en el cuello provocados por granitos de arroz enviados desde palco, palco platea y paraíso, que para eso han ido.
Entran los músicos de viento y hacen unas dos mil flexiones para calentar las piernas. Se sientan y pasan los ilegales músicos de cuerda, bajo cuerda. El del tambor sale de una tarta de cumpleaños, ataviado sólo con un tanga negro que lleva en la oreja. Le han dado la dirección errónea. Llama y vienen a recogerlo. Se cruza con otro tamborilero bien vestido para la ocasión. Apenas cuarenta o cincuenta aplausos al de la tarta.
En cuatro décimas de segundo se apagan las luces, se sienta la gente, se pellizcan culos justo a tiempo, se abren los tapergüeres y empieza la obra.
Pícaro, el cartero que llevaba cartas de amores a las niñas guapas, recibe orden de usar el whatsapp en el reparto de tarde. La niña Paulina, llamada a convertirse en mujer en breve y representada por la mezzosoprano Berta Berna Tascabar, implora una promoción/oferta, o un período transitorio de Facebook, al menos. El cartero brinca, canta algo y sale erróneamente por delante del escenario, llegando a las manos con Bruce Norris, un violento violonchelista, que sin embargo le ayuda a subir de nuevo a base de rítmicas patadas en la espalda.
La acción, por su parte, en un frenético encuentro de cuerdas y locas entre vientos que recogen tempestades, indica que la niña se ha puesto puntillosa y hace valer sus puntos, de modo que sale por otra puerta distinta de la que ha entrado y recibe en plena cara el aria “Márcame e móbile, ma con il descuento includo”, cantada por su amor virtual, Tancredo, de mensajería inmediata, aquel que se devanaba por escribir bien papelitos con cosas como “te deseo amada niña, prehembra de tronío”, que ella arrugaba junto a su corazón, en el futuro inmediato a sustituir por “t amo X to2La2”, para ahorrar.
El mensaje es interceptado por el ruin Tintafolio, un mezquino vendedor de folios flexibles y sobres capaces de incluir papeles doblados hasta tres veces.
En la plaza, con centenares de señoras pidiendo desde los balcones que se callen, estalla el conflicto entre los tres.
-Irse dasquí, perque nos tenéis cansattas del mismo roglio serenatto nocturno, -dicen las matronas-.
-¡Cosi fan tutte los jóvenes!, -enuncia la más vieja arrancando doce aplausos para ella sola.
Los tres envían mensajes rápidos, antes del anochecer, que les cuestan el doble, según aparece en una pantalla gigante. El público se estremece y sonríe para sus adentros al recordar su elección de tarifa plana.
En el último y único acto, dos actores se enfrentan a la verdad: sin Tarifa no hay Línea, Concepción, hija de mi alma, le dice un hombre a una mujer. Y huyen lejos.
En este momento, donde el coro suelta el corolario, se recuerda que sin luz eléctrica somos unos meros homos selvaticus. El bombo realza el efecto de una pedrada en las farolas y el teatro queda a oscuras dos horas y cuarto para que se agarre bien el concepto. La mayoría de los presentes, en la oscuridad ardiente, consigue agarrar muy bien más de un concepto.
Se enciende la luz sin avisar, muchos encuentran su sitio y el escenario muestra una Tesis Piu Forte mediante un mensaje del coro en puro desgañite:
-Non usare il móbile al caprichi, coyonni, e salva la túa fáccile escritura. Non faccere el Chufla. Huye di la esclava ignorancia, capuglio.
Cae desde los balcones la mayoría de las mujeres gritonas, uniéndose a la gran fiesta de personas de la plaza, que no hablan en directo aunque están cerca. Pero pueden refregarse, o pegarse al menos.
Los protagonistas entonan un aria de raza no aria, sino mediterránea, plena de tirones de pelo y clavada de uñas.
Cae el telón pero se aprovecha, no se tira como en las óperas antiguas. Lo corrobora la parte coral “Rechiclare, ma non hablo del chicle, cosa porca. Sí vidrio y envase en generali. Contenedori amaretto, per favore”.
El público se enardece al creer ingenuamente que esto se ha terminado, pero falta por ver qué convenio se firma entre Tintafolio, Tancredo y la niña Paulina. Como no se ponen de acuerdo, llaman a gritos desesperados a Pícaro, que, sonriente y cantando lo que le da la gana, aparece desenterrando su antigua valija de llevar cartas escritas a mano, con tinta fresca, sobre papel blanco.
La mayoría no sabe ni firmar, pero pone el dedo.
Se oye al coro cantando cada vez más bajito, para irse, el Himno de la Pícola Letra In Contratti, más conocido como “Telaclaventéritta”.
Apoteosis.
Aplausos en cantidad y aviso del dueño del local:
-Desalojad y recogerme rápido, niños, que dentro de diez minutos hay un congreso de oftalmología posterior, o sea de Proctología. Vienen los mejores del mundo y hay que limpiar antes.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Elvirita Gómez.


