jueves, 9 de agosto de 2012

Grandes batallas de la Historia (XXXV).


Entrega de medallas.

Londres, juligosto de 2012. Estadio Olimpiquísimo y limpísimo, que señá Dolly MPieza, ama y señora del fregasuelos london club, se ha encargado personalmente de pasar la mopa y el algodón a diario. Eso sí, con la ayuda de su vecina Elionoradora Perkins Perkins, una fiera antigrasa, de cuarenta y nueve kilitos de nervio y puro músculo.
En la grada, preside un antiguo conocido del que le puso las persianas al primo del que le lleva por las tardes el zumo de naranja a la Reina, con lo bien que le sienta.
Se dan las medallas de parchís, versión backgammon.
Hay catorce que esperan la de bronce, por lo demás la ceremonia no pasaría de una sencilla entrega y halapacasa, que hay que echar la siesta y ver el resumen en diferido por la tarde, con un refresquito.
El himno del vencedor, Pardellant Homarina, de Pouloveskia, ha sonado bien, pero el solista se ha tragado el regaliz antes de terminar la letra y ha habido que llevarlo al hospital bocabajo.
Los que han trincado el oro y la plata, por si las moscas, se quitan de en medio. No han luchado cuatro años a tablerazo limpio en sus patrióticas tascas para verse involucrados ahora en una riña que amenaza con darte en un ojo con una ficha, en medio de una gresca.
Aunque no ha sido fácil, sus impecables disfraces de cadáveres le dan paso entre un creciente ruido, estilo marabunta, que presagia tragedia.
Los que reclaman se han organizado en dos grupos de siete, un número mágico del que alguno saldrá con vida, según los estatutos que redactan y firman antes de irse a por los otros.
Los cámaras, cansadas de gente que da saltos y vuelve a caer, se sientan en unas butaquitas de lona y, sin tener que soportar tanto peso, enfocan la bulla.
La primera ofensiva del grupo “A” de reclamadores del bronce es clásica donde las haya:
Reverencia en cuclillas, evitando escapes aeróbicos que quitarían trascendencia al momento. Sin levantarse demasiado las enaguas, los recios y pertinaces vagos de las tascas de Zambourovnia, Maduleska y Yarrayaarrayán, reivindican su medalla en un paso adelante, saltito a pies juntos y dos pasos atrás, a ritmo de bolero.
Avanza a continuación el grupo “B”, de Bostonia, Zulapaguay y Moscia, regiones del sur que no se arrugan porque todo lo comen a la plancha. Su estrategia es muy de baile en giro, con giros postales, telegráficos y de Italia, en sencillísimos pasos que, eso sí, ya incluyen cortes de mangas para ir más fresquitos.
La contraofensiva, o “segundo paso” según la calificación del maduleskonio Bernardo Pordentro, es de tirar chicles mascados a los pies justos del grupo B, lo que dejaría “sin movimientos” o “pegados al suelo” a dicho grupo en caso de querer avanzar.
Apenas lo consiguen, pues el grupo B, siempre con doble calzado, se libera con facilidad de las primeras botas y sale con gracia del atolladero y, a contrapunto, canta con buena voz el “la medalla es para mí, con esto quiero decir, la espero”, a ritmo de las dos gardenias de Antonio Machín. Además, lanza los primeros botes de humo casero de chimenea, sin nada de productos químicos.
El grupo B no espera más y lanza su infantería por la derecha, con miles de collares en sus manos. Antes de que puedan darse cuenta, el grupo A puede ver cómo sus hombros están “hasta las orejas” de todo tipo de colgantes: flores hawaianas, escapularios cacereños y un sinfín de rodeadores de pescuellos que, sin duda, haría “imposible” colgar nada más, a menos que “su intención fuera dejar caer al suelo una medalla olímpica, ¿O NO ES ASÍ?”
Destrozados por la evidencia, los del grupo A se retiran llorando, abatidos por la tristeza y el peso desmesurado de los colgantes.
Mientras se apagan las luces, los siete del grupo B colocan seis sillas en medio del campo de baloncesto y, con una radio a pilas, decidirán, con el resultado de este sencillo juego, quién se lleva la medalla a casa.
Medalla que nadie ha visto cómo se la llevaba a casa la Perkins bis, para pulirla y hacerla brillar como es debido.