domingo, 30 de marzo de 2008

ROJO SOBRE BLANCO

En los últimos días no he podido ver el televisor cuando los telediarios repetían una y otra vez las imágenes de la caza de focas que se está llevando a cabo en Canadá. Los que respaldan este acto encuentra su justificación en que la extensa población de focas está devorando sin medida los bancos de bacalao con el peligro de que esta especie se extinga. También hay otras razones de carácter eminentemente económico, que tienen menos base que las sustente.

Yo nunca he estado en Canadá, ni he visto a los cazadores, ni sé a cuánto está el kilo de atún allí. Ni siquiera he visto una foca en directo (bueno, creo que sí, en un parque de Madrid), en su habitat. Pero la imagen que tengo de ellas es de un ser hermoso y fuerte. Y aunque torpe en la superficie, increíblemente ágil en el agua. Esta imagen tan evocadora no quiero que se empañe con la de la persecución de un ser humano (palabra demasiado grande para él) armado hasta los dientes, cuya zancada supera en mucho la distancia de desplazamiento de la foca en la nieve.

No quiero hablar de cómo las matan. No quiero verlo, porque no quiero que exista algo así. Me da la impresión de que si lo veo contribuyo de alguna manera a que ocurra. Así sucede con la difusión de muchos hechos morbosos: su contemplación cierra el círculo. Me gusta verlas así, idealizadas entre el manto de nieve, con sus crías, peluches de algodón blanco.

Sé que mueren muchos animales a manos del hombre cada día para nuestra subsistencia. Pero así no, Hombre, así no.

DE TORNEOS Y REINOS.

-Peón cuatro rey –dijo Chorlenko, el campeón ruso, y adelantó la pieza de madera dos casillas hacia delante.

Con un elegante “clic” hizo bajar el reloj de la partida, lo que haría correr el tiempo a su favor, y sufrir a su contrincante, quien le disputaba el título.

El aspirante, Robert Joyce Chapman, tenía las ideas muy claras, fruto de informes secretos. Aunque la Reina gritara combatir hasta la muerte arremangándose las faldas, no sería suficiente porque sus amantes, los alfiles, habían difundido sus devaneos e infidelidades entre las tropas, lo que minó su moral. El rey, triste guiñapo en manos del alfil derecho, no haría sino andar como siempre, pasito a pasito, para ver cómo el ejército enemigo devoraba sus huestes, incluidos unos peones de briega constante que sólo por comer habían cambiado su recto caminar. Las torres, de materiales frágiles y baratos, se desmoronarían. El Reino estaba perdido. Sin dudarlo, desató a los caballos y levantó la cabeza despacio, para encontrar la mirada de los azules y fríos ojos del  caucasiano.

Antes de hacer su primer movimiento, proclamó la República del Tablero Cuadrado, donde la Reina sería la cantante que soñaba, los peones tendrían descanso, los alfiles volverían a sacar los contratos de construcción de edificios públicos a subasta, incluyendo las torres, los caballos pastarían libremente por el campo y el rey, el viejo rey, terminaría de leer su biblioteca. Todo ello sin renunciar, según el último Real Decreto, a una digna renta vitalicia.

Chorlenko no entendía nada a pesar de las continuas explicaciones de los traductores y abandonó la sala como campeón mundial invicto, tras revalidar su título entre unos tibios aplausos.

El aspirante, en cambio, salía a hombros, vitoreado por todos los presentes.