miércoles, 30 de octubre de 2013

El "doblao". [Va por "la casa tomada"]


Y en el doblao, entre cajas empolvadas, Inés encontró una extraña fotografía. Parecía ella misma, de niña, en blanco y negro, o más bien en tono sepia en la que posaba muy formal junto a un niño con ojos grandes y tristones, que aparentaba no más de cuatro años, vestido de marinero con un caballito de madera en la mano. La niña, algo mayor, llevaba unos elaborados tirabuzones adornados por dos enormes lazos negros. A mano, sobre la foto y de forma casi imperceptible había una dedicatoria.
Inés se detuvo un momento y volvió la foto: "Fotografías Gavilán". Madrid 1894.
-¿1894? No podía ser su madre, ni su abuela ¿sería la bisabuela, en Madrid? Era poco probable.
Entonces volvió a la desvaída dedicatoria y se acercó a buscar una lupa en el escritorio del abuelo, que como buen coleccionosta de sellos siempre la había tenido a mano. Aquel escritorio estaba conservado como el último día en que su propietario lo utilizó, pero con una enorme capa de polvo encima que al soplarlo inundó la estancia y la hizo toser varias veces. Cuando se recuperó, buscó la lupa. No estaba a la vista así que buscó en los cajones. El cajón central, atascado en un principio, se desfondó al tirar con fuerza. Se conoce que con el tiempo la cola se había perdido, cayendo a sus pies un cuaderno atado con una cinta roja y la lupa. Lo abrió con cuidado. Una caligrafía muy pulcra, antigua y algo descolorida llamó su atención. Parecía un diario de mujer.
Leyó la dedicatoria: Para la tita Inés  con todo nuestro cariño, Manuela y ...¿Joselito? ¿Joselito?
Perpleja por la coincidencia, metió la foto a modo de marcapáginas en el diario y se lo bajó a su dormitorio para revivirlo aquella noche.

lunes, 28 de octubre de 2013

Caída libre.


Pampa argentina. Cuatro de la mañana. Oscuridad, pero a punto de amanecer.

-Buenos días, pastor de piel rugosa, tez morena y poncho al viento. ¿Me devuelve el batiscafo, uséase la parte gruesa de la cápsula caída según veo entre sus ovejas desde el espacio exterior, por favor?
-Che, viniste en pedo sin avisar. Ni repeiné a las laneras, todas rizadas. Menuda foto de porquería se sacaría. Vaya una presentación, irrumpiendo de loco en la shshshanura, sin casi luz ¿viste? Pendejo, a vos te faltan dos dosenas de cachetadas. Andáte y volvéte al Pentágono, no tengás la cabezota tan cuadrada. Largáte dije, largáte.
–Quizá tenga que golpearle, quizá ponerle en medio de la trashshshectoria de una balasera, en el caso de que se niegue a colaborar con el gobierno mío, para el mínimo gesto de retornarnos el envase. Ni siquiera, fíjese, le pedimos que nos devuelvan los tripulantes.
-Pero ¿habés tomado de más? Pasáte al mate, boludo. Los tripulantes era UN tripulante, una mona, muy linda, muy mona como disen los gashshshegos. Anda por ahí, por medio de las ovejas, a media jornada con el perro pastor. Se shshshevan bien en el laburo, sin tocarse las pelotas. Y viven dentro de la cabina telefónica que aterrisó no más en mis pastos. Y ahí se queda, viejo, tenélo claro que no los desahucio y menos los expropio. No trates de cagarnos más, gringuito, que ya se hiso tarde para la sena, así que pensemos en el desayuno. Si te quedás acá, tengo vino, pan, queso y algo de empanada. Si no, perdéte, esto es grande, te encontrás como de suerte con alguna mina linda de las de por aquí y a tu gobierno le dan por el orto.
Pausa. Dos minutos.
-Pos bueno, pos vale.
-¿Qué hasés con ese selular?, ¿no te saldrá caro eso de apiolarlo a pisotones?
-Así no me encuentran ni en un año y me faltan seis meses para jubilarme. Me quedo y ya les avisaré para dónde enviarme la paga de viejo. ¿Decías que había empanada? ¿Y minas guapas? Pásame, perdón, pasáme el vino, por favor.

viernes, 25 de octubre de 2013

EL SUEÑO DE FEDERICO




Federico era el mayor de tres hermanos. Había nacido una noche de invierno entre algodones según le había contado muchas veces su madre. Su padre lo había tomado orgulloso entre sus brazos para mostrarlo a sus abuelos.

