Juan Antonio Landa fue el primero en pararse a mirarlo. Al día siguiente vendió sus propiedades y nadie volvió a verle.
Después fueron Diego Mora, Pablo Solé y Arturo Miralles, por ese orden, quienes se detuvieron a leer el cartel para desaparecer al día siguiente sin dejar nada que les recordara.
El alcalde tenía miedo; no se atrevía a pasar por el centro de la plaza del pueblo, junto al pilón, donde habían dejado clavado el papel sobre la estaca de madera. Él también era soltero, pensó, como todos los que se habían parado a mirar, así que mandó a Elena Valle, su concejala de Urbanismo casada y madre de familia, a leer el cartel. Cuando volvió al despacho del ayuntamiento, Elena ya llevaba su maleta hecha y un cheque en la mano producto de la venta de su casa, una de las mejores del pueblo.
Aquello era más grave. Nadie parecía estar a salvo.
Un gañán bravo, Tomás Del Horno, cogió un trapo para tapar el cartel. Pero en el último momento, envalentonado, quiso leerlo. El trapo quedó tirado en el suelo y Tomás, llorando, se montó en su coche con rumbo a la capital una hora después de haber firmado la venta de todo lo que tenía en el pueblo.
En una semana no quedaba ningún vecino.
El alcalde, temblando de miedo, me llamó al bufete.
-Ayúdame –me dijo.
Con un hacha enorme me acerqué al cartel por detrás, para que no me atrapara, y no caí en la trampa de mirar a los cristales de unos coches cercanos, ya que me obligarían a una lectura al revés, y por tanto más atenta. Pero me sorprendió un charco de agua cristalina, donde pude leerlo reflejado y volví a ver a mi amigo el alcalde para decirle que le había fallado.
Al verme con el cheque en la mano, se sorprendió de la buena venta de un descampado, lo único que me quedaba en el pueblo, y que valdría como cochera, no mucho más.
El alcalde fue el último en buscar las escrituras de su casa y hacer las maletas.
De regreso a la capital, me crucé con Satanás que conducía un cadillac rojo del 54, con el asiento de atrás repleto de documentos de propiedad.
-Vengo del catastro –me dijo.
Yo ya había oído que pretendía adueñarse del mundo, pero no pude hacer nada: Actuaba dentro de la más estricta legalidad.