domingo, 12 de diciembre de 2010

MOËBIUS CARTER.

Ningún aprendiz de Sherlock Holmes había podido atrapar al astuto asesino en serie Moëbius Carter, nacido en Minnesota, que llegó a estar harto de su impunidad. Trabajaba como juez y se encargaba de eliminar o modificar las pruebas halladas en las escenas de sus propios crímenes. Pero hacía tiempo que no sentía la emoción ni el vértigo de pensar que lo cogerían alguna vez, de modo que decidió añadir misterio y variantes a los crímenes que iba a cometer. Para ello viajó a Extremadura, en España.

Hábil en el manejo de la informática de alto nivel, Carter consiguió cambiar los textos escritos en los paquetes de una gran distribuidora de productos congelados: junto a las instrucciones de conservación y preparación de la comida, introdujo mensajes en varios paquetes dirigidos a quien buscara pistas. Después localizó el camión que pasaría más cerca en el reparto. El camión que llevaría esos paquetes especiales.

Se sintió orgulloso y pensó en su desconocida víctima. En la curva más oscura de la carretera comarcal entre La Puebla del Maestre y Monesterio, se detuvo y apagó las luces de su vehículo. Después, arrastró el tronco de un árbol y lo atravesó sobre el asfalto. Se secó el sudor y se sentó a esperar en la oscuridad de la noche.

El conductor Tomás Fuentegrana cerró las puertas de su camión frigorífico y arrancó al anochecer. Se sentía cansado y apretó el acelerador. Tenía que llegar a Monesterio antes del amanecer, con una carga perecedera que había sido envasada más tarde de lo habitual, por culpa de algún virus en los ordenadores o algo parecido.

Al llegar a la curva, los faros le avisaron de un peligro en la carretera, pero no tuvo tiempo de parar. Había acelerado demasiado en la recta anterior y pasó por encima del obstáculo con las ruedas delanteras, aunque no con las traseras, que chocaron ruidosamente contra el tronco con un impacto que abrió violentamente las puertas del camión. Como resultado, la carga completa voló como un sólido rígido y cayó sobre Moëbius, que no pudo apartarse a tiempo.

Al cabo de una hora llegó la policía y observó el cadáver, que gracias a las condiciones de conservación de los alimentos mantenía el mismo aspecto de rostro sorprendido desde que murió aplastado.

Uno de los agentes, que retiró la última bolsa de comida congelada, llamó la atención de su superior:

-Fíjese, jefe, este tipo debía ser un visionario o algo así. Escuche lo que está escrito en este paquete:

“Antes de la fecha de caducidad del contenido de esta bolsa, estaré muerto.”

-Es curioso, tiene fecha de hoy, -añadió el superior.