Pertenecía a una familia de reputados abogados. Sus padres habían soñado para él un futuro prometedor, entre pleitos y legajos, rodeado de lujo y confort.  Sin embargo, desde pequeño Federico había mostrado un amor desmesurado hacia los animales y más en concreto hacia los conejos.

A los seis años había pedido a Baltasar, su rey mago favorito, un libro de dibujos de conejos; conejos rojos, verdes, azules…

A los doce años, para su cumpleaños había pedido un viaje a CONEJILANDIA, una granja enorme a las afueras de la ciudad donde aquellos animalillos vivían en semilibertad y donde los niños podían jugar con ellos, acariciarlos, tocarlos, mirarlos…

Y para su mayoría de edad y ante el asombro de toda su familia había cambiado la fiesta de presentación en sociedad por un conejo blanco de orejas moteadas que había visto en la tienda de animales de la esquina.

Sus padres perplejos no supieron cómo hacer frente a la nueva excentricidad de su hijo, de su primogénito.

El tema no se volvió a tratar, tal vez si no se hablaba de él las aguas volverían a su cauce; sin embargo Federico padre tenía el presentimiento que eso no iba a ocurrir. Al anochecer, trató el tema con Margarita. su esposa. “¿Qué piensas tú de todo esto?”.

Margarita permaneció callada. Contempló a su marido mientras recordaba  aquel día junto al estanque de los Jardines del Oeste.





“Federico es como tú” respondió mientras una leve sonrisa se perfilaba en sus labios.

“¿A qué te refieres, a ser abogado?”

“No, a ser soñador” contestó;  entre sus manos una pequeña caja azul guardaba recuerdos pasados. “Tú querías atrapar mariposas, ¿recuerdas? Él quiere ser prestidigitador”

En un segundo sus miradas se encontraron. Margarita acarició la mejilla de su marido. “¿Atraparás su sueño entre redes de prestigio?”.


miércoles, 23 de octubre de 2013

POR QUÉ LA CASA TOMADA

    A Inma
  

      De nuevo frente a la hoja en blanco. Hace tanto tiempo que me alejé de ella sin saber bien por qué, que ahora que me he propuesto volver no sé cómo hacerlo. Me has ofrecido tu mano para atravesar el espacio que me separa de ella.

     "Háblame de la casa tomada" me dijiste, y desde entonces no he dejado de pensar y de sentir, más lo segundo que lo primero. Soy de pensar poco como ya sabes.

     "¿Por qué la llamas la casa tomada?" volviste a preguntar. Y como tantas veces en el pasado, permanecí callada sin saber qué responder. Tú insistias una y otra vez, y yo una y otra vez permanecí callada sin saber qué decir.

     ¡Hace tanto tiempo que te fuiste , y aún hoy la pregunta continúa sin respuesta!

¿Por qué la casa tomada?

     He cerrado los ojos y he vuelto a recorrer el espacio que nos separa; he mirado debajo de las camas en espera de encontrarme algún fantasma; he subido al "doblao" a rebuscar entre cajas y bolsas cubiertas de polvo. He vuelto de nuevo a la casa tomada para descubrir al fin que quien está tomada soy yo, poseída por los recuerdos y las risas de mi infancia.

     No sé por qué se llama la casa tomada, sólo sé que ella es mi casa, la que me llama en la noche, la que me acoge cuando me pierdo; la que siempre está ahí esperando mi llegada.

jueves, 17 de octubre de 2013

Último recurso.



