jueves, 20 de diciembre de 2012

Felicidades, chavalotes.


Feliz Navidad.

Para los que nos leen y para los que lo harán en algún ratito.
Para los que ya tienen un ratito paraleernos.
Para los que cuentan lo que han leído aquí.
Para los que les ha gustado un poquito.
Para el resto, sin excepción, de los habitantes del planeta,

Felicidades.

No propongo un listón bajito para ser felices fácilmente. Prefiero tirar el listón y, sin ser tontón, pensar en un futuro inmediato algo mejor para los que lo pasan mal, al ver una lección de solidaridad tras otra.

Ánimos, muchachos, que esto es ponerse. Si no sacamos nosotros un momento para abrazarnos se nos va a poner cara de asesor ministerial, y ustedes perdonen, ha sido un pronto.

Yo a lo nuestro: Felicidades.

Grandes entrevistas de la Historia (3)


Papá Noel.

¡Borromblón!
–Qué caída más tonta, señor Noel, buenos días; parece mentira, con su experiencia y habiéndole puesto la chimenea nueva, con todos los agarres de seguridad que marca la normativa en bajadas verticales.
–No se preocupe que le apunto en mi lista de “sabandijas a patear por las tardes”. Ahora déjeme que recobre el resuello.
–Será usted el único que recobre en estas fiestas, hiahahai, hiahahai; porque la paga extra está prohibida, hiahahai. Ande y déme la mano esa regordeta, que le ayudo a salir de ese montoncillo de hollín y a levantarse, que parece usted una tortuga cucarachera, incapaz de darse la vuelta.
–Menos mal que mi cuñado me va a echar una mano, porque si no tengo que majarle a palos yo solito.
–Caramorsa.
–Moñocalvo.
–Filisteo.
–Chupacabras.
–Mascamocos.
–Cariátide.
–Ayyyy, qué bien se siente uno cuando se desahoga un pelín. Vayamos al contenido de la entrevista. ¿Cree usted en el salario mínimo de los renos?
–Sí creo. Pero no lo aplico. Tengo un convenio firmado ayer mismito con Blitzen y Vixen como representantes sindicales. Yo lo respeto y evito que me pateen.
–De todos modos, no lo niegue, se dice por ahí que le pone usted los cuernos a más de uno de sus renos.
–Señor, señor, se dicen tantas cosas. ¿Pero usted sabe, aprendiz de loro mosquitero, a cuánto está el kilo de cuerno? Mire, que no salga de aquí, como usted, a patadas, sino que no lo difunda: les pongo unos cuernos sintéticos de policascarina hechos con huevo, agua y harina, rebozados con creminata, que, terminado el reparto, se guardan en cajitas troceados para las meriendas.
–Ahí, señor gordo, me ha devuelto usted la fe en el género humano. Perdone que me quite algo que se me ha metido en el ojo.
–Ha sido mi dedo mientras usted se ponía blandangas, espécimen de rata epiléptica. Pero no se mueva, que lo retiro. Y el guante, déme el guante, gracias.
–¿Qué le parece el Triunvirato Monárquico de la Prestigiditación, también conocido como los Reyes Magos?
–Que repita usted el título con la boca llena de alfajores, castañas en jengibre a medio masticar y medio limón. A ver.
–No llegamos a ningún lado. Yo intentando renovar, alegrar y acercar su imagen, y usted poniendo caras propias de un concejal sin entradas para la ópera.
–No vamos a pelear más, jovencillo. Hoy me he caído en vertical por no llevar mi saco y tener las manos ocupadas con su regalo. Aquí tiene. No lo abra hasta el día de Reyes y así unifica usted las tendencias.
–Vaya, menudo armisticio elegante. Pero no se vaya todavía. Tenga.
–Pero…
–Un detallito. Ábralo hoy, por favor. Ahora, para ser exactos.
–¡Morsas! ¿qué es esto?
–Dos pares de ventosas. Se las pone usted en los codos y las rodillas y le confunden con una mosca a partir de ahora. No se cae usted de una pared aunque sea la de su ducha con el vapor de agua. Que no tiene usted edad para ir dando barrigazos.
–Me ha llegado usted al píloro, amigo mío. Y no soy de coba fácil. Me las pruebo, con su permiso.
–Que no se diga.
Papá Noel se equipa, se coloca dentro de la chimenea, se despide con la mano y trepa por ella con la velocidad de una lagartija. Desde abajo, el locutor lo ve subir. No resiste la tentación de abrir su regalo: un tirachinas perfecto. Se saca el chicle, lo lanza con precisión y en los próximos cinco mil años al barbudo le cuesta despegarse del asiento del trineo. Una forma de acordarse del pollino aquel, el de las entrevistas. No era mal tipo, piensa cuando ve el ahorro en las facturas de tintorería en todos estos años.