jueves, 10 de septiembre de 2009

Plagas (4)

Animales silvestres.

Corría el siglo XII porque el XIII le venía detrás con muy mala idea y fue que se dio algo extraordinario en los campos de Betsabelania, cercanos a Jobsutulallevas, de la tierra media de Chendoscapia, donde el rey Betancort III reinaba a base de terror y brevas podridas en los calabozos, junto a su malvada reina Anitantomedá y su pérfido e imbañable consejero supremo Johanesteiro Infulanito, un tipo hosco nacido en Jaén.

Y fue que tanta maldad seguida hizo mella en los sometidos a la presión diaria del “trío malacara”, así llamados los tres antes mencionados, hasta el punto de pedir cita al sabio Yomolomás, un anacoreta y erudito profesional, perdido por unos doce mil asuntos de faldas y las peleas con bastantes maridos, asunto por el cual, a sus noventa y siete años, se retiró a una cueva dúplex, de ochenta metros y trastero, donde penar sus penas y reconciliarse con la Naturaleza.

Y fue llegar todo el pueblo en procesión ante su puerta a eso de las tantas cuando el portavoz gritó:

-Sal, sal y salsa de la vida. Sal y sálvanos.

-Salid de mi propiedad y de mi vida tranquila, por favor, que me pongo muy nervioso si pierdo la calma.

-No tenemos a quien recurrir, oh sabio entre los sabios; comprended y seremos así comprendidos.

-Comprendo. Esperad un momento y vuelvo, que tengo algo en el fuego.

Entre eructitos, el sabio salió un cuarto de hora más tarde y empezó a lanzar fuegos de colores que estallaban en los aires y caían sembrando caminos de luces brillantes en la aún no diluida noche.

Aplausos.

Y fue que cada una de las últimas chispas (podríamos decir fotones, en términos físicos estrictos) surcó los cielos hasta el castillo de los tres tontísimos y malos gobernantes, para convertirse en unos bichos gordos y de aspecto fiero, a saber:

El Tiranorarus, un semitoro con raftas y uñas pintadas que no te deja dormir.

Las Astralopitugas, mamíferos de concha flexible y cuernos en las uñas que te rompe en dos cualquier prenda interior y te la tira a la papelera.

El Diplomatik, un ser bicéfalo que te pone la cabeza loca a base de excusas por no cumplir nada de nada, aunque te lo jure por su columna vertebral.

Y otros muchos bichos ancestrales, monstruosos en forma y coraje, que echando fuego por los bolsillos asolaron el castillo de los tontos, los tontillos, que mandaban el lugar, de los cuales se llegó a saber que peregrinaron por el mundo conocido hasta ser aceptados en un convento de la orden Alfabetikatandad, donde terminaron sus días, uno tras otro, después de comenzarlos.

Y una deuda pública elevada hasta la bancarrota financiera del lugar fue lo gordo que no se pudo resolver, teniendo en cuenta lo que comían esos bichos.

Plagas (3)

Mosquitos.

Y esto que cuento fue en el siglo XXL a.C., ese llamado “el más largo de lo normal”, cuando algo que no había pasado antes pasó entonces. Durante la recepción del faraón Albón Digitis a la princesa Mojapán del lejano Oriente, el celestial semidiós se autopalmeó el cogote haciendo con resultado el nacimiento del sonido de la hojalata y un pequeño bicho pegado en el colodrillo. La corte en pleno supuso el inicio de un nuevo ritmo caribeño, por lo que se unió al compás, mancos excluidos para no ofender a la divinidad.

En medio del jolgorio, más mosca que otra cosa por la proximidad de la chinaponesa invitada, la faraona Matinsek se acercó a su marido, dueño y semidiós, y pudo observar un bultito sobre el que, con extraordinaria torpeza, derramó doce litros de vinagre. Aunque le cambió el carácter antes alegre, le libró del rodeo de “miles de cosas pequeñas zumbonas y picantes”, ya que, momentos después, hordas de mosquitos ávidos de venganza por la muerte de Shabahitario Mazzola, su líder picador, irrumpían en el salón celestial. Buscaban el perfil del asesino. Pero allí todos estaban de perfil y no había tiempo para preguntas.

Puestos al habla con los sabios encargados de saber qué pasaba allí, éstos fueron echados a los cocodrilos antes de la hora de la cena, con la idea de que esos bichos cenaran gracias a la incompetencia demostrada por los sabios.

Se acercó entonces al faraón un joven sin pedir audiencia ni nada y, cuarenta azotes después dijo dulcemente:

-Mi tío materno en segundas nupcias os evitará este trastorno a base de cortinillas que os rodearán, bien es cierto, pero a través de las cuales, por la noche, podréis verle el zorondongo a las princesas que invitáis a palacio, sin que nada os pique, salvo si coméis ajo. Después, si procede, la reina os partirá la cara. A su criterio lo dejo.

Desconcertado el faraón, mandó llamar a Kortinaitis, el tío del niño, quien aisló al faraón de los cientos de miles de miles de miles de millones de billones de mosquitos que aparecieron en Egipto durante el fin de semana. Y fue que todo el mundo se rascó, desde el noble al esclavo más pobretón, y se palmearon con fuerza mejillas y abdominales durante sábado y domingo por la mañana, fecha en que llovió y los mosquitos murieron ahogados. Entonces, en hora de máxima audiencia, el faraón dio por sí mismo la noticia de que, como queríamos demostrar, a él y a su mujer no les picaba nadie, mostrando como prueba sus rostros lisos, sin un grano. Egipto al completo aplaudió el discurso y Kortinaitis y los suyos fueron encargados del mantenimiento del traperío de las ventanas y las mosquiteras de los palacios por los siglos de los siglos.