sábado, 31 de julio de 2010

Baño de mar

Junto a la orilla
la brisa me susurra, el mar me invita
una ola en los pies me hace cosquillas
me ha besado.
Está muy fría, no me lo pienso
camino sin titubear hacia el mar inmenso.
Conforme avanzo, rompe el mar en mi cintura
me está cantando.
Y me zambullo, me mimetizo en él
me diluyo.
Nado , nado hacia el horizonte
contemplo el cielo
El mar contento me está meciendo
yo, me dejo
soy un elemento más, lejos del tiempo.
De nuevo nado y me zambullo
buscando en el fondo
reflejos tuyos.
En un espejismo me envuelves de repente,
estamos juntos unidos para siempre
dos en uno.
Y toco el fondo. De nuevo a solas,
rodeada por los peces que ahora me rozan.
Emerjo, aspiro hondo
llenando de aire fresco todos mis poros.
Y me zambullo, me dejo al pairo
sintiendo el agua y el aire
mis mejillas acariciando.
El mar alegre me está meciendo,
yo, me dejo.
Se pone el sol, tiñendo todo de rojo anaranjado
le digo adiós.
Regreso a casa
mi piel, dorada, salobres los labios
y en la mirada
un trocito de tu cielo siempre me acompaña.

jueves, 29 de julio de 2010

SIN PALABRAS.

Sin palabras.

El niño de bucles dorados, mejillas de manzana recién cogida y dientes como perlas, Arturito, fue elegido por su augusto padre para transportar un libro de poemas, recién encuadernado, desde la librería de Maese Portafol hasta la casa paterna, la Hacienda Llama del Alma, para ser leído durante la fiesta de cumpleaños de la madre.

-Pon todo el cuidado en no dejar caer el libro, hijo mío, -le dijo el padre ajustándole el lacito azul al cuello, pues se trataba de un ejemplar muy delicado (el libro).

El niño no completó el encargo pues, sin perder aún la sonrisa de querubín, tropezó con su propio pie al entregar el libro con un gracioso saltito de baile y lo dejó caer sonando como un mundo que estalla al chocar contra el suelo.

Las manos de Maese Portafol para fijar letras al imprimir ya no eran las de su juventud y, dentro del libro, tras el cataclismo, las noticias eran aterradoras: ruido de correctores gráficos desesperados, párrafos enteros destruidos, signos admirativos e interrogantes sin sentido, destrozados o impares, guiones perdidos en renglones cortados por la riada de tinta aún fresca, miles de palabras sin página a donde ir, versos en rima malsonante…

El resto de los libros de la biblioteca de la casa, por solidaridad, se lanzó desde las altas estanterías a un suicidio colectivo haciendo de la alfombra un mar de tinta oscura y sin brillo.

Las historias contadas desde entonces en la mansión contendrían el caos y la desgana, la desidia en los manuales de medicina, la pereza en la arquitectura, la ausencia de música en los poemas…

Uno de los volúmenes preferidos por el jefe de la casa, Cómo educar en armonía a su hijito querido, se quedó vacío en el acto. Al recogerlo del suelo y ver una página tras otra en blanco, el padre lo cerró despacio: se había quedado sin palabras. Se volvió y le soltó dos sonoras bofetadas a su hijo, tan lindo, tan gracioso. Y tan capullo.

lunes, 26 de julio de 2010

ABUELO, ¿POR QUÉ BRILLA AQUELLA ESTRELLA?

