martes, 5 de octubre de 2010

CONCEPTOS BÁSICOS (4).

EL TRABAJO.

Asistí la semana pasada a la quinta reconstrucción del pueblo de Cantares Locos, con nombre distinto del que tenía para vender más mapas. Y leí el proyecto, que empezaba por una lista de lo más necesario:

- Cárcel con salas insonorizadas para interrogatorios, que lo primero es prevenir.

- Campo de tiro en el parque del jardín de infancia.

- Armarito/camping de lona, con letrero de “Biblioteca” pegado, por si algún sabidillo reclamara falta de atención a la cultura.

Suficiente como para exponer con total rigor lo de trabajar. Con fundamentos:

El origen de los conflictos laborales data, dicen, del Paraíso. Mal ambiente laboral no había, no echemos leña al fuego. El Patrono estaba contento con el envasado de las frutas y Adán lo invitó a su boda. La novia, que no se callaba una, en medio del banquete, se quita el velo de parra de novia y suelta: “¿No dan una paguita extra por casamiento?”. Y Adán, que “calla, que no es el momento”, que ya hablará él lo que tenga que hablar.

Cuando a los quince días vuelven de La Alcarria, encuentran la empresa cerrada y una carta de despido firmada por El Empresario, donde le larga que lo descubrió metiendo la mano en la caja de las manzanas y que por ahí no pasa. “Haberme dicho que no llegabas a fin de mes; a Mí, que soy como un padre para ti, gusano verdoso.” En la puerta, el carro de fuego de la mudanza.

Algo después, el fundamento de la organización laboral está, según los eruditos, en el antiguo Egipto.

Los faraones, para construir sus pirámides adosadas necesitaban mucha mano de obra por lo que las obras duraban. Pero por la mano dura no duraban los obreros al abusar del látigo, del que también los capataces recibían algún que otro golpe con las bolas de las puntas al rebotar las bolas en las bolas propias. Y en la punta.

Ocurría también que el jefe de ejecución de obras era más lento que el de ejecución de obreros, llamado Elmashmatón, que redujo el personal a su cargo, pues se cargó a los cargadores de piedras y además daba cargos a los que se pasaba por la piedra su cuñada, Celia Kontormún.

El más famoso de los faraones, RománRamön, en el primer convenio colectivo, estableció el ascenso por méritos ajenos a la famosa cuñada, el máximo número de latigazos diarios y la proporción de jefes/obreros, para acabar su pirámide con un equipo formado por diez albañiles y noventa jefes de obra. Pero a él se debe que, al mejorar las condiciones laborales, se volviera a usar la palabra abuelo.

Siglos después se negociaron las vacaciones y el derecho a la huelga. A las primeras reuniones no iban los jefes porque estaban de vacaciones. A las segundas reuniones no iban los obreros porque estaban ensayando la huelga. Cuando a la tercera querían reunirse ambas partes, había un hipódromo en el solar donde se fundó la fábrica.

Hoy día, la reivindicativa izquierda ruge en la cara a la derecha que son así, pero que muy así. Los conservadores responden enérgicos que ¡pero ay, como sois a cambio!, lo cual aclara cualquier conflicto de modo definitivo.

MUJERES (1).

ANA.

Ana, mujer de cuerpo y espíritu alegres, que declaraba desde el primer momento de sus citas cuánto le gustaban los hombres, llegó a darse cuenta de que por no decidirse a elegir, por el miedo a no hacer la elección correcta, tenía el alma a punto de estallar en pedazos. No rehusaba acudir a cualquiera de las citas a ciegas de la agencia de encuentros, pero en la última le costó mantener la sonrisa antes, durante y -mucho más- después.

Cansada de sentirse con el ánimo de una botella de champán, llamó para decir que no volvería más y que la borraran de la base de datos; dejó pasar unos días sin pensar en buscar compañía y salió a caminar.

En la acera de su calle, un ciclista le hizo avanzar de forma brusca y Ana vio como salía despedida de sus manos la bolsa donde guardaba la ropa de deporte. De forma instintiva saltó hacia atrás, donde unos brazos como troncos de árbol, los del ciclista, la acogieron sin que chocara contra la puerta de cristal del gimnasio. Inmediatamente después, vio otros brazos igualmente recios que acudían a ayudarle a levantarse. Eran los del conductor del camión que había estado a punto de atropellarla. Su bolsa no tuvo tanta suerte.

Ana era un sandwitch entre dos rebanadas de maciza carne masculina. Decidió desmayarse y verlas venir.

En la cama del hospital, con una vuelta a la consciencia lenta y paulatina, miró a un lado y otro para comprobar que los dos hombres seguían allí. Ninguno recriminaba al otro su papel en la escena.

Ana había meditado durante el tiempo de aparente inconsciencia, en el que sopesó cuál de los dos le convenía mantener a su lado.

Tardó en soltar su primera fase lo mismo que en abrir los ojos.

-Me quedo con los dos, si os parece bien.

A la semana siguiente de abandonar el hospital, cuando llegó la cama de 150 centímetros, los dos hombres colocaron las sábanas y la almohada. Ana solía llegar a casa más tarde que ellos y la esperaron acostados cada uno en un extremo, con un hueco de indudable dueña en el centro.

Al abrir con llave y mirar las dos chaquetas colgadas en el perchero de la entrada, saludó:

-Hola, niños.

Quince años después, Ana está cada día más convencida de haber hecho la elección correcta.