Melania María cortó anteayer con Luis Elviro, su vecino de enfrente, debido a las excesivamente frecuentes infidelidades de éste, un golfo sin paliativos y sin excusas ni imaginación para justificarse.
Ayer, Melania se recalentaba unos fideos con tendencia a la caducidad y mientras alguno dentro del cazo escapaba a la fosilización, le dio por mirar desde la cocina a la ventana de enfrente, la del dormitorio de Luis, un piso más abajo, con la que le unía una recia cuerda de marinero, profesión de su ex amante. Esa cuerda, dura y tensa, había enviado y reenviado tanto mensajes de amor como cestitas con flores y chocolatinas, además del propio Luis en persona, quien recogía la ropa seca, se la dejaba y se volvía un buen rato después aunque fuera sin la ropa.
Melania no tenía cogido el truco a su cocina y una columna de humo la atacó a traición. Tuvo que sacar la cabeza para respirar y sintió miedo al ver que apenas podía ver el patio. Se aclaró bien la garganta y pidió auxilio en un tono vibrante, agudo y creciente, que estremeció a todos los vecinos. Se avisó a los bomberos de que no era necesaria encender la sirena y un londinense de paso reconoció con nobleza que las nieblas de su Londres perdían en la comparación de visibilidad.
En un vistazo, Luis comprendió lo que había que hacer, pero las dos mujeres con las que yacía en la cama pidieron una lógica prioridad en ser salvadas del incendio pavoroso del que aún no se veían las llamas, pero quién sabe, dijeron.
Los brazos de Luis eran fuertes y cada uno sostuvo a una de las dos mujeres para deslizarse y llegar al suelo, pero justo antes de realizar la maniobra, oyó a Melania subir dos octavas el tono de sus gritos pidiendo auxilio. Miró hacia arriba y temió que el humo asfixiara a una mujer de grandes cualidades, quizá algo tendente a la exclusividad. Se dirigió a la ventana de enfrente y comenzó a subir a pulso por la cuerda pensando en el rescate, sin pensar en que ya llevaba los brazos ocupados por dos cariátides desnudas.
Era una emergencia. Melania reaccionó con rapidez y, sin pensárselo, describió a voz en grito una serie de posibilidades acrobáticas y picantes de verdad, que obtuvieron como resultado una sólida opción de tercer agarre de sus manos para que el cuarteto formado por ella y el trío inicial pudiera deslizarse hasta el piso de abajo y llegar al suelo sanos y salvos.
Los bomberos, después de girar la llave de la cocina vitrocerámica hasta la posición de “apagado”, pusieron el resto de sopa de fideos debajo del grifo, llevaron mantas para el/las que las necesitaban, hicieron un breve informe y se largaron.
Melania se sintió segura de pie en el suelo del patio y minutos después soltó su agarradera.
Luis salió  a saludar varias veces ante el atronador aplauso del público de la comunidad de propietarios que daba al patio.
Después, todos a su casa, poco más o menos.

Consejos y avisos (1).-


Bloque I. Para general conocimiento:
1.- Pensad, amigos, en que no sólo los astronautas pueden tener los ojos fuera de las órbitas.
2.-  Un popurrís:
2.a.- Si para decir que estáis callados necesitáis hablar, cometéis antiveritatis in declaratio, que está mal visto.
2.b.- Si para saber si alguien duerme tenéis que preguntárselo, vuestra probabilidad de recibir un alpargatazo aumenta horrores.
2.c.- Si a vos, Sissi, os preguntan si volveréis en sí tras un desmayo y respondéis que sí, yo diría que no, fíjate.