Hoy me he levantado y cuál ha sido mi sorpresa al descubrir que es el día de los abuelos. Estaba en el patio, bajo el olivo que me ha visto crecer, soñar, imaginar y espero que también madurar. Junto a él, recuerdo como me gustaba contemplar a mi abuela mientras se cepillaba el pelo, blanco y suave, que luego recogía en una trenza con la que se hacía un moño bajo. También era allí, donde mi abuelo se dejaba peinar por mí y yo me dejaba envolver por las historias que me contaba sin prisas, con su voz cálida y serena.
Recuerdo como contaba los días para venir a pasar las vacaciones con ellos. Aquí, en el pueblo, pasaba el verano sin más preocupación que jugar y ser feliz. ¡Y cómo fui feliz aquí! ¡Cuánto cariño me dieron! Nos sentábamos a cenar bajo el olivo, y también bajo un cielo cargado de estrellas. Después, recuerdo que nos salíamos a la calle a tomar el fresco y charlar con los vecinos, y fue ahí, donde mi abuelo me enseñó a mirar a las estrellas. Él me señalaba el firmamento con su dedo huesudo y arrugado, y yo me dejaba guiar y buscaba la estrella que me marcaba. “Abuelo, ¿por qué brilla aquella estrella?” y mientras me miraba con sus ojillos negros me decía “mira, mira, ¿no ves a unos enanitos que cuidan la candela?”, y yo miraba y miraba, y no dejaba de mirar. “¡Sí, sí, los veo, los veo!”. El reía y abrazados reíamos los dos.
Hoy, cuando ya hace tiempo que se fueron, miro al cielo y aún veo a los enanitos alrededor de la candela y entre ellos a mis abuelos.
¡Qué afortunada fui teniéndolos! ¡Cuánto amor me dieron!

sábado, 24 de julio de 2010

Experimentos (3).

Sobre deslizamientos.

Juicio por presunto adorno protuberante frontal-parietal estilo padre de Bambi. Móstoles. Pruebas periciales realizadas con los implicados y en directo.

Se deben tener dispuestos los siguientes materiales:

1) Losas recién fregadas con lejía neutra después de lijarlas bien.

2) Dos o tres ladrones hábiles y experimentados.

3) Pastillas para suavizar muchísimo la garganta.

4) Varios toboganes unidos y untados de aceite suave de coco.

Objeto del experimento: Intentar que la mujer que ha tenido un desliz lo explique y se archive su causa sin causar más quebrantos que algún que otro tropiezo marital con los marcos de las puertas.

Preparación y desarrollo del experimento.

Habla el dueño del presunto tendedero ambulante.

-Katty, cabrona, ¿tú me la pegao con er de lah patillah grandeh, er Seba?, es decsir, ¿tú ha tenío un deslí a lo largo de las setenta y do horah que lleva en vigó nuestro contrato maridional? Te pregunto má que ná por saberlo.

Habla la presunta instaladora de la antena portátil.

-Mira, Dioni, no te puedo hablá bien con esta ronquera rasposa (¡aplíquese inmediatamente el punto 3) y no dejar de acosar!).

-Pues, ejem, ejem, uicht, qué bien hablo ahora, cuánta suavidad…Yo ya tú sabes que lo mío es deslizarme cantando coplas mientras friego y pulo el suelo (¡aportar con rapidez la prueba 1) y comparar las losas perfectas, de laboratorio, con las del suelo de la cocina, llenas de mierda pringosa. Desarbolar, desarbolar es el método!).

-Ay, miratú. Que seguro que la Nati, la denfrente, te ha dicho algo de si entraron hombres aquí, por la ventana, y yo salí rápido para protegerme a casa del Seba. Pues puede ser, pero el tiempo justo de desatribularme. (Aplicar testimonios del punto 2), para que demuestren y digan “Señora, es imposible entrar por esas ventanitas” y la dejen muerta: ella salió por la puerta, medio en pelotas y andando, como dice la Nati, que también es muy suave y hay que meterla en el experimento).

-Pues la cosa, en resumen, era la de irme a la piscina un ratito a mojarme los dos pies. Si te refieres al ratito ese de charla con el Sebas, tú me dirás qué desliz es ese, ayporfavó. (Aplíquese con rapidez el punto 4) y láncese a la implicada por los toboganes en él, comprobando que las prendas del bikini se quedan prendidas en las curvas de ajuste y se llega en completa exposición dermatológica al final del tramo, desembocando con suavidad en la misma puerta de la casa del Sebas).

La demostración es evidente y el jurado tira a la Katty cáscaras de frutos secos.

La Katty se desmorona, se levanta y resbala una vez más, esta vez en el parquet.

La vida sigue.