Elvirita Gómez
parecía una hiedra,
viviendo entre piedra,
pero piedra pómez.
Elvirita era
muchacha prudente,
pero partió peras
con los delincuentes.

De papá el ojito,
pasó de enfermera
a ser pistolera
y estar la primera
haciendo delitos.
Estuvo enredada
en redadas varias,
y muy ordinaria
fue considerada.

Acabó pidiendo
dinero a cajeros,
y no sonriendo,
sino a gritos fieros.
A las diez semanas
era ya Elvirita,
una favorita
de primeras planas.

Pero era tan lista,
que no la pillaban
y hasta la llamaban
para una entrevista.

Fue un amor sorpresa
quien la redimió,
pues se enamoró
de quien la trincó
por la recompensa.

Al casarse Elvira
con el poli cura,
no hubo pena dura:
 sí dulce mentira.
Al pasar los años
el poli, tristón,
dio un tajo al cordón
y cortó el apaño.
-Fuera el falso juego,
vete de mi vida,
que yo iré enseguida
a buscarte luego.

Y de cada atraco
donde la trincaba,
algo le dejaba
metido en el saco.
-Lo justo en billetes:
 trenes matutinos
para tus destinos;
huye, Elvira, vete.

-Es que no las piensas
le decía al verla
y no detenerla,
pero en forma intensa
tenerla, tenerla.
-Quiero, vida mía,
vida mía tener;
has de comprender
que así viviría
si pudiera ser.
-Roba cajas de ahorros
y cooperativas
y aunque sea a chorros
mi sangre cautiva
querrá que tú vivas
feliz por el morro.

Un guardia, una caco,
encuentros furtivos,
Amor fugitivo:
pasión entre atracos.
Robin Hood tenía
una Mariana;
para Elvira había
un guardián Juan Lanas
que la perseguía
con las mismas ganas
que ella delinquía
todas las mañanas.
Cercana o lejana...
¡Libre la quería!


sábado, 22 de diciembre de 2012

     Quisiera aprovechar la belleza de mi Sevilla, de mi ciudad vestida de fiesta, de sus calles llenas de gentes, de sus murmullos cargados de esperanza para desearos a todos lo mejor:

                                      la mejor de las sonrisas
                                      el mejor de los te quieros
                                      la mejor de las caricias
                                      el mejor de los abrazos.

     Quisiera que los días venideros, y los de después y los de más allá, vieneran  cargados de ilusión por VIVIR, por CRECER, por ALCANZAR los sueños y sobretodo con la valentía de que nadie, nadie, ningún agoreo de negros presagios nos quite la ALEGRÍA POR VIVIR.

Feliz Navidad  y FELI 2013

jueves, 20 de diciembre de 2012

Felicidades, chavalotes.


Feliz Navidad.

Para los que nos leen y para los que lo harán en algún ratito.
Para los que ya tienen un ratito paraleernos.
Para los que cuentan lo que han leído aquí.
Para los que les ha gustado un poquito.
Para el resto, sin excepción, de los habitantes del planeta,

Felicidades.