Bloque II. Avisos personalizados.
1.- Esto que sigue tiene aspecto pastoral, pero va dirigido en particular a José Julio Jaramago Gengibre, alumno de segundo de fisiotetapia (recuperación y cuidado de las paredes):
Haz revisión panorámica mental en 3D de lo que sé que hiciste el 24 de agosto, sin ir más lejos. Verás cómo, en la escena en la que silbas dos de a diez del monedero de tu abuela, surge una pequeña luz azul que apenas tintinea. Se trata de la alarma silenciosa instalada por la viejales, que mañana, cuando venga a casa porque le toca este mes, te molerá los lomos a palos de fregona.
2.- Para los matrimonios que se cansan del sexo antes de ponerse a ello:
Cuando, una tarde con ochenta y siete años cumplidos, queráis agitación sincronizada mutua, la Naturaleza os responderá que mohón y medio, que ya no son horas. Así pues, y sin más, poneos nada menos que al asunto, que los cuerpos, según se dejan de turgencias gratuitas, tienen ese no sé qué de puesta en marcha despacito la mar de simpático. ¿O es que todo el mundo suda en invierno sentado en el sofá?
3.- Aviso para doña Candela Brosyvelas, presidenta de la comunidad de propietarios de la calle Sellaoledoy número 2:
Por la ventana del bajo donde vivo, al patio de vecinos yo tiro lo que me da la gana cuando discuto con mi novio. Ahora bien, eso de que usted lo recoja todo y se lo guarde en casa, incluido mi novio, ni hablar. Esta misma tarde lo quiero de vuelta delante de mi puerta, con el juego de ollas y los jarrillos de lata.
4.- Llamada a don Rigolindo Pormayor, alcalde de Fuenteanillos:
Desde donde quiera que esté usted, mande usted la llave del gallinero, por lo que más quiera. Hemos querido entrar a separar a los gallos Dionisos y Kalesterio y no hemos podido. Hay un ataque de nervios masivo día sí, día también; los huevos no hay quien los ponga en su sitio y estos dos, embravecidos, se dicen de todo en cuanto uno de ellos se acerca a cualquier gallinita joven. Hay quien ha propuesto llamar a los antidisturbios, pero ¿queremos salir en los papeles? Esto es un caos, yo le pido por Santa Ala Picona que la próxima vez que tenga usted un aniversario lejos del pueblo, nombre un responsable de la granja municipal, porque no sé a dónde vamos a llegar.

miércoles, 9 de octubre de 2013

La semana pasada. Martes, me parece.



La semana pasada entró en nuestra peluquería la concejala de Punto de Cruz doña Estebanita Macarena Deplaya, nacida en el barrio y conocida como Jigitonto por la facilidad de caída al suelo en cualquier situación: cuando jugaba en la calle, la acera, el parque, el columpio o a la comba.
Venía con una sonrisa al punto del agrietamiento facial, que, dicen sus biógrafos, es capaz de mantener hasta tomando la copita de después de las celebraciones. Y de eso se trataba.
Mi jefaza y dueña del local de estética universal, el centro que colma mis ilusiones profesionales, ponía en marcha la semana pasada un nuevo sistema de secado cabellero, para la dama y el caballero, que incluye la modalidad de peluquines. Es decir, mucho más allá del mecanismo soplador, cálido y variable, envolvente y suave o fuerte, estaba el hecho de que nuestro salón de belleza se abría al público masculino y al público bisoño (portador/usuario de bisoñé). Y doña Estebanita, esposa y amante desgarrada antes que concejal, se encalomó al evento mucho más para fisgar y enterarse de por dónde respiramos que por ver cómo peinamos, despeinamos y volvemos a peinar. Y es que el marido nuevo de Estebanita, el mismo de siempre pero casado por varios ritos (el civil, el bantú, el marismeño, el protestado…) fue el primero en venir a darse unas mechas en su postizo.
El casposo, El ESPOSO quiero decir, tiene unos añitos más que la concejala, pero se las da de sandunguero, bailón, bebedor y exitoso con toda mujer que se pasee por su radio de acción (que yo calcularía en veinte centímetros, pero él mide en hectómetros, la criaturita). Esta circunstancia obliga a la edila a un constante seguimiento de su cónyuge, realizado bien a través de costosas empresas de vigilancia y control que los contribuyentes pagamos encantados, o bien, en los casos sencillos, de investigación personal del pollo pera: su hombre. Dado que en nuestro centro mundial de la estética corporal laboran y se contonean más de tres niñas de contrastada turgencia, el asunto requería, según ella misma, la presencia sólida e inmediata de doña Estebanita.
Lo que sigue es un pobre intento de expresar o recoger algo de cuanto sucedió desde las 9:42 (mi cerebro no procesa casi nada antes de esa hora) hasta las 9:48, momento en que los geos, con su buen hacer, se llevaban para su casa a un conglomerado (melé, marabunta, decía el sargento de guardia) de mujeres que se agolpaban en la escena y que, según la normativa vigente, emitía ruidos muy superiores a los permitidos, sin dejar oír la radio.
–¡Pero mira quién es, pero mira, pero miraaaaahhhh!; ay shoshorro, qué alegría pa este sitio, qué nivel, qué estatúscuo, qué fanfarria y qué más quieres, hijapordió –saludó mi jefa con los brazos abiertos, rodillas algo flexionadas, como esperando acoger en sus brazos a alguien que salta desde lejos, estilo Dirty Dancing.
–Pos que vengo –respondió Estebanita con una cara cercana al cubismo– para poner en su sitio a las pelanduscas que acoges con la única y sofística idea de arrancar a mi hombre de mis brazos.
Mi jefa tiene un primer guantazo la mar de bueno. Lo zampó, quizá, demasiado pronto. La conce venía con botas pisotónicas y vaya si eran útiles. Contabilicé un ajustadísimo empate de empujones y bocados de caballo, a mandíbula abierta. Ya en el suelo, habiéndose mordido hasta el NIF, vieron volar una peluca. La del pollo pera. No pudo darse peor circunstancia. El botón rojo sangre de la máquina nueva, el que pone “máximo: huracanado” para el secado de las melenas densas, que sin querer pulsé con la fregona, fue demasiado para el arreglo final del pelucazo del presumido edil consorte, que salió del establecimiento maldiciendo en holandés mientras las dos mujeres elevaron el griterío hasta el nivel de ambulancia.
-Lagartona de cartón, sijaputona, estratega del separamiento conyugal, toma gancho al hígado, toma este merecido golpe que hoy, en nombre del ayuntamiento que me honro en formar parte, te endoso –declaró para las cámaras la Estebani.
Ya dije que doña LolaPili había soltado uno de sus mejores golpes al principio, lo cual le obligó a tirar de catálogo con pataditas, darle vueltas a la falda de la otra y pellizcarle el cuello por más de un lado a la vez. Esto equilibró el combate, que se embarulló en el momento en que unas doce mujeres, de años sin definir pero hechas al defender la cola en el pescado, tomaron parte en la refriega, cada una según sus inclinaciones personales o políticas.
Sólo puedo certificar que, a las 9:48, recibí un directo a la mandíbula, cual bala perdida, suficiente como para dejar de ser el cronista oficial de lo que allí sucedió.
He pedido la baja por el móvil, desde lejos, por si acaso. Y mi mujer me ha hecho tarta de manzana, con un dibujito de una fregona hecho con mermelada. Me siento mucho mejor.
En cuanto mejore de lo mío, dentro de un par de semanitas, pido el alta y me entero de los detalles.

