viernes, 30 de noviembre de 2012

Grandes catástrofes artificiales (4).


En el Espacio.

En el sótano de la nave de reconocimiento soviética Máspayavoi, haciendo la colada, el capitán y piloto Iván Depris se quedó a dos velas. No sólo echó en falta el cuarto de rublo para hacer funcionar la lavadora marca Komolaniev, sino que se vio falto de luces, entendida como potencial energía eléctrica, y no como incapacidad de razonamiento como sí la entendía la tripulación excluidos él y su cucaracha rubia y alcantarillera Sigrid Sventon.
El hecho no tendría mayor trascendencia si no fuera porque, además de ser el encargado de las toallas de la nave, también lo era de los calcetines. Pensó que NO sería la primera vez que recibiera en plena estación orbital un sobre postal de 40x40, cartón flexible plastificado, con acuse de recibo, enviada por Antonio Puskas, el tovarich número 4 del partido, pidiéndole explicaciones sobre “esas formas” de pasearse sus ingenieros/as por el espacio, esgrimiendo unos cubrepieses que daban grima por la pringue que llevaban adherida.
Al salir a tientas de la sala de máquinas, tuvo cuidado de no pisar a Sigrid y, sin llegar a la docena de golpes recibidos al avanzar en muslos y cabeza, dio con la sala de reuniones importantes, donde, se lo temía, su cachondón segundo de a bordo, el famoso ex torero Poncito el de la Moskova, le esperaba sentado junto a su asiento con dos velas encendidas.
–Se las he sacado por diez kopeks al capellán, reverendo ortodoxo pope Ambroas Malasgratias, señor. Un pelotazo, señor –dijo sonriente al verle entrar y tropezar sólo un poquito con un perchero de roble macizo de los Urales a prueba de termitas.
–A partir de ahora, las reparaciones en el exterior, con botitas. Se acabó –dijo Iván de forma terrible.
Para hacer oficial la medida, Poncito convocó a la tripulación al completo, que acudió a trompicones por los estrechos pasillos que llevaban a la sala. Por el camino, consecuencia de la falta de espacio dentro de la nave –fuera sobraba sitio-, hubo una propuesta –habitual- de mezcla de razas eslavas con otras todavía más eslavas. El capitán tuvo que salir a poner orden y gritó con todas sus fuerzas “¡Mosavé, mosavé, si el resto del día no hacéis otra cosa!”, dirigiéndose hacia el lado contrario del que le enviaba jadeos, cremalleras atascadas y botones al aire. Finalmente orientado, sacó la escoba y destaponó el pasillo de forma radical, como se ha hecho toda la vida con las parejas adhesivas.
Menos mal que no se podía ver el estado en el que acudían las tres tenientas, Sonia Laflautova, Sofía Dinadien y Anastarta Prejinenka, que, junto con el experto en refriegas Igor Dinflón, completaba la tripulación del Máspayavoi.
–Habrá que reestructurar la vida en nuestro pequeño mundo –dijo Iván serio como pocas veces en su vida, dirigiéndose al perchero. Las dos velas mantenían un pábulo de dos centímetros y se procedió a su apagado pensando en situaciones de emergencia.
–Usted proponga, líder espiritual –dijo Sonia metiendo sus dos manos en un pantalón que, gratamente sorprendida, comprobó que no era el de Iván.
–OOOUUYYYch, –dijo Poncito al recibir la intromisión de dos manos llenas de uñas a la altura exacta que provoca normalmente esa expresión.
Sofía y Anastarta derivaron en la oscuridad, como leonas silenciosas, sin rozar ni una sola de las seiscientas bien calculadas sillas de la Sala, de modo que Igor las recibió, igualmente acostumbrado, con los brazos abiertos.
Quizá más que dolido por la falta de una mínima atención, perdido del todo en una oscuridad extensible al infinito del Universo, Iván localizó la puerta, fue al cuarto de mantenimiento y volvió con un fusible en tan corto espacio de tiempo que la tripulación al completo declaró no haber conseguido ni siquiera tres puestas en órbita.
Iván puso en marcha el funcionamiento de la nave. Y las lavadoras. Esta vez, a pesar de los presupuestos para investigación espacial, puso suavizante. Quería limar asperezas.
Hora y media después, con lo difícil que es secar las toallas en el Espacio, Iván volvió a la sala con todo doblado y dijo:
–Para puesta en práctica inmediata, dicto la siguiente circular redonda interna:
“A partir de ya, no sólo calcetines limpios, sino con la ropa puesta. Se acabó el trabajar de dos en dos –usted, Igor, hasta de tres en tres- dentro del mismo traje, aunque se esté holgadito.”
El programa sociológico “Phollastaartarte Dakías Tamarte”, se vino abajo. Desde el centro de control en la Siberia más fría, los ingenieros tiraban a la papelera millones de cálculos que buscaban la reproducción espacial sin fotosíntesis. Ni siquiera candelabros. Lloraban ante el invencible impedimento de una norma establecida en una nave por un capitán, aunque fuera tonto y se equivocara de nave. Sólo algunos sentimentales se quedaron para sí las doscientas cintas de video en formato 3D donde Sonia y sus compañeras rectificaban con sus conocimientos la trayectoria de alguna que otra antena parabólica.
Hasta Sigrid –con una cruz- firmó la propuesta de mandar a Iván a pintar de blanco la nieve de Vladivostok.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Paseando mi ciudad... nuestra ciudad