No propongo un listón bajito para ser felices fácilmente. Prefiero tirar el listón y, sin ser tontón, pensar en un futuro inmediato algo mejor para los que lo pasan mal, al ver una lección de solidaridad tras otra.

Ánimos, muchachos, que esto es ponerse. Si no sacamos nosotros un momento para abrazarnos se nos va a poner cara de asesor ministerial, y ustedes perdonen, ha sido un pronto.

Yo a lo nuestro: Felicidades.

Grandes entrevistas de la Historia (3)


Papá Noel.

¡Borromblón!
–Qué caída más tonta, señor Noel, buenos días; parece mentira, con su experiencia y habiéndole puesto la chimenea nueva, con todos los agarres de seguridad que marca la normativa en bajadas verticales.
–No se preocupe que le apunto en mi lista de “sabandijas a patear por las tardes”. Ahora déjeme que recobre el resuello.
–Será usted el único que recobre en estas fiestas, hiahahai, hiahahai; porque la paga extra está prohibida, hiahahai. Ande y déme la mano esa regordeta, que le ayudo a salir de ese montoncillo de hollín y a levantarse, que parece usted una tortuga cucarachera, incapaz de darse la vuelta.
–Menos mal que mi cuñado me va a echar una mano, porque si no tengo que majarle a palos yo solito.
–Caramorsa.
–Moñocalvo.
–Filisteo.
–Chupacabras.
–Mascamocos.
–Cariátide.
–Ayyyy, qué bien se siente uno cuando se desahoga un pelín. Vayamos al contenido de la entrevista. ¿Cree usted en el salario mínimo de los renos?
–Sí creo. Pero no lo aplico. Tengo un convenio firmado ayer mismito con Blitzen y Vixen como representantes sindicales. Yo lo respeto y evito que me pateen.
–De todos modos, no lo niegue, se dice por ahí que le pone usted los cuernos a más de uno de sus renos.
–Señor, señor, se dicen tantas cosas. ¿Pero usted sabe, aprendiz de loro mosquitero, a cuánto está el kilo de cuerno? Mire, que no salga de aquí, como usted, a patadas, sino que no lo difunda: les pongo unos cuernos sintéticos de policascarina hechos con huevo, agua y harina, rebozados con creminata, que, terminado el reparto, se guardan en cajitas troceados para las meriendas.
–Ahí, señor gordo, me ha devuelto usted la fe en el género humano. Perdone que me quite algo que se me ha metido en el ojo.
–Ha sido mi dedo mientras usted se ponía blandangas, espécimen de rata epiléptica. Pero no se mueva, que lo retiro. Y el guante, déme el guante, gracias.
–¿Qué le parece el Triunvirato Monárquico de la Prestigiditación, también conocido como los Reyes Magos?
–Que repita usted el título con la boca llena de alfajores, castañas en jengibre a medio masticar y medio limón. A ver.
–No llegamos a ningún lado. Yo intentando renovar, alegrar y acercar su imagen, y usted poniendo caras propias de un concejal sin entradas para la ópera.
–No vamos a pelear más, jovencillo. Hoy me he caído en vertical por no llevar mi saco y tener las manos ocupadas con su regalo. Aquí tiene. No lo abra hasta el día de Reyes y así unifica usted las tendencias.
–Vaya, menudo armisticio elegante. Pero no se vaya todavía. Tenga.
–Pero…
–Un detallito. Ábralo hoy, por favor. Ahora, para ser exactos.
–¡Morsas! ¿qué es esto?
–Dos pares de ventosas. Se las pone usted en los codos y las rodillas y le confunden con una mosca a partir de ahora. No se cae usted de una pared aunque sea la de su ducha con el vapor de agua. Que no tiene usted edad para ir dando barrigazos.
–Me ha llegado usted al píloro, amigo mío. Y no soy de coba fácil. Me las pruebo, con su permiso.
–Que no se diga.
Papá Noel se equipa, se coloca dentro de la chimenea, se despide con la mano y trepa por ella con la velocidad de una lagartija. Desde abajo, el locutor lo ve subir. No resiste la tentación de abrir su regalo: un tirachinas perfecto. Se saca el chicle, lo lanza con precisión y en los próximos cinco mil años al barbudo le cuesta despegarse del asiento del trineo. Una forma de acordarse del pollino aquel, el de las entrevistas. No era mal tipo, piensa cuando ve el ahorro en las facturas de tintorería en todos estos años.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Grandes entrevistas de la Historia (2)


