Desde que nació el mundo, y hace más de tres cuartos de hora de eso, andamos rodeados de preguntas. Se hacen, se lanzan, se piensan y más o menos se responden. Y son las respuestas las que encauzan el progreso en una u otra dirección, llevando al desastre o a la belleza o más sencillamente a una u otra forma de caos.
Preguntas sencillas: ¿Estudias o trabajas? ¿No te tocaba bajar la basura?, no mucho más allá de ¿Te crees que voy a rebajar tu deuda porque sí?
Lo que importa son las respuestas, las decisiones y la puesta en marcha, sin desdeñar, jamás de los jamases, las formas en que lo hacemos, si con los dientes apretados o sólo dejándolos ver, blancos, adornando una sonrisa.
Tras una diatriba como ésta, pocos han podido conciliar el sueño a la primera. Lo sé y –consciente de ello- voy a enviar una pregunta incisiva, concisa, práctica, concreta y nada capciosa. Pero, y aquí está mi modesta aportación, ¡Incluye la respuesta!
Sí amigos, sí. Lo he pensado y sin dudarlo la incluyo un renglón después de formular la pregunta.
Para todos ustedes, sin ánimo de lucro y en primicia, ahí les voy:
-¿Qué hace falta paraleernos?
-Escribirnos.
Tengan ustedes muy buenos días.