martes, 8 de octubre de 2013

El perro de Marta

Marta quería un perro. Lo buscaba en su paseo matinal y a la salida del trabajo. Quería un perro que le diera compañía, un chucho cualquiera, un ladronzuelo juguetón. Llevaba siempre en el bolso, por si acaso, un paquete de galletas. Menos los viernes por la noche, que lucía las pocas joyas que tenía y llevaba un bolsito de carey. Unas veces iba al teatro y otras al bingo. A la vuelta, de madrugada, se quitaba las joyas despacio en su tocador y, ya en la cama, deseaba tener un perro.

No quería comprarlo, no tenía a nadie que se lo regalase. Quería encontrarlo, o más bien, que la encontrara. “Cuidado con lo que deseas porque se cumple”, le decía su madre cuando era niña. Pero Marta quería llenar el vacío diario, la quietud de su apartamento. No le importaba tener que pasar con frecuencia la aspiradora, ni sacarlo a la calle antes de ir a dormir. Tampoco le importaba tener que gastarse el sueldo en veterinarios: Marta quería que la encontrara un perro sí o sí.

Aquel viernes por la noche sus joyas brillaban. Y a la salida del bingo, su perro la encontró aunque no llevara galletas en el bolsito de carey. Era un perro pulcro y perfumado, de mirada fría y mentón voraz. La siguió calle abajo en silencio. No la mordió, la alcanzó por la espalda, la apuñaló y le arrancó sus joyas. Era un perro muy perro vestido de algodón.

lunes, 7 de octubre de 2013

Besos viajeros.


Ahí os dejo dos de los momentos que capté con mi amiga la cámara el pasado sábado en Córdoba. Ya subiré alguna más. Besos viajeros.

jueves, 3 de octubre de 2013

La semana pasada. Lunes, diría yo.