Charles Darwin.

Sbeshshshhh.
Aparición en posición pronocúbica de hiperplano del codo. O sea, ostión de boca en el suelo. Y aun así, sonriendo.

–Veo su espíritu sólido, don Charles, así como un poco más duro de lo mantecoso. Y buenas tardes, claro está.
–Ay, chiquillo, ¿cómo te va, sabiendo como sabes que dentro de cien billones de años tendrás cejas en las rodillas y te peinarás la planta del pie con la raya en medio?
–Que estoy merendando, don Charles, no me sea escatoilógico; ¿una mardalenita?
–Gracias, amado tatatatatatarabisnieto del trilobites George Middleton Bornes, heredero de los Paramecios de la zona de Iralfredo, hoy conocida como Irlanda.
–Pero cuente algo menos tonto, sil por vous favó, que a mis lectores les va a gustar lo bien que se conserva usted, a pesar de que se murió así, con una poquita de cara de asco.
–Qué bonito es dar con gente como usted, taradito pero que casi no se note. Pues mire, le cuento lo que de verdad nadie sabe, salvo mi rana Lutgardita y yo. La cosa, se lo juro por la receta de la berza, se lió por no tener el frigorífico en condiciones.
–¿Qué me dice?, ¡ay por Dios, pero que alguien pare a este espíritu tuo, que venga un protoplasma con autoridad y le endiñe un rapapolvo metafísico!
–Como se lo estoy contando. Si usted viera la seriedad con que se conservaba todo en el Segundo Cuaternario del Tercer Mesostenio de la primera Post Glaciación, todo esto en Segovia, porque eran doce o catorce, se quedaría de piedra. Y con lo poco que pesa usted, se quedaría de piedra pómez.
–No se preocupe usted si me duermo. Pero, más que nada por el rigor histórico, sea usted breve don Charles.
–Encantado. Después le parto la boca sin prisas. Pues –sigo–, cuando lo de las nieves, cada molécula en su casa y Dios en la de todos, como se decía en mi pueblo. Pero el calor trae la vida, la vida trae la vida social y ésta a su vez el visiteo, raíz de todos los males. De esta guisa, guisar se hizo más fácil, por aquello del fuego del hogar y la sopita de ajo, pero, amigo mío… ¡Ese ajo no era el ajo “de antes”! ¡Y luego… lo de la rata!
–¿Y eso cómo lo sabe usted?
–Por testimonios de la época, aunque con sonido fatal. Preste atención:
–GggggffPjjjj… (Habla Goreliavsa Serna, encargada de la cena de la aldea) “¡Arabatnas, marido y hombre mío, por favor, dime si esa rata blanca, que segrega saliva al verme comer un pollo, no es clavadita a nuestra Morguenia, la que se escapó hace veinte años. Mira sus ojos”.
