Me dices que tu nombre es muy antiguo,
tanto como lo es la edad del hombre.
¿Quieres que me sorprenda o que me asombre?
Por si eres el diablo, me santiguo.
Que tu hombre del principio era inocente,
que tuviste que hacer todo el trabajo,
incluso colocándote debajo,
ensayándose en ser condescendiente.
Sólo tú descubriste que su dueño,
un tal Yahvé, mirada reverenda,
le daba alas, mimos y prebendas,
dejándole cumplir todos sus sueños.
Hasta que un día bueno conociste
al Némesis de Dios, una serpiente,
que en poco tiempo te puso al corriente
de la Verdad y de tu gran despiste.
Fue entonces cuando harta de puerros,
de hierbas verdes y de calabazas,
decidiste jugar la mayor baza
y jugar con peligro del destierro.
Pensaste en compartir lo conocido,
en llevar como cómplices la hazaña,
desafiando el terror a la guadaña
que pudiera acabar con lo vivido.
Pero el hombre escondió pronto la mano,
después de lanzar la piedra juntos,
y bajó la cabeza; y hasta el punto
de pasar de semidivino a humano.
Ahora andáis perdidos, me has contado,
con una copa siempre entre los dedos,
llena de antídotos contra los miedos,
que evite recordar lo caminado.
Te conocí al principio, tú eres Eva:
La fuerte de los dos, esa atrevida
que supo de la llave de la vida
y arrebató a los hombres de la Cueva.
La que se enfrenta a dioses a diario,
nos hace andar a todas las edades,
nos acompaña en defender verdades
y hace que esto parezca extraordinario.