jueves, 18 de febrero de 2010

¡MALDITO LUCIFER! ¡MALDITO SATANÁS!

¡Maldito Lucifer!¡Maldito Satanás y toda su corte de aduladores!
Con la última de las sílabas, se llevó las manos a la cara. Se sentía avergonzado, hundido. ¿Cómo había podido llegar hasta allí?, ¿cómo había podido dejarse arrastrar por encajes y satenes? ¿Cómo aquellas maldiciones? No se reconocía en aquella voz elevada y confusa, en aquellas palabras groseras, en aquellos gestos desvergonzados.
Ahora él también pertenecía a los poseídos por el Ángel Caído, a aquellos que rendían pleitesía al mayor de los desgraciados y desagradecidos de los Ángeles del Cielo. Dejó caer sus manos y frente a sus ojos la imagen de su vergüenza. Se levantó despacio de la cama; junto al sillón, recargado y obsoleto, el liguero morado que unos minutos antes había arrancado a mordiscos de los muslos de Rebeca. Y en un rincón, casi oculto a una primera mirada, la fusta de cuero negro.
Se arrodilló. Cerró de nuevo los ojos y se dejó caer sobre la alfombra roja cuajada de pétalos azules. Reptó por ella hasta sentir entre sus manos el tacto de aquel látigo maldito. Sus carnes rosadas, comenzaron a gemir cuando sintieron el beso envenenado del cuero.
Uno, dos, tres... se golpeaba sin compasión. En su mano izquierda el liguero juguetón amortiguaba ahora sus gritos. Tras sus ojos cerrados, lentamente comenzaron a aparecer los senos de Rebeca, la boca de Lulú y las insinuantes caderas de Jasmín.
¡Maldito Lucifer! ¡Maldito Satanás!, gritó de nuevo mientras dejaba el liguero sobre el sillón y buscaba su sotana entre encajes y satenes.