jueves, 4 de diciembre de 2008

RELATILLO DE NAVIDAD.

Luis y Begoña creían en la Navidad. Hermanos gemelos de nueve años, organizaban las fiestas sin pedir la ayuda de sus hermanos mayores ni sus padres.

Con lápices afilados y unas letras redondas pero fáciles de leer, comenzaban con los dulces y terminaban con la carta individual a los Reyes de cada uno de los miembros de su familia. Una vez escritas y firmadas, ellos se encargaban de echarlas al correo.

El hermano mayor, universitario, estaba de mal humor y soltó durante la cena que eso de los Reyes estaba para los críos pequeños. No para Luis y Begoña.

Se hizo un silencio incómodo y cuando miraron a las sillas donde se sentaban los gemelos, habían desaparecido.

El universitario miró al abuelo para reprocharle lo mucho que mimaba a los chicos. El viejo no se defendió y pidió comprensión para su inocencia.

-No les durará mucho ya, con estos tiempos; ten paciencia.

El universitario se volvió para servirse patatas, mientras respondía que él, el abuelo debía traerlos a la realidad. Cuando giró para ofrecerle la fuente de las patatas, el asiento del abuelo estaba vacío.

Los padres y los dos hermanos intermedios comenzaron pacientemente a explicar al universitario cómo en su infancia fue él quien puso en marcha el protocolo de las cartas y los dulces.

-Basta de juegos, estamos comiendo, –cortó el universitario-. Por favor, a todos nos llega el momento de deshacer la mentira.

Esta vez, mientras desaparecían antes sus ojos, en directo, el padre le decía:

-No te confundas, tarugo. La mentira y la ilusión no tienen nada que ver.

El universitario estaba aterrado.

-Por favor, volved conmigo. Es que Raquel no me ha querido decir si vendría conmigo a la fiesta de fin de año.

Volvieron a aparecer, en sus narices, para sentarse y seguir con la cena.

-Que no se repita, chaval, dijeron al unísono Luis y Begoña. Y firma tu carta, que es la única que falta. Tarugo.

LISBOA

También de ti se irá Lisboa,
es decir, ya se fue, ya va muy lejos,
con sus colinas de casas blancas,
los celajes de Ulises sobre sus piedras
y la niebla que va y viene entre sus barcos.
Lisboa se fue por esos rumbos del camino
por donde huyó la juventud,
sin que retengas la huella de un guijarro.
Hoy es memoria, ausencia, sueño,
pero palpaste su suelo antes de verla,
su viejo río era esa raya honda
que cruza la palma de tu mano.
Y tal vez si te apresuras la divises,
puede encontrarse tras el muro de ti mismo
donde se expande el horizonte.
Es decir, has de esperarla a cada instante,
suele anunciarse de improviso ante los ojos,
Lisboa se oculta, retorna, va contigo:
hay un jirón de su crepúsculo
en la sombra de quien cruzó una vez sus calles
que lo va acompañando por el mundo
y se aleja con pasos desconocidos.

Eugenio Montejo.


Hace unas semanas alguien a quién tengo en gran estima, me hizo este regalo.
Eugenio Montejo fue un poeta venezolano. Para mí encierra este poema una belleza difícil de superar, pero además, muchas otras cosas me despierta, me remueve dentro.

Quiero compartirlo con todos vosotros para saber qué os dicen estos versos, qué os hacen sentir; en definitiva, cómo los interpretáis.

Y por supuesto, amiga, te lo dedico a ti.