lunes, 14 de septiembre de 2009

Plagas (5)

La Peste.

Se conoce como la plaga invisible, intocable quizás, pero una de las más fáciles de extender y difíciles de extinguir. De nuestra prehistoria conocemos un caso al que atribuirle el origen, o sea, echarle la culpa.

Data de los Pituit Arias, la primera dinastía que gobernó la ciudad de Budapest Urria, irreconciliable con la rama de los Nass Hales, que reinaron en Budapest Azo, una familia de caminantes de cuestas arriba. Cuentan que a uno de ellos se le incrustó una rama junto a un tobillo, dentro de una bota, de tal guisa que hubo que descalzarle, obteniendo como expresión, tras miles de litros de agua contaminada para siempre, la siguiente y conocida frase:

-¡Mirad, mirad, deditos, como en las manos!

No hubo quien celebrara con él el descubrimiento, ya que la mayor parte de sus parientes y amigos (hasta entonces) huyeron con sus vestidos y ganados, salvo los cerdos, que murieron de asco en directo.

Y fue que en esta diáspora cada unidad familiar a efectos fiscales se dispersó desde el centro de Europa a los vértices de Europa y hubo con su presencia una epidemia de narices tapadas y respiraciones entrecortadas que llevó (cómo son las cosas) a la gloria y el gozo de Marikki Chanel, una que guardaba flores debajo de la cama, como coleccionista que era de amantes que hacían turno esperando a que terminaran los de encima de la cama. Pero fue en su faceta de perfumista en la que ganó promoción social y protoeuros en oro, siendo llamada a la corte real para intentar que aquello fuera sostenible con las ventanas cerradas en invierno.

Así hasta nuestros días, en los que la emisión de los axilobacos de los tontonietos de aquellos nómadas precisan de cataratas de gel y perfume posterior para sí y mascarillas para los demás cuando insisten en ir en autobús o metro, de pie y agarrando los estribos que cuelgan de las barras. Porque, además, no son muy altos.