miércoles, 23 de abril de 2008

PRUEBAS FÍSICAS (I)

En el Estadio Olímpico de Sevilla, veintiséis aspirantes a cuatro plazas para estudiar Educación Física afrontan el examen de selección. La primera prueba, lanzar un balón medicinal.

Primera prueba. El balón medicinal según se anunciaba al final del párrafo anterior.

Carlos E., gaditano, supone mal y envía contra los jueces, aunque con delicadeza, una pelota de casi cuarenta centímetros de diámetro llena hasta reventar de aspirinas, desinfectantes y vendas. Queda eliminado en principio. Después de consultar a los jueces, su buena intención le permite obtener la puntuación mínima y puede continuar con el resto de las pruebas.

Luis M., de Utrera, coge el balón, se lo echa a la espalda, cae poquito a poco hacia atrás y se queda doblado en un arco formidable, formando el clásico “puente”. Se le hacen fotos y, pocos minutos más tarde, es conducido a un conocido taller de chapa y pintura con experiencia en estos casos.

Alberto P., de San Fernando, trae navaja y la usa bien: Advierte que sus amenazas no son papel mojado y cumple lo dicho; de un solo tajo deja al balón con la mitad de la arena dentro, que sustituye por papeles mojados, que pesan el doble, el muy imbécil. También se cae para atrás, pero sin doblar.

Jaime F., de Sevilla capital, viene sin gafas y abraza a todo el mundo. Cuando imagina, erróneamente, que lo que tiene entre manos es el balón medicinal redondo y pesado de la prueba, lo lanza. Con relativo éxito, pues el juez federativo Don José P.D., bajito y rechoncho se levanta y le concede una puntuación muy baja al haber caído fuera del foso de arena previsto. Después le da una patada en el estómago y le entrega el balón correcto. Jaime, desfondado, le pide, al menos, una graduación gratis. Le dan un vale; por fin,  su lanzamiento es bueno, pero no como para tirar cohetes.

El resto, hasta los veintiséis, no ha conseguido salir del autobús que los traía desde el centro de la ciudad. Los jueces no dan crédito a que en Sevilla se hayan creado baches de seis metros de profundidad en menos de tres meses. Y es mucha casualidad que sea el autobús este, precisamente este, el que se haya caído dentro. “Los que no estén, no están, no puntúan y esto es lo que hay” se lee en el acta, junto a un sudoku.