Me pidió
Laura un poema
de menos
de diez cuartetas,
que
hablara claro del tema
de lo
que la mujer quema
a tres
cuartas de las tetas.
Le dije
a Laura que sí,
y le
pedí un adelanto,
a lo que
preguntó “¿cuánto?”
“cuanto
encuentre yo de ti
cuando
te retire el manto
bajo el
que te descubrí”.
“No es
que el dinero desprecie,
es que,
rozando tus pieles,
quiero
cobrar en especie
aun
perdiendo los papeles.”
No le
pareció mal trato.
Me dijo “poeta,
igual
pagué al
pintor que, manual,
me pintó
ayer un retrato.”
Miradas
sin empalago,
con su
amor dulce y perverso,
le añadí
unos cuantos versos
por buen
cobro y pronto pago.
“También,
poeta, el pintor
cobró
así y dijo: antes de irme,
te
regalaré una flor
pintada
en tu carne firme.”
Desnuda,
me miró altiva
con toda
la cara dura;
“o rimas
con la pintura,
o buscas
alternativas”.
“Prefiero
compartir cuernos
de
pintor desconocido,
pero no
dejar de vernos
para no
verme perdido.”
Una
pierna me atasqué
con la
ventana al saltar,
oyendo
al pintor llegar,
preparado
su pincel.
Laura,
sin pestañear,
me propuso
“quédate”.
Al final
le saludé
fríamente,
sin rimar,
pero después
me largué,
porque,
de tríos, ni hablar.