martes, 24 de septiembre de 2013

Ayer.



Ayer, sin duda, amé a mi mujer y a mis hijos. A mi prima Lali no.
Ayer, en mi trabajo, rellené los formularios de solicitud de recorte y peinado de cejas para las petardas –pero simpaticotas- de doña Cloti Madora, doña Carmen Sajera y doña Fuencisla Balear. A doña Panegiria, aunque es vecina, no. Y se quedó pobladísima de arcos supraoculares porque a mí me dio la gana, que no oculto nada ni siento vergüenza o remordimiento de labios por lo que hice. Ahí queda eso.
Ayer, cuando desayunaba, tiré hacia atrás el papel de aluminio del bocadillo hecho una esfera casi perfecta y cayó dentro de un té con leche en taza grande que se tomaba el concejal Perioles Mollult de Manglades Porreset, un desagradable. La salpicadura fue demasiado democrática para mi gusto, pues incluyó las gafas del citado concejal, el busto prominente de su secretaria bajita, Roserinalda Shafautinha dos Maceiros, una lagarta pequeña. O lagartija. O como recoño se diga, y la manga de Yordi Parrauviña, el mejor camarero, dueño y único empleado del bar. Yo habría querido un reparto exclusivo para la camisa blanca del Perioles, pero la vida, si te lo da, no te da lo que te da cuando lo pides. Ella se organiza y tú a esperar a que te toque.
Ayer, lo recuerdo bien, mi prima Lali