–Y, en efecto, Morguenia se había adaptado. No sólo sus moléculas la habían hecho difícil de distinguir en las nieves de los alrededores de Móstoles, sino que ella misma, sin gastarse un bollamus (moneda oficial de la época equivalente a un euro con veinte céntimos de vuestra era), se había dado unas mechas. Sin tener en cuenta que las propias canas ayudaban al cambio.
–¿Cuántos bolis gastó usted en sus notas, don Charles?
–No le respondo: le doy directamente el premio de la pregunta más gilipó. Tenga, para su repisa. Se trata del gallombriz, un bicho mitad gallina mitad lombriz. Observe cómo una parte trata constantemente de picotear a la otra, que, a su vez, intenta meterse bajo tierra. Un caso que llegó a los tribunales pues ninguna de las dos partes cedía.
–¿Se queda usted un par de días aquí, o tiene prisa?
–Me voy más que nada porque, en confianza, tengo una tesis que va a poner al Cielo bo-ca-a-ba-jo.
–Miedo me da usted, don Charles, que con la excusa de la muerte le dio por desdecirse y negarse doblemente, lo cual no sé si es afirmación o tartamudeo filosófico.
–En cuanto no tenga nada que hacer, me lío a responder sus chocheras, amigo mío, que cada vez me cae usted mejor. Se trata de algo más profundo: En el Cielo, ¡También se ha evolucionado!
–Pero bueno, anatema, esto… más que anatema, anatema parabólico. No sé cómo maldecirle, a menos que se explique.
–En términos geológicos, hace diez minutos, cuando yo me morí, había infierno, purgatorio… ¡no se hace usted idea! Ahora se pasa usted por allí y ni horarios para las comidas. ¿El pasado glorioso? Ríase usted: ¡ni media etiqueta en los Juicios Finales de planetas como Arganklos, Dimenstorm o el mismísimo Juanetsanti! Allí la humanidad, todo hay que decirlo, es menos pecadora y se contenta con poco, no como aquí. ¡Hieeh!
–No, no una cabezadita. Yo estaba atento, don Charles. ¿Alguna cosa más?
–Lávese usted el pelo, periodistilla. Porque la mugre esa que usted tiene es talmente lo que llevó a los primeros depósitos de fósiles vegetales y de ahí el maldito petróleo, que todo lo mancha.
–No le pienso guardar rencor, porque tengo la casa llena de tiestos. Muchas gracias por su lección magistral y, ya cuando yo reciba el Pulitzer véngase y volvemos a charlar, don Charles, que le he cogido cariño.
–En doscientos milenios me paso y tomamos un bitterñac, que será la mezcla de lo que sobra en los bares y la lejía pura. El aperitivo de entonces.
–Déjeme que le abraz…
–Tesquiere í ya…

