lunes, 2 de febrero de 2009

Romero

Él, de por sí tenía “malilla” cara: Los ojos hundidos, enormes ojeras, tez morena verdosa, escaso y mal repartido el cabello… De cuerpo estaba algo mejor, si no fuera por la incipiente cojera que le quedó tras la rotura del tobillo, y esos hombros que querían abrazar al pecho. Hoy, se agachaba un poco para aplacarse las greñas con algo de saliva frente al espejo del baño, y se decía para sí que no estaba tan mal.
Ella, rubia… ¿platino?…, no, más bien blanco amarillento, se había permitido la licencia de quitarse unos 20 años en el cuestionario. Total, todos decían que no los aparentaba, con su metro treinta de estatura, se estaba calzando con mucho trabajo, unos enormes tacones que le permitieran sentirse la estrella de cine que siempre quiso ser, también se preparaba para el gran encuentro.
Ambos releyeron una vez más el mail: Lugar de encuentro “Café Conté”. Distintivo “Ramita de romero en la mano”.
Por supuesto ambos ocultaron el romero hasta ver al otro, pues la edad los había vuelto precavidos. Al pedir ella un café su mirada se cruzó con la de él y vió una chispa en aquellos ojos tristes. Sacó el romero de su bolsillo. 
–Gracias, gitana, -dijo él mientras le entregaba una moneda. Ella se ruborizó de golpe pensando que se equivocó de caballero. Entonces él, sonriendo sacó el suyo y se abrazaron.