domingo, 3 de octubre de 2010

Cuando soy perro

Cuidado que ladro, y es acto reflejo:
inercia de instinto animal.
Cuidado que gruño y, si me tocas,
desabróchame el genio, digo el collar.

Dominará a la bestia
quien le introduzca su mano en la boca
y le acaricie los surcos del paladar.
Sólo entonces la fiera
disfrutará su galleta, pero has de saber
que querrá más.

No tengas miedo, que hoy
no te hago nada: estoy perro.
Cruza mis mandíbulas,
sigue las líneas del cielo.

Furia. / Foto: Ely Rodríguez.

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XXVII).

Batalla fronteriza.

Lo que nos pudimos reír el jueves pasado en la guerra de la frontera de Catangue, cerca de la capital, Muermolandia. Si es que lo pienso y se me caen los dos calzoncillos al suelo. Pues resulta que el cabo Tones, el nuevo, se pone a descorchar las botellas de cava en las mismas narices del enemigo, que venían a ser unos catorce. Pues claro, tapón va, tapón viene, hasta que uno de los últimos da en la nariz de uno y hace que se le rompan las gafas. Pero la cosa no quedó ahí, sino que el desgafado, que según la palabra tendría que tener mejor suerte, se mosquea, tira la revista que estaba leyendo y se lía a empujones con uno de los suyos, de su mismo bando, supongo que por no avisarle. Y nosotros, sin nada mejor que hacer, nos sentamos a verles pegarse. Lo que pasa es que nada es perfecto en esta vida y, de resultas de la refriega de los enemigos, nos salpicaron nuestras cestitas de picnic y de pronto vemos a nuestro sargento Matitos chillando como una loca y diciendo que odia los filetes empanados, que está harto de que le rechinen los dientes. Y yo ya no podía con la risa floha, floha, floha, al verle comer todavía más tierra en la tortilla. Claro, yo acostumbrado al Levante y la playa, la tierra es como lo mismito que la sal. En fin, que a mí –en serio lo digo, que no lo pude evitar- se me desborbotó el cava fresquito por la nariz. Y menos mal, que si no me da una atragantancia de miedo. Y aquello era un devenir de malísima formación en combate, con mirarnos unos a otros sin la menor marcialidad, la trinchera perdida, vasos de papel tirados… Y llegó el de la ONU.

-¿Y pa esto me levanto yo temprano un domingo que tengo pa descansar porque no corre el Alonso?

Allí mismo nos puso de verde y limpio. Nos dijo –y me miraba a mí, aunque no lo dijera- que había visto dos babuinos llevando mejor el uniforme; que el jefe de ellos no tenía ninguna vista para la estrategia. Que el cava no se sirve jamás con el pescado –aquí el cabo Tones no sabía dónde meterse- y que si le volvían a molestar avisándole de un conflicto y se encontraba algo como lo que acababa de ver, nos mandaba a repasar los volantes difíciles de los trajes de la feria de Sevilla y, si fuera necesario, volverlos a coser. Y de prisita, que en marzo ya se están probando las muchachas. Nos metió de veras el temor en el cuerpo y reaccionamos con rapidez. Yo le tiré una bola de papel a uno de enfrente para recomenzar las hostilidades. Pero él iba a gritarme alguna grosería y engulló la bola de papel. No pude –no puedo evitarlo en general- parar de reír y otra vez empezó el tonteo. Hasta perdí la página del libro por donde iba. Ahora bien, los enemigos estaban ya cansados de la que nos traíamos con ellos y el de las gafas perdidas firmó el armisticio sin mirar siquiera el documento. Por poco no le pongo los plazos del lavavajillas nuevo. No estuve atento.

Al volver, junto al de la ONU que se apuntó un inmerecido mérito, el subsecretario de defensa me pinchó la medalla en el lóbulo de la oreja en lugar del pecho. Supongo que, en lugar de denunciarle, aprovecharé el agujero para ponerme pendientes si voy a la feria de Sevilla

Escribir sin remordimiento

Pasa otra noche
y tampoco merezco escribir,
amanece un nuevo atraso
en mi cuaderno de condenado.

Quiero escribir sin remordimiento
y mamá,
desde un azul umbilical,
ilumina el vacío
que contiene mis letras.