La semana pasada, no supe jamás la causa hasta que me enteré, me levanté temprano. Sin rebotar mis parietales en el marco de la puerta del cuarto de baño, sin acostarme “otro ratito sólo” en el sofá adjunto a mi cama, el de las siestas urgentes. Nada de eso.
Desayuné y recogí el lavavajillas, comprobando a postreriori que las cucharas de postre estaban bocarriba, como decían las instrucciones cuando las compramos.
Salí y sin ayuda encontré la calle. Trabajo en la misma acera donde vivo, dos números menos, y no necesité preguntar a nadie por la dirección.
Al llegar, vi por fin cómo funciona el mecanismo de la apertura del cierre metálico del negocio que me da la vida: una reja que sube gracias a la recia musculatura dorsal de mi jefa, doña LolaPili Mollares, poder fáctico del barrio, ayudada por una de las oficialas más fornidas, Juliana De la Selva Straptick, una coreana nacionalizada que se encarga de las uñas de los pies y los pelos de las orejas. Fue verme llegar de pie y quedarse las dos petredificadas, allí mismo.
–¿Quién ha sido?, ¿cómo ha podido ocurrir?, ¿ha habido heridos?, ¿se han llevado cosas de valor?, ¿te han encendido la tele?
Sus preguntas, precipitadas y superpuestas, sólo obtuvieron de mi rostro una expresión muy idiota, como de ministro de latas de conserva o parecido.
-Aún no tengo información para lo ocurrido –dije con tono de primera noticia–, pero estamos investigando y pronto daré una rueda de prensa.
Me dejaron pasar para que, desde que firmé mi contrato laboral en esta empresa, fuera yo quien entrara el primero a trabajar. Lloré como un chiquillo, berridos incluidos y, como un chiquillo, me calmé con los dos chupachups y el apretón de doña LolaPili contra sus neumáticos, consistentes y, en resumen airbagianos pechos.
Me puse la bata, cogí el limpiatodo, limpié algo que no puedo precisar, pero que resultó precioso en su color original. Era yo un relámpago, una visión de pulido y refregón que nadie sabía parar. Y menos, yo mismo, que comenzaba a notar las preagujetas braquiales, piernales y lumbares. Pero no era capaz de detenerme. En uno de mis frenéticos accesos de orden y limpieza, me fui a por lo primero que se movía y me traje al menos dos capas de maquillaje y crema facial de Juliana que, desprevenida,  se cubrió con mantas y se metió en el reservado, ese lugar de las peluquerías donde, antes de la era digital, se revelaban fotos y se freían papas. Allí dijo que se pertrechaba hasta que yo me calmase.
Doña LolaPili no sabía qué hacer. Dentro de dos horas, quizá menos, las madrugadoras clientas vendrían a ordenarse los estropajos mentales y no sabría qué decir a preguntas indiscretas.
Iba a amarrarme cuando entró mi suegra. Una belleza a sus cerca de ochenta, sensual, delgadita, que sabe callarse, no mima a los gemelos –al revés– y que me hace una ensaladilla rusa tan buena que cualquier día me presento a alcalde de Lechingrado.
-Niño, que nos hemos cambiado las pastillas. Fíjate que, por tomarme ayer noche las tuyas me he tenido que duchar con agua templada. No sé, como si tuviera el cuerpo amondongado. Un penazo, créeme.
-Ay, cómo lo siento –le dije tristón–, yo, que hoy he sido el centro de atención de este lugar sagrado del mejoramiento corporal. En fin, ajá, aquí está el frasco. Ten, preciosa, y disculpa.
Allí mismo engulló un pildorón de color azul que yo había confundido la noche anterior con las de ponerse en ángulo recto. La verdad es que el resultado había sido mucho más rotundo de lo esperado, pero a cada uno su tratamiento y el Señor en casa de todos.
–Os dejo pagado un café en casa Mellito –dijo sonriendo antes de irse.
Pasados unos minutos noté el descenso inmediato del efecto del pastillón también azul, la causa de mis torbellínicas energías y, viéndome venir, doña LolaPili me hizo sentarme, me dio las últimas revistas para estar preparado en cualquiera de las conversaciones de actualidad y, mientras llegaran o no las parroquianas, echara una cabezadita en el sofá.
Tuve un sueño plácido y reconfortante, algo interrumpido por conversaciones que defendían el maquillaje de la Julia Roberts a sus años, pero durante el cual, según supe después, recuperaba en varias ocasiones el ángulo recto.