La ciencia triunfa.

martes, 20 de julio de 2010

El cubito de playa (poema infantil)

Mientras jugaba en la orilla
pude ver
a una gaviota en picado
que iba a coger un pez.
El pececito plateado,
como había bajamar,
saltó dentro de mi cubo
para intentarse ocultar.
Lo tapé con mis dos manos,
hasta que la vi marchar
y el pececito, contento,
no dejaba de saltar.
Un camarón envidioso
en el cubo se metió
y un cangrejo oportunista
por la palita trepó.
Al poco rato tenía:
Un caballito de mar
una estrella, un ermitaño,
gambitas y un calamar.
Todos jugando a la rueda,
esperando la pleamar.
Cuando la marea subió,
los liberé en los corrales
Y me dijeron ¡adiós!

lunes, 19 de julio de 2010

Experimentos (2).

Psicología inversa.

Para que mi mujer no se pusiera el abrigo de cuadros morados con flecos de plastilina, pensé que nada mejor que la psicología inversa, otra vez de moda.

Le dije:

-Emiliana, por favor, haz el favor de favorecerme y ponte a la voz de ¡ya mismo o después! ese abriguito tan mono que no llega ni a los seis kilos de peso.

Ella, sibilina, estaba loca porque yo llevara mi corbata de madera y sílex incrustado, en tonos cobalto. Y va y me dice:

-Olegario, yo no me pongo lo contrario de lo que no quieres que lleve encima del chándal si tú accedes a no ponerte nada bajo el pijama que no se parezca a lo contrario de esa corbata.

Ella, en Navidades, juró que terminaría el libro “Piénsese usted mismo” antes que yo. Y lo consiguió la zihaputa. Yo, torpón, me había quedado en el capítulo seis de un total de ciento ocho.

Salimos los dos a cenar vestidos de buzo. Lo de siempre.

viernes, 16 de julio de 2010

Experimentos (1).

FÍSICA VACILONA.

Antes mismo de ponerse la bata, ajustarse la ropa interior. Siempre será mejor recibir al ministro de Investigación con pinta de almacenero que en gayumbos o tángales varios.

Una vez presentable el personal del laboratorio, coger la primera probeta, desprevenida, y llenarla de chicle batido. Aprovechar el estornudo de la estudiante más aventajada y batir de nuevo la mezcla, hasta que alguien diga basta.

Dejar reposar.

En una rampa inclinada algo menos de cincuenta y cinco mil grados de elevación, poner varias gallinas semi drogadas y desnudas. Poco a poco, ir poniendo música variada pero con mucha tralla metálica, hasta el toque Van Halen. A continuación, leerles, de sopetón, un proyecto de ley. Hará que se queden heladas.

Dejar reposar.

Con un cronómetro, medir la velocidad media de paso de cada gallina, descalza, por la tabla entera una vez que esta se ha impregnado del contenido de la primera probeta.

Sacar la media aritmética tras la realización de cien pruebas justas.

Comparar con el número π.

Quedarse maravillado al comprobar que tienen las ciento cincuenta mil primeras cifras iguales.

Para que luego digan que las subvenciones son tirar el dinero.

miércoles, 14 de julio de 2010

Cocktailes famosos (2).

COCKTAIL DEL SALÓN DE DOÑA AMARANTA LERATE.

Tarde del jueves 23072009.

Dado que el cliente de las seis, don Cástulo, había dejado un mensaje en el móvil diciendo que “muy problamente no sabría si tal vez no fuera posible que tuviera seguridad en ir o no a su cita”, doña Amaranta, la cotizadísima Ama Reina, convocó por error a esa hora, y juntos, a dos nuevos clientes, de nombre de batalla los Caracaldo y los Pipermín, los cuales, una vez leídas sus fichas de solicitud de servicios, parecían tener gustos muy similares en su búsqueda de aire para echar alguna de tantas canas.

Nada más ver entrar a las dos parejas al calabozo-consulta, cada uno por una puerta, Ama Reina saltó de su escritorio-potro de tortura e intentó cambiar la hora. Pero para cambiar la hora era muy tarde. Las dos parejas venían con indumentarias preestablecidas, es decir, las mujeres ataviadas de porteros de hockey y los esposos con cofia y tanga verde oliva. Pero el vistazo le dio mucha más información. Ama Reina pensó rápido y de otro salto puso antifaces en los cuatro rostros antes de que sus ojos se acostumbraran a la penumbra de la sala. Resultaron ser sus vecinos de arriba.

