Pasaba
Claus la tarde en su cuartito, rodeado de libros y paquetes pendientes de
ordenar, cuando, como cada año, se enfrentó a su gran dilema: ¿cuál de ellos?,
¿a quién me dirijo?
Claus
conocía el lenguaje correcto y las fórmulas adecuadas para dirigirse a
cualquier persona que ostentara un cargo público, desde el señor del camión de
la basura –un amigo que le agradecía su orden para la limpieza- hasta un jefe
de Estado, a quien le pedía que hiciera limpieza también al menos una vez al
año, con resultados diversos, se dijo.
Aún
así, se atragantaba precisamente en el encabezamiento. Al ver que se le echaba
el tiempo encima, rellenó los apartados de comportamiento y elección de
zapatillas para estar en casa y se dirigió a la Asociación de Magos
Universales, a sabiendas de que, desde allí, la remitirían a uno de los tres.
Quizá Gaspar, pensó, sin atreverse –como cada año- a ponerlo expresamente.
Uno
de sus renos se encargó personalmente de echar la carta al correo.