Sbeshshshhh…

martes, 4 de diciembre de 2012






En una preciosa mañana de otoño, mientras el sol recorría los cielos, yo recorría las calles de mi Sevilla. Un regalo para vosotros.

Grandes entrevistas de la Historia (1)


Sigmund Freud.

Floush. 
Onomatopeya de algo gaseoso pero con forma. Dícese también de chapuzón suave. Aquí nos quedamos con una cosa como aspersión de gas tenue.
Humo blanco, tirando a vapor de agua finísimo. Se aclara la estancia y aparece el padre y muy señor mío del Psicoanálisis.

-Buenos días don Espíritu de herr Sigmund, y no me diga usted que me siento frente a usted con las piernas abiertas y sin bragas porque tuve un trauma a los cuarenta y siete años.
-Buenos días. No le diré nada de eso, dado su pantalón vaquero, calzoncillos verdes que sobresalen, su barba y sus apenas setenta y dos recién cumplidos.
-Aclarado este asunto herr doctor, quiero yo saber por qué se metía usted esas ideas tan raras en la cabeza, que no le han llevado más que a disgustos y, supongo, preguntas insólitas, incluso cuando estaba usted en la cama realizando acometidas o vaivenes.
-Es cierto, tosco joven; en pleno marzo de 1920, estando yo en un uno contra uno en el hotel Yañestraff, con la señorita Gonzala Möers, se produjo una parada en seco, indicada con la palabra “STOP” escrita en su frente, que me produjo lo que denominé y desde entonces se llama un “corte”, o también “corte de rollo”. En ese  instante, mientras yo trataba sin éxito de encajarme el pantalón del pijama, la hermosa mujer me hizo preguntas que años más tarde califiqué como “carajotas” e “inoportunas”. Eran cuestiones del orden interpretativo de los sueños, asunto sobre el cual yo acababa de publicar un libro que se podría haber leído en su casa en lugar de molestar. Mientras yo me olvidaba del pijama e intentaba que ella hiciera lo propio con sus seis camisones de lana, una y otra pregunta me asaetaron hasta que hube de convenir en contestar alguna.
-¿Puede citar alguna de ellas concretamente, herr professor?
-Sí. La señorita Frau, en pleno reintento de arrebato, me preguntó que qué le parecería retozar en el Himalaya pintados de verde salvo las plantas de los pies. Ella lo había soñado puntualmente todos los miércoles desde que terminó la educación primaria, recibida cada primeros de mes.
-¿Qué le respondió usted?
-Me levanté, salí a por un bidón de pintura verde brillante y lavable, e intenté que pareciera la prima de Hulk. Pero ella ya acechaba en cuclillas y con más preguntas.
-¿Cómo cuáles?
-Dijo haber soñado ser acariciada en medio de un ciclo de conferencias sobre el origen de la corbata, debiendo probarse dichas prendas como único atuendo.
-Dígame, ¿cómo acabó aquello?
-Harto de la situación, y dado que siempre he usado pajarita, bajó mi pajarita, me levanté y mientras me vestía sugerí a la señorita la ingestión de un revuelto de aspirinas y sedantes que guardaba para Patricio, el elefante de mi amigo Gustav Klav Doblav. A los pocos minutos pude irme.
-Y desde entonces… ni una rosca, supongo.
-Mojón pausted, créame, periodistilla de invernadero. Desde entonces, en horizontal, sólo atendí preguntas por escrito y a posteriori, acompañadas de encuestas que acabaron, todas juntas, en la basura. Sin responder. Lo primero era lo primero.
-Disculpe, herr professor, ¿hasta qué hora tiene usted para esta entrevista?
-Le queda la despedida joven. Haberse traído una batería de preguntas mejor hecha. Le veo birrioso.
-Borroso, será borroso; lleva usted tres cuartos largos de la botella de orujo que me había traído de casa.
-Pero era para regalarme, ¿no?
-Bueno, bien, sí.
-Pues adiós.
-Es usted un genio, de verdad.
-Vaya conclusión pobretona. A ver cómo queda mi holograma en la tele. Nosotros los fantasmas somos muy presumidos.

Floush.

Reflejos




No te admiten las mentiras
sus miradas, sus reflejos
del Sol, cuando se retiran,
pero ciegan si te miran
y no estás bastante lejos.

Son sus ojos bravucones,
sin la lógica, a traición,
mirando sin intención
por azar u otras razones.

No te busques recovecos:
en su busca de un latido
te encontrará, habrás perdido
tu coraza y tu chaleco
para flechas de Cupido.

Fijadores por sorpresa,
ser preso vas a querer
quedarte a vivir en esas
miradas que, más que ver,
el corazón te atraviesan.

No avisan y no preparas
tu ánimo, tu coraje;
quieres ser amor salvaje,
donde el tiempo no se para:
donde no cobrar peajes.

Los ojos son faros, puntos
de indicarte una parada
donde empezar algo juntos,
no raíces ya enterradas:
sólo tú verás si paras
y la miras y te atreves
a ver el Sol en su cara.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Grandes batallas de la Historia (XXXVI).


Algunas veces, segundas partes fueron buenas.