Para más INRI, por una tercera puerta apareció don Cástulo perfectamente vestido de lagarterana. Comprobó las trenzas rubias y el lazo rosa en cada una y se dijo que don Cástulo venía “guerrillera” esa tarde. Más que colocárselo, le encasquetó el antifaz.

Este negocio de ama dominante dejaba muy buenos dineros en las tardes de invierno, aunque doña Amaranta trabajaba como costurera en el taller de Conchita Palomares para ganarse la vida. Eso hacía que conociera a todo el pueblo y al revés. Por separado no era un problema la relación extra costura de su consultorio, pero si los clientes se juntaban la cosa se podía dispersar al día siguiente por los casinos.

La clave de aquella tarde fue la adaptación a las circunstancias.

Entró en faena con una mínima distorsión de su voz, y alegando ser una nueva ama la mar de sádica y moderna, estableció la obligación de servir la merienda y consumirla con los ojos vendados a los dos matrimonios y medio que se citaron por error de agenda.

A pesar de que nadie se movió de su asiento, los cinco se fueron pensando que el castigo impuesto a los demás era severo, pero que muy severo, del que sólo él o ella se libraba por los pelos. Ama Reina hacía estallar contra el suelo un cinturón de su cuñada y gritaba cosas tremendas como “¿te he dicho yo que te levantes quizás, nene?” y al pasar junto a cualquiera de ellos lo hacía estremecerse diciéndole “tú tómate todo el chocolate o te vas a enterar, como le ha pasado a uno que yo me sé, justo aquí, a tu lado”. Y vengan chasquidos.

Así los tuvo excitadísimos y entretenidos hasta las siete y media de la tarde.

Les hizo un descuentito a pesar de incluir la merienda, y los despidió por separado con una copita de anís fresquito y unos dulces de pionono. Después echó un rato en el taller de costura, pues tenía faena atrasada.

Fue uno de los mejores y más comentados cocktailes de la historia del pueblo de Piedrasflojas. Y sin dar nombres, sólo mencionando a “la nueva”, lo que engrandeció la leyenda.

lunes, 12 de julio de 2010

EL MONSTRUO

Aquel inmenso monstruo advirtió mi presencia. Me quedé petrificada cuando le miré a los ojos y noté que se estaba transformando. Sus pelos parecían amenazantes pinchos, la cara se encendió como una enorme bola de fuego y una especie de líquido transparente empezó a brotar de la parte superior de la cabeza.
Era una visión aterradora que me llenó de pánico al escuchar el latido desacompasado que salía de su interior. Logré reaccionar cuando profirió un estridente alarido. Me tropecé desorientada con un artilugio lleno de unos pelos muy duros y tiesos que olían a menta y conseguí guarecerme tras unos enormes cilindros de metal. Mientras, el monstruo agitaba uno de sus brazos con un arma mortífera que apretaba espasmódicamente con uno de sus dedos. De pronto, se hizo la oscuridad. Estaba atrapada, segura de que no saldría viva de allí. Pero uno cosa tenía clara, antes de que acabaran conmigo impregnaría con todos los fluidos de mi cuerpo cada uno de los rincones de mi improvisada mazmorra. Para que no se olviden de mí.

(gracias a Inma por inspirarme)


viernes, 9 de julio de 2010

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XXVI).

Batalla de las rebajas de enero.

Bajo el título “Estampida y estampadas”, salí ganador del concurso de fotografía mural urbana de ayer día uno de julio de 2010. Explico el contexto de la obra.

La concibo como telón de fondo y visión global de una preimagen mental (yo me entiendo); la foto es en sí un universo de pelucas pegajosas que, paulatinamente, según la vista se acerca al centro de la imagen, va dejando ver pedazos de frentes y pómulos junto a –para terminar– los morros que, en plena maldición, se proyectan pegadas al grueso cristal de la puerta a punto de abrirse… ¡pero aún no abierta!

Vigilaba mi primo el guarda jurado que, terminado el bocadillo, me dio su parecer en relación al ángulo, luz y perspectiva para la instantánea. Según él, la visión de meleé de rugby de esta montaña de compradoras, donde sólo el azar decide quien es aplastada y quien no, daba una gran sensación de plasticidad. Yo le dije que me dejara en paz, que bastante tenía con intentar mandar la foto por Internet antes de que acabara el concurso.

