viernes, 23 de diciembre de 2016

FELIZ AÑO


Queridos niños:

            Otro año que se aburre y se hace el muerto, el deshojado. Está harto y deja paso a otro, como siempre, sin la menor experiencia. Ahora que nos habíamos acostumbrado a unos numeritos redondos, múltiplos de todo, con un día de más para aprovechar bien el tiempo, ahora digo, nos entra un primo, un pringado con tristezas más allá de los boleros.
            No es que piense zancadillearle el día de su toma de posesión. Pero de ahí a sonreírle, darle la bienvenida, animarle… no sé yo qué te diga.
            Nos gusta estratificar el tiempo para medir bien cómo lo perdemos. Declaramos mucho más amor del que hemos aprendido a dar. Al revés de cómo hacemos con los impuestos y las preguntas en aduanas, donde nunca nos consta que haya habido algo a declarar. No nos aclaramos después de tanto enjabonado.
            Sin embargo, no obstante, aunque y pero, la vida está aquí. Y está para dignificarla. Y el camino para ello es cierta verdad y cierto respeto. Más allá de cumplir con estos mínimos, se encarga de pasar sin mucha necesidad de ser medida en nanosegundos gracias a los precisos relojes para fijar fechas de atrocidades.
            Propongo el perdón y la comprensión que pediremos cuando delincamos nosotros y al mismo tiempo la sensatez de evitar los conflictos, la única forma de amor verdadero, porque parte de aceptar de veras a los demás. Pero propongo ser mejores ciudadanos, sin más. A base de detallitos, como diría mi madre. A poquita poco, como corroboraban mis abuelas.
            Esa medida de soltarle la verdad a tus compadres antes de una fechoría pequeña acaba siendo la única, si no al menos la mejor, de las formas de vivir juntos sin esperar a metértela doblada y con arena en otra ocasión, rellenitos de rencor por no habernos zampado en el momento.
            Jode como un pellizco en el cefalotórax, pero no hay más verdad que enfrentarse a la mentira y a la injusticia. A poquita poco, acojonadillos, pero sin pausa.
            Por lo demás, qué demonios, démosle al que viene un par de abrazos para que no tropiece al entrar.
            Y a todos vosotros, unos siete mil millones escasos, lo mejor para el corazón: que lata a ritmo de esperanza, lo último que se pierde, después del móvil y el jabón dentro del baño, claro está.

            Abrazos.