Hace demasiado tiempo que no entro en esta casa de los sueños que es PARALEERNOS, pero no por eso me olvido de ella y de sus habitantes. Por eso, aquí os dejo unas pequeñas imágenes de esta ciudad nuestra que tanto me gusta recorrer. Mil besos de arcoiris.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Grandes catástrofes artificiales (3).


Funeraria de Cool Krage Count. Missouri.

Adolph Both Brenterley, dueño de la funeraria Pallavás de Cool Krage Count, se murió el gilipó sin avisar a nadie. Y mira que su tía abuela Dermoginalda Brat Both se lo tenía dicho: niño, como se te mueras sin avisar te muelo a palos. De hecho, en el improvisado entierro, la rigidez cadavérica de Adolph obligó a Dermoginalda a sacudir los abdominales oblicuos de Adolph durante media hora, al objeto de que el encaje en su nuevo envase se produjera con cierta facilidad.
El problema ahora era quién se hacía cargo de la funeraria en el pueblo. Doña Dermoginalda salió por patas, a una velocidad impropia de sus años, luciendo en su huída y con la inapreciable ayuda de un viento de fuerza 4, hasta tres de los seis encajes de sus blancas sayas bajo las cuatro faldas negras con que habitualmente acudía a los entierros.
Al no haber candidatos voluntarios ni familiares, el puesto de funératra se decidió –por sorteo- que sería por sorteo.
No hubo campaña para ganarse el voto de los vecinos y obtener el puesto. Al contrario, en varias ocasiones a lo largo del día, algún viandante se paraba en un lugar transitado del pueblo –hasta veinte personas podían llegar a cruzarse con él- y a voz en grito declaraban que, si lo escogían para el puesto de Adolph, se encargaría de darle una frecuencia  extraordinaria a las actividades de la empresa. Como no entendían bien, alguno lo aclaró bien claro:
-Como para el futuro que viene se me cojáisme de archivador eterno de cadavéricos cuerpos presentes, me jarto de matá y de matá, cagonlapeste. Que yo no sé estarseme quieto en mi puesto de trabajo, brazo sobre páncreas todo el día.
Aquello SÍ que estaba claro.
El alcalde, Horacius Pempemtoke Asbad, emborrachó a todos los que pudo para convencerlos, teniendo en cuenta los recortes para borracheras que había llevado hasta Cool Krage Count la temible crisis. Pero de nada le sirvió. Al contrario, recibió un escobazo por parte de Shirley Templeton Subut, esposa de Robin Show Biñopsia, quien estuvo a punto de morir debido al coma etílico inducido por el alcalde.
La solución no llegaba y la gente tenía miedo a morir. Como si antes de faltar el guardafiambres no lo hubiera, pensó el alcalde.
Hubo tormenta de ideas. Algún vecino pensó que la autoconcienciación individual de cada uno por sí mismo, interior y sobre todo intrínseca, podría dar una tecla armónica al desastre aparente de falta de hueco en la eternidad insoslayable. Este vecino fue mandado al pedo, pero no perdió el empleo gracias a que nunca había dado ni golpe.
Finalmente, como en todos los servicios públicos, un hombre gris vestido de gris llegó al pueblo después de leer en las redes Libro Por la Cara y Bailador de Twist que el pueblo estaba sin sembrador de fiambres. El servicio se hizo privado y se individualizó la muerte para siempre jamás en Cool Krage Count, de modo que cada ciudadano, en la espalda, se instaló un dispositivo de movimiento zombie autónomo, con alcance máximo de cinco kilómetros (Cool Krage Count no llegaba a dos de máximo recorrido) y con identificador por código de barras del hueco personal ya establecido.
El alcalde, al ir a darle al hombre gris las llaves de la ciudad, tropezó y se cayó dentro del hueco preparado para su esposa, Almadia Bonella Mona, quien se lanzó dentro a socorrerle. Al salir, hora y cuarto después, con los dedos índice y corazón en forma de V, las ropas en desorden y una sonrisa pícara, la esposa dio el visto bueno al sistema, tanto por dimensiones, anchura y altura, como por frescura con ausencia de humedad.
Por la tarde, se dio un paseo y recogió a su marido del hoyo para cenar juntos.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Grandes catástrofes artificiales (2)