Pedí un par de minutos extra para la apertura del comercio, debo confesarlo, pues los mofletes de personas muy bien maquilladas decoraban el gran mural de forma explosiva y expansiva, es decir, coloretes de uso privativo se acababan compartiendo con toda la que se dejaba aplastar en el vidrio por las jóvenes promesas recién llegadas que empujaban con todo el alma. Y los codos.

Una vez estudiados los detalles y conforme, disparé mi cámara y decidí quedarme a ver el desarrollo de la jornada en un día tan especial. Sentado en una cómoda viga colgante, me dispuse a observar.

Mi primo, a una distancia de doce metros y medio, accionó el botón de apertura y de modo inmediato se separaron dos inmensas hojas de cristal macizo que, a modo de faja de sesentón cervecero, desató el alud.

-¡Yostoi asquí desdante lascuatricuarto, cagüenlosmoños! ¡ahhh, aaaaahh!, -decía una señora delgadísima, cuyo objetivo principal era completar los ajuares de sus tres niños, que se le casaban en agosto.

Las cuatro señoras que le pasaron por encima lo hicieron con una sonrisa y deseándole muchas felicidades a los muchachos.

Una congregación de seglares llamada Flores En Tu Corazón irrumpía por la derecha del pasillo central, consiguiendo un hueco hacia la zona de útiles para la cocina. Buscaban ollas grandes y cacerolas inmensas, pues venía una delegación del Perú para un congreso, y la delegación masticaba hasta delante del micrófono, en el desarrollo de su ponencia.

El aluvión más significativo fue, sin duda, el perpetrado por la asociación de amas de casa Tus lanas y sus goles, que, tras reservar unos videos de Maradona y unos cojines de sofás, se lanzó a la lencería, la sección que anunciaba los mayores descuentos. Allí, un sujetador de la talla 120 demostró cómo, tirando entre ocho manos por distintas costuras, puede valer fácilmente para una poseedora de la talla 140. De hecho, una tal Morgencia Valladares recogió la prenda, la pagó y se fue a ponérsela en un probador. Una ganga.

Los pasillos iban depurando la marabunta, según el cansancio y el sofoco seleccionaban a las más fuertes.

Armadas de varias docenas de prendas luchadas, y algunas con el peinado original, avanzaban hacia el puesto central y circular de las cajas, donde diez empleados vaciaban cilindros de monedas para el cambio y quitaban las telarañas a las máquinas de pagar con tarjeta.

Y llegaron.

Y fue el rechinar de horquillas, rotura de tacones y despegue de botones, y gafas pisadas y dedos en los ojos como nunca se pudo ver en Almacenes Ramírez Pujol. Y un griterío que recordó al afinamiento de las Trompetas del Valle de Josafat con coro de niños de San Ildefonso sin micrófono.

Y, en un descuido, me caí de la viga para llegar en volandas al mostrador, sin deterioro físico al aterrizar sobre moños en permanente, aún turgentes según pude comprobar.

Ya finalmente preguntado por una cajera que qué y no saber qué decir lo que quería, me quité mi viejo sombrero y se lo pagué con Visa.

Sobre la misma alfombra de pelos con laca fui deslizado hasta que, llegado a la puerta de la sección de Informática Moderna, pude enviar por Internet mi foto para el concurso.

El primer premio, por cierto, era un sombrero, así que volví por la tarde a los almacenes, devolví el mío viejo y recuperé la pasta.

Desconcierto

Y allí estábamos él y yo a solas mirándonos fijamente a los ojos. Se me erizó la piel. Pude notar cómo se me aceleraba el corazón de repente y como me subía un extraño calor desde dentro del estómago para convertirse luego en sudor frío en mi frente. Nos volvimos a mirar.
Paralizada de angustia grité histéricamente y el asqueroso bicho salió corriendo para otro lado. ¡Dios, se ha metido entre los cepillos de dientes! ¡Y estoy sola! Torpemente busco el spray milagroso que no quiere responder ante mi desatinada maniobra. Con un golpe de valor infinito cerré el estante del baño dejando aquella cucaracha asquerosa y patilarga dentro del mueble confiando que pronto llegara a casa la artillería pesada.

