martes, 8 de septiembre de 2009

Plagas (2)

Ranas.

Es la segunda conocida y también tuvo en su origen una causa culinaria. En el bar llamado El Lobo bobo, se pagó la licencia para cocinar a forasteros perdidos en el bosque cercano cuya letra del NiF fuera la π. Desesperado ante la ausencia de tales, el dueño del local, Alfredo Lobo Irigoñate, salió de su bar en busca de negocio y lo hizo en medio de una lluvia de agua vertical y transparente en forma de pequeñas gotas que le desvió con violencia al lago situado en medio del bosque cercano. Al no tener costumbre de poner la capota a su coche, su porsche verde se convirtió en el paraíso para dos ranas croantes y saltarinas que se instalaron en el asiento de atrás para pasar la noche. Antes de abrir para desayunar, la esposa de Alfredo sacó del charco el coche con sus ocupantes, dos batracios, de lo que dedujo que su esposo se había transformado en uno de ellos.

Harta de esperar a que apareciera, decidió largarse y activó el mecanismo de cierre de la capota del coche donde quedaron atrapadas las ranas, aún embriagadas de una noche de amor sin humedad, por lo que ninguna de las dos pudo escapar. Pero la Naturaleza ya había hecho su trabajo.

En un rápido y desesperado intento de recuperar a su marido, la cónyuge besó con rapidez a las dos ranas y, al ver que no se transformaban en su esposo con un toque de magia, los echó a un perol de aceite hirviendo, a cuyo calor surgió la leyenda del beso asqueroso con resultado de príncipe o tapa exquisita.

Al anochecer del mes siguiente, dos millones seis mil cuatrocientas doce ranas croaban con pancartas delante de la puerta del restaurante. De ellas, sólo la décima parte tuvo acceso al asiento trasero del porsche, una maniobra que controló de manera drástica la reproducción de la plaga. El resto era engatusado y cocinado a diario por la cónyuge, que se olvidó del marido para siempre, sin que llegara a saber lo suyo con una rana joven, forastera, algo fea, pero provista de un excelente par de piernas, que le besó para salvarle de morir ahogado en el lago, a casi medio metro de profundidad y huir juntos y a saltos del bosque para montar su propia plaga en el pueblo de al lado, donde a base de besos no quedó ni un sólo ser humano.