Póker balístico.

En el saloom de la cantina regido por la señorita Propteski, la división de las mesas, al 50% del local, se debe a que las bandas de Maloso Boy y Ferocity Frank se han juntado este día para una partida de póker a las balas.
Las reglas son las de siempre y son bastante claras:
-Bocadillos y refrescos pagados a medias.
-Nada de medias tintas, que manchan las piernas.
-Media hora de descanso para ir al baño y volver. En caso de no volver, el tiempo podría ser ilimitado.
-En caso de empate, tras un máximo de dos desempates, los cuatro jugadores de una mesa debían dispararse entre sí un mínimo de ocho balas, lo que implicaría destreza ambidextra para disparar o gran rapidez para cargar de nuevo el mismo revólver, para lo cual debe dar permiso el que, en ese momento, se tenga enfrente disparando en dirección opuesta a su propio cuerpo. (Este punto se redactó hace tiempo. Hay que mejorarlo en su comprensión y dictado)
-Si persiste el empate, la señorita Propteski la emprenderá a tiros de su escopeta Browning de calibre cañonero y hará saltar por los aires más de un calzoncillo de cuello alto, con su relleno dentro.
El gran cantante mongoleño Aarón KonKo Kakol en persona, mientras no le den, amenizará la velada cantando alegres canciones de su pequeña tierra (tiene sólo doce macetas, pero aspira a más), en las cuales los gusanos se comen el trabajo del hombre y después a los propios hombres. Ley de vida, dice el estribillo, igual para todas sus composiciones.
Se hace un agujero en el techo cuando la dueña del templo del juego inaugura la partida con un disparo. El agujero es más grande de lo esperado, quizá la munición de su escopeta ha sido infravalorada. El caso es que, ante el asombro de todos, del primer piso cae una bañera blanca maciza, de hierro forjado, conteniendo en su interior agua espumosa debida al jabón disuelto, una esponja suave, un patito de goma y los cuerpos de Marguerite Basurte y el caballero Robert E. Huberfinn, prometido y a punto de casarse con la señorita Propteski.
Una vez navegado sobre su propia estela, la bañera se para en medio del saloom y la situación se vuelve embarazosa. Todos los jugadores, tras admirar en silencio la silueta de la señorita Basurte al salir de la tina enjabonada para intentar quitarse de en medio, declaran que la incidencia les ha aguado la fiesta, lo que en parte es comprensible dado que la tubería del agua hace manar un chorro digno de un parque de bomberos.
La dueña del local hace evacuar la estancia, devuelve el depósito de los jugadores y manda a la señorita Basurte a cerrar la llave de paso.
Todo se ha ido al traste.
En la calle, desganados, los hombres de Maloso y Ferocity se disparan sin la menor alegría, sembrando la calle principal de unos cadáveres, sin lugar a dudas, mortalmente aburridos.
De hecho, los dos supervivientes juran que no volverán a jugar al póker jamás en su vida, cosa que cumplen en el acto al dispararse por error la escopeta de la señorita Propteski, mientras regañaba severamente a su prometido, aún dentro de la tina.

martes, 13 de noviembre de 2012

Tormenta


Me senté para sentirme
tranquilo y despreocupado,
en un banco, sin dormirme:
sólo por estar sentado.

