Todo es igual que el día anterior, de no ser porque hoy llueve; llueve a chuzos. Es por eso que mis ojos esperan a que el autobús desaparezca, y tras él, desde las ramas tupidas de los setos, la niña de la lluvia aparecerá para mirarme.
Sus ojos son poderosos, y es que ni su paraguas, tan rojo como sus botas, ni la distancia, ni la misma lluvia espesa, pueden evitar que el brillo penetrante de sus ojos toque a veces los míos, cual florete certero, para casi cegarme.
Yo la espero. La espero desde que el cielo al caer la tarde se va vistiendo de nubes. La espero desde que la tierra, aún seca, comienza a exhalar ese olor previo a la tormenta. Espero a la niña, que aparece siempre ante mí, los días lluviosos, una vez que el autobús de las once parte para seguir su última vuelta nocturna.
Las puertas se cierran tras el joven vestido de camarero, al cual parece que le hayan prestado el uniforme.
En mi ventana, el agua hoy no azota, porque viene sin viento, así que puedo mantenerla abierta sin empaparme.
Ahora. Ya llega. La rama que se mueve, la botita que asoma y, tras el paraguas, la niña hace de su presencia una realidad, de nuevo, en esta extraña noche, para decirme que un día fui como ella; que llevaba paraguas y botas rojas y que me gustaba saltar y saltar en los charcos del parque. Hace su presencia para llevarme de la mano por ese recorrido que siempre es el mismo, donde la lluvia nos acompaña todo el tiempo. Sí, un recorrido por los recuerdos y por lo que se ha de olvidar.
Aún guardo el paraguas y las botas. Aún me queda un leve recuerdo de aquella noche de lluvia, donde me arrebataron la niñez de un solo golpe. Ahora, las noches del presente me hacen volver a andar el camino para evitar cruzarme con ese camarero. Es por ello que me escondo tras los setos y lo observo hasta que desaparece para entonces respirar hondo. Después me miro a mí misma, allí en la ventana, mientras el agua que nos cae, hace su papel y nos purifica, y nos brinda la oportunidad de reencontrarnos con la mirada.
Yo soy la joven de la ventana, y soy la niña de la lluvia. Cuando nuestras miradas se reconcilien por completo, la medicación podrá terminar, para vivir libremente; como una sola. Como una joven que se olvida de la lluvia, para esperar al sol en la ventana.