martes, 6 de julio de 2010

Encuentro

Me entreabriste la puerta de tu alma
me asomé a ella con pasos quedos
vislumbré un volcán medio dormido
que avivó mi ser sin pretenderlo.
Quise entornar la puerta
y una llamarada quedó prendida de mis dedos
abrasándome con fuerza las entrañas
calcinando mi pecho al descubierto.
¿Cómo pude olvidarme la armadura
sabiendo que el dios Eros anda suelto?
Turbada sigo mi camino
soñando con volverte a ver de nuevo.

lunes, 5 de julio de 2010

¡QUÉ SORPRESA DE IMAGEN!


¿Quién habrá colgado esa preciosa foto a la derecha? Creo que voy a adivinarlo: ha sido Beli, y eso es el caño la culata en Huelva. Es que una servidora se bañaba recien nacida, y antes, en esas aguas. ¡Qué gustazo de imagen! Gracias por compartirla con nosotros (anda que como no seas tú, vaya chasco, jajajá...)

domingo, 4 de julio de 2010

REVISIÓN.

El niño dijo que no. El padre tomó las gachas. La madre dijo que no. El niño tomó la copa. La suegra dijo que no. El perro tomó la sopa. El padre dijo que no. La esposa se tomó el pienso. El perro ladró que no. La suegra tomó el filete. La niña dijo que no y el suegro cogió el chupete.

Ocurrió más de una vez, que todos se equivocaron. Pero al volver con sus gafas, nuevecitas que compraron, cada uno acabó viviendo en un barrio muy lejano, pues no supieron de quién se cogieron de la mano.

REDESENCUENTROS.

Deborah Johnson encontró al hombre de su vida en la universidad, se casó con él cuando ambos terminaron los estudios y trabajaron juntos como socios colaboradores de la empresa del padre de su marido.

La noche en que se miraron por primera vez a los ojos desde que se casaron, hicieron las maletas y cada uno volvió a la casa de los padres. No se conocían, era como si nunca se hubieran visto.

El cardenal Vittorio Masanti y la abadesa de la congregación Silencio Cristiano, Carmela Dorani, coincidieron al salir del Vaticano el día en que fueron excomulgados. Al salir del hotel donde durmieron juntos, dejaron sus antiguas ropas tiradas por el suelo y se fueron a vivir al extranjero, a una casa llena de espejos para jugar con sus remordimientos.

El hotel Dante de Roma clasificó esa habitación de prohibida por orden expresa de Su Santidad.

Deborah Johnson y su ex marido coincidieron en una recepción en la Santa Sede y, al mirarse de nuevo a los ojos, se ausentaron a la menor oportunidad y corrieron juntos a encerrase en la única habitación de hotel libre que quedaba en Roma, que pagaron a precio de oro. Durante una noche jugaron a perdonarse vestidos con unos extraños ropajes que alguna pareja había dejado tirados por el suelo.

REUNIÓN.

-Nadies pariese contenta de obsequiass, altezza, -dijo Igor en su mejor transilvano.

El conde se levantó y un criado turco, empalado en una sombrilla de playa, acercó el presente a su amo, que cortó las cuerdas del paquete con una sola uña afilada como un puñal.

En silencio, leyó el prospecto que sacó de la pequeña cajita: “Hemostop, el remedio contra cualquier derramamiento de sangre. Composición: Taponato atóxico de algodonia. Consérvese en frío. Dosificación: Tres veces a la noche, en mordiscos.

La primera risita, cuyo eco rebotó por las enormes bóvedas del castillo, la soltó el Hombre Invisible. A él también le dolió un espejo como regalo. Se unió el Hombre Lobo, en una franca y abierta carcajada, hasta el punto de dejar caer varias de las tabletas de turrón que recibió. La Momia se levantó y lanzó al aire cientos de rollos de papel higiénico, que se abrieron como serpentinas, tras lo cual Frankenstein desenvolvió varias docenas de las cremalleras que encontró en su caja y las aplicó con maña a las costuras abiertas más llamativas de las que había provocado su estruendosa risa.

En copas de oro, poco valoradas por su originalidad, brindaron algo más contentos los cinco amigos de toda la vida y más de una muerte.