Mi paz desapareció
en brevísimos instantes,
por culpa del detonante
trueno que no oscureció,
pero sí que ensordeció
al público paseante.

Para mí que era alemán,
hecho al ruido tormentoso
de rayos escandalosos:
sonó como “¡RRRRtaplán!”

Emergió de fuera adentro,
tono grave y aumentando,
con el asiento temblando
debajo del epicentro.

No giré el cuello en seguida,
por el furor contenido
del sismo no interrumpido
y las ondas mantenidas.

El furor pareció irse,
pero vino con el viento
algo que cortó el aliento
y no era para reírse.

Tranquilo como quien dice,
como quien no ha roto un plato,
no se disculpó del flato
y se tapó las narices

El tipo rió con saña,
y enturbió las relaciones
entre nuestras dos naciones,
pues con esas emisiones
tiritó el Banco de España.

exponiendo en Lisboa

Desde el día 10 y hasta el 23 estoy exponiendo en Liaboa  una selección de esculturas junto a otros artistas, entre los que se encuentra mi colectivero y amigo Pepe Carmona. Estamos aprovechando para turistear por la ciudad, siempre acogedora e impresionante.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Blanda condena.


El 24 de agosto de 2012, el matrimonio formado por Abisinia Benavides Castro y Domingo Echartes Fantúa no se podían ver. Si bien el día antes se odiaron durante más de dos horas, fue por la mañana del 24 cuando se inició una descomunal batalla de almohadas rellenas de pluma, marca Tumbanuka que llamó la atención del vecindario, compuesto por dos casas adosadas que componía, junto a la del matrimonio “del orden alfabético”, toda la población de la urbanización.
Abi era rápida y punteaba los riñones de Domin, quien contraatacaba con enormes almohadazos en las orejas, a sabiendas de que así el sentido del equilibrio se resentía enormemente en su esposa.
El combate se prolongó hasta que la última lamparita rompible cayó al suelo. Para entonces, el matrimonio ya estaba esposado y siendo introducido en un furgón policial que los conducía a cumplir dos años de condena en la prisión federal Noullasplis, sin juicio previo debido al aparente ensañamiento por relleno excesivo de los reposacabezas conyugales. De hecho, como eximente-atenuante-minorante de la reclusión, se tomó en cuenta que cada uno había usado la almohada del otro, lo que suponía que las armas no habían sido “retocadas” o “modificadas” para la trifulca.
Una vez al mes se les permitía la visita de los abogados, cada uno en su módulo. Al hablar con el suyo, Domingo le preguntó si tendría que realizar trabajos forzados.
-Así, es Domin, -respondió cabizbajo el letrado, un tal Andrade Fensor, abogado de oficio.
-¡Pero, pero…! ¿y a ella, qué le obligarán a hacer? ¡Es tan culpable como yo!
-No te prometo nada, pero supongo que le darán el mismo trato. La Ley es clara en eso.
Dos días después, en presencia de sus abogados respectivos, cada uno en su celda, Abi y Domingo podían leer sus sentencias firmes: Tras sus nombres, se podía leer con claridad “…condenados a fabricar almohadas durante un período de no menos de dos años. Ejecútese la sentencia. Firmado, Floyd Aran, juez. 
Sin saber que sus celdas estaban separadas por un muro común, ambos se apoyaron en la pared, exactamente una mano contra otra.
Los puestos de presidenta y director general de la compañía Tumbanuka quedaron vacantes durante dos años sin que nadie se atreviera a ocuparlos. El Consejo de Administración se hizo cargo de sus funciones durante ese tiempo, durante el cual la producción de almohadas y su venta subió casi un 20%.

En tu busca.


Sentí romper el aire que surcaba,
salté impulsado al encender la mecha,
volé lo mismo que voló la flecha
que dijo el tal Cupido que mandaba.

Se trataba de amar, el preciso momento
de ir a la cima de las torres más altas,
de abrir el cielo, saltar, lo que haga falta:
 planear a ras justo del firmamento,

hacia tu corazón, directo, sin paradas
llamadas cardio, también respiratorias,
por quien de amor no quiso saber nada,

que la llamó, además, parada obligatoria.
Al no saber amar, ni ser persona amada,
le perdoné no ir en busca de tu gloria.