En el salón principal del hotel Deskansaki, se celebró el vigésimo quinto aniversario del primer bofetón que se intercambiaron los primeros ministros de Birlenia y Tasconga. Eran los mismos dos, algo más viejos. La hora, siete y media de la tarde con exigencia de media etiqueta, preferentemente la mitad que no pusiera el precio.
Al día siguiente de aquel infausto incidente del pasado, se declaró la famosa guerra de “Dostontos”, que llevó a la ruina a los dos países. A pesar del cese de las hostilidades por falta de ganas, nadie declaró haber ganado ni perdido. Oficialmente, no había sido declarado armisticio alguno.
Acudieron los ministros de asuntos exteriores de toda la zona, desde Kratovía hasta el ducado de Pompistein, representado por el decano de los embajadores, el lord canciller Julito Asbattskzc, quien pudo presumir de haber escupido sin reproches a medio mundo, con sólo presentarse.
De primero se sirvió sopa líquida en cuencos de poco fondo. Ahí tuvimos el arranque de la tensión, que cualquiera habría comprendido.
–Niño, que mañana por la tarde, después de la novela, que te voy a partir la cara. Tráete si acaso dos o trescientos mil soldaditos tuyos, esos tan repipis, y yo me busco una docena de bizarros guerreros, que con eso me sobra –dijo el jefe del Estado de Birlenia al de Tasconga, que ejercía como anfitrión en casa del que pagaba la cena.
El tascongués Chaendler Duffin, dolido como pocos, miró su corbata pringada de sopa de puerros, que no es que estuviera insípida ni fría, pero es que al primer sorbetón que le dio se la vertió encima, como la mayoría de los invitados. No tuvo más remedio que aceptar el segundo bofetón y firmar la situación de guerra, apartado “continuación”.
Los dos ejércitos, cuando bostezaban por culpa de una siesta mal descabezada, asemejaban un coro universal de semidioses aburridos que bramaran desde el Olimpo prediciendo una tragedia en el mundo humano, que con su sangre harán leyenda…
-Ché, autorcito, para una mijita, para por favor. Qué Olimpo ni qué ná. Estamos en una posible refriega de dos países de medio pelo, que caben en Soria y sobra, que lo más que se tirarán, al final, serán las piedras que le sobraron del arreglo de los cuartos de baños, que por cierto, lo han puesto de un buen gusto… y no te digo el color…
-Quieta ahí, conciencia narrativa del escritor, parte cerebral del teórico hemisferio controlador de lo creativo… Anda y vuélvete con Bécquer, que creo que le están haciendo la prueba de balística.
Como decía, los dos ejércitos frente a frente, ¿no?, que yo para esquemático lo que haga falta. Pues pasa el que reparte los cascos, talla única pero con una holgura que da gusto, y el murmullo –Ahora SÍ- es un ruido tipo marabunta. Ahora cualquiera se arriesga a decir que parece que la Tierra De Todos, la TDT, ruge para salvar miles de vidas, o para no tener que gastar miles de tiritas.
La causa del dantesco murmullo es un comentario para la historia:
–¿Y si hiciéramos los platos de “comida no sólida” tomando como modelo estos cascos, con su viserita alrededor y una semiesfera en medio, la cual puede aplanarse por el centro, buscando estabilidad y falta de oleaje en cualquier tipo de sopita caliente a ingerir?, ¿ein chavales?
Se encargó al instante una cata de sopas a celebrar en el mismito campo de batalla. El célebre chief japonés Tutragá Lotó sirvió sucesivas sopas de cangrejo, de ave con fideos y una final semifría, estilo gazpacho pero más ligerita.
La facilidad con que se pudieron ingerir hizo que los cientos de miles de guerreros reunidos en segunda convocatoria aplaudieran con entusiasmo el éxito de la propuesta. Y, al final, con un poquito de agua, se llevaban puesto –y enjuagado- el casco a casa. ¡Pero añadir que el campo de batalla en sí mismo, limpio como los chorros del oro!, porque no se derramó una gota, aunque gracias también a los WC modernos instalados ex profeso para la reunión.
Como era un tercer cabo de mierda el que propuso la solución, cobró poquísimo por los royalties de la idea y la posterior industrialización del plato hondo. No llegó, en euros de hoy día, ni a los catorce millones al año para el resto de su vida, prueba aplastante de lo mal que se paga a los investigadores en cualquier país.
-Bueno, pfff, yo qué sé, ¿no?, o sea –dijo al ser entrevistado.