lunes, 26 de mayo de 2014

Astronomía.


                  Celénides Brockam, astrofísico y ex consejero de Estado para el estudio de la vibración de la pandereta en el espacio aéreo de Chirmania, llegó a Cádiz el pasado domingo para “pasar unos diítas y ver su cielo”, dijo en su pobre español, idioma en el que apenas ha publicado una docena de tratados sobre el erizo de mar.
                  Nada más pisar la playa de la Victoria y desencrustado que hubo un cangrejillo de su pie, llamó a una vendedora de papas fritas con dos doctorados, negoció la compra de varias bolsas cerradas y le pidió en matrimonio a las 14:00 horas, cuando lo que quiso decir fue “quédese el cambio”.
                  La chica, en principio una joven morena de piel ídem, llevó bien las primeras ocho horas de vida marital legal no efectiva, una convivencia tranquila bajo la sombrilla de Celénides que les llevó a la noche. Reinaba aún cierta armonía sostenida en una diversidad cultural evidente y palpable: Celénides observaba las proporciones cósmicas de La Vía Lactosa desde su azotea y su esposa, dando golpecitos con el pie en el suelo, proponía que le observara sus propias y palpables proporciones, en cumplimiento de sus obligaciones de lucha libre sobre cama tierna de sábanas aderezadas con  turgencias y chistes verdes frescos, todas ellas derivadas del reciente contrato.
                  -Me tienes frita –dijo, y sabía de lo que hablaba.
                  A las 00.02, ya del día siguiente, la esposa subió a la azotea y, en la mayor ortodoxia del lanzamiento olímpico del martillo, giró el telescopio hacia sí misma, mandó el brevísimo y vaporoso camisón a volar a lomos del viento de Levante y se encaró turgente y amenazadora hacia su inestrenado marido. Celénides observó bien, se limpió las gafas, las tiró después al suelo junto con el telescopio y, sin más, vio las estrellas.