lunes, 10 de enero de 2011

Cocktailes famosos (4).

Cena en casa de los Van De Tras.

Para no atragantarse con las palabras en su discurso de bienvenida, Josebatman Dolina, el esposo de Genadette Van de Tras, se endilga después del cafelito media botella de orujo que acaba con sus gafas y su calva postiza colgando del ojal, lo que acentúa su mirada perdida y la dota de un aire misterioso. Él expone sólidos argumentos a una lámpara del XVII y pierde la discusión.

Su mujer le mira y, al doblarse para empezar una sonora carcajada, se le parte la faja en dos y la parte delantera de la misma aterriza sobre la bandeja del pavo que, aún vivo, ensayaba la futura posición para la cena: su escena cumbre. Un pavo con pedigrí sabe cómo presentarse ante unos comensales selectos, sin apuntar a ninguno de ellos directamente con la salida del túnel, parte por la que, por otra parte, podría salir disparado un limón o unas castañas utilizadas en su cochura.

El mayordomo, Sebastián Gustias, repone el orden natural de las cosas llamando al orden. Ha sonado el timbre. Llegan los invitados. Comienza a llover fuera.

Se trata de la condesa Dimitrieva Polivalenska, rusa los días impares, que acude con su último amante, el actor de reparto Jonnie Pinberstone, protagonista de la afamada serie “¡Ay chiquillo!”, de la Fox, donde tiene un papel satinado.

La mesa elegida es la bajita, redonda, del cuarto de los niños. Aquí la explicación es fácil: nadie preside, nadie es anfitrión. Los contras, en cambio giran en torno a que hay que agacharse a la altura de las rodillas para llegar a los platos. No mucho, dice Jonnie, oyendo cómo la hebilla de su cinturón le rasga la camisa de parte a parte al ir a por un bollito de pan para picar hasta que el pavo esté en su punto.

-Es que habéis tardado poquísimo en llegar de la estepa rusa, cohone, -dice el marido, agachándose por una aceituna que le arrebata la condesa en el último momento.

Josebatman es generoso y hospitalario, pero no olvida una afrenta como ésta. De hecho, coge el plato de las olivas y lo pone un poquito más cerca de su tenedor. La condesa, ofendida, la paga con un capón a Jonnie, que se traga de un golpe el resto del bollito. Genadette sonríe con precaución y se toca la faja que acaba de ajustar.

Desde el salón se oye una agria discusión mantenida por el pavo y Sebastián en la cocina. No se ponen de acuerdo en el relleno. El cocinero, un especialista en pan con mantequilla, intenta poner paz sin éxito y propone traer otro pavo, lo que hace que el pavo titular, herido en su orgullo, se dirija al horno, lo ponga al máximo de potencia, y se lance al interior apenas adobado, como las vírgenes que dieron su vida arrojándose al Krakatoa para mitigar el enfado divino: todas estaban sin adobar, según las crónicas.

Gracias al exceso de consumo eléctrico y el petardazo de un rayo que entra por la ventana, se va la luz. El pavo habrá muerto inútilmente, piensa el mayordomo, y lo saca del horno medio asfixiado, mientras el cocinero abre el frigorífico buscando la mantequilla que será el primer plato de la cena. Quién sabe si el único.

En el comedor, el anfitrión lamenta haber bebido tanto y se disculpa ante un abrigo blanco que deja de serlo pronto, justo después de que el anfitrión, llorando a moco tendido, se limpie el rimel en él. Como mérito, cabe anotar que no ha soltado la botella de dos litros en toda la tarde.

Por no ser más que nadie, nadie acepta ni menciona el incendio que ha provocado el rayo en el mantel. Ni mucho menos el anfitrión, que se agacha para la última aceituna y sobre la marcha deja escapar una ráfaga de metano a presión, sorprendiendo a quienes se acercaban por su espalda, tanto por el politono como por la llamarada multicolor que prende las cortinas. Al final, los cuatro comensales junto al pavo, el mayordomo y el cocinero, aceptan escapar al jardín, bajo un aguacero de órdago, concediendo pocas probabilidades a que un rayo vuelva a caerles encima. De hecho, cuando la corona de latón de la condesa atrae y recibe de pleno un trueno de los fuertes que riza por completo a la aristócrata, comienzan a dudar dónde sentarse, pero lejos de ella.

Cuando la casa arde por los cuatro costados, el pavo considera llegada su hora y se chamusca al estilo Juana de Arco, perdonando a los presentes.

-Esh tela de coherente er pavo, quillos ustedes: El insenddio era pavoroso, hi, hi, hi, hiiii, -dice el anfitrión sirviendo orujo a discreción sin derramar una sola gota.

Genadette, ante el color azulado de su cara, le da un beso tan atornillado a Jonnie que consigue que éste se trague por fin el migajón del bollito que tenía atragantado. La condesa lo comprende y sólo la falta de munición –al haber cambiado de bolso- hace que Jonnie y Genadette sigan vivos.

El final de la fiesta, con el mayordomo y el cocinero volviendo al pueblo cogidos de la mano bajo un paraguas, es más clásico de lo esperado: los cuatro comensales terminan en un Urge Prisa King cercano, tomando changüises de pavo frío.