lunes, 21 de marzo de 2011

Desfiles de moda (1).

Pasarela Mormoni, en Filadelfia.

Ayer, antes de la cena, Adolfo Singapur, el nuevo emperador de la moda Inflachi, presentó su colección de ropa para llevar puesta.

Desfilaron ciento veinte modelos, entre las que, redondeando las cifras -lo único que se podía redondear allí- se llegaba con dificultad a las dos toneladas, trapajos incluidos.

Sobre las pasarelas, con un toque marcial que para sí querrían los gloriosos húsares polacos, vimos lo que se va a comprar una gran cantidad de gente con una gran cantidad de dinero emitido en billetes grandes para derrochar mejor.

Faldas:

Estilo puro tubo bajante tibetano. Utilizables como bufandas para gente de talla de cuello corto normal, con colores beige tirando a beige oscuro, según los focos. Las telas, estampadas en general, salvo aviso a tiempo.

Tejidos rasposos sin llegar al nivel de la lija para plomo. Nada de cremalleras, botones ni grapas. De fácil caída al suelo en caso de hartazgo de la prenda. Aplausos fríos, por el impacto de tanta novedad para el comienzo.

Pantalones:

Miles, para ser exactos. Dada la holgura entre las teóricas piernas de las llevadoras de las prendas y las prendas, cada niña se puso alrededor de dos docenas, cada uno porcima del anterior, al objeto de hacer más llevadero el pasepaquí-pasepallá. Primeros gritos de ¡ole tu madrina, la Rosadora!, para una modelo principiante, y 20 eurillos de gratificación a los que aplauden al principio, los de la claque.

Blusas y camisas con corbatas cosidas:

Femeninas, transparentes, glamorosas, con aplausos a rabiar debido a que el encargado de llevar las prendas las paseó por error colgadas de sus perchas. Minutos después, aparecieron los trapos colgados de las modelos y hubo quien se arrancó con una desgarrada oda al gancho de armario. Ayudado por los servicios de seguridad, el poeta espontáneo salió a hombros y acabó en un charco.

Siete aplausos mal contados. 20 eurillos después, doce aplausos más.

Vestidos, abrigos y calcetines:

Desaparecieron de pronto varios cuerpos cubiertos por las ropas. Algunas modelos gritaban que se matarían en cuanto tuvieran un rato libre si algo salía mal. Otras, con los ojos inyectados en sangre, pero profesionales hasta la médula, emergieron bajo los abrigos artificiales de piel de oso, llegaron sólo hasta la mitad del desfile debido al peso del abrigo, y quedaron sepultadas allí mismo. La perfomance del “viste un palito, verás qué bonito”, interpretación vital de Adolfo del mundo de la moda, alcanzó en este acto la cumbre dramática que el modisto anunciaba en sus trabajos anteriores, pero nunca con esta intensidad.

Gorros:

Punto final. Tubas y trompetas. Pinchado de globos. Bofetadas con la izquierda. Arañazos en los pomos de las puertas. El Barça-Madrid. La galleta. Y es que el fin de fiesta propuso la difusión de… cascos de albañil de pura seda de Manchuria, sombreros de copa verde canario y pañuelos atascados en el cuero cabelludo a base de hacer nudos en las cuatro esquinitas. Lo funcional por encima de lo bello y viceversa.

Traca final con más de treinta y un aplausos. Levantamiento general.

Hoy, en las crónicas, se habla de que el incendio en la pasarela, con veintidós puntos de origen, podría haber sido mejor intencionado, porque se escaparon todos y porque al modisto lo han visto en el aeropuerto, destino a las Bahamas y vestido con vaqueros y chanclas con calcetines, el muy cabestro…