No me dejes dormirme en un poema
cansino, calculado y derretido:
no me rías ni digas que has reído.
Pero sí si chamusca y no te quema.
No permitas el juego de la rima
por culpa de finales parecidos,
ni me abraces por versos conseguidos
si lo dicho con ellos te da grima.
Muéveme al fin, sacúdeme las venas,
que se aclaren de ripios bochornosos;
que soporten que no hay gloria en tanta pena.
Que renazcan de mil fallos gloriosos,
que intenten reducirme la condena
de andar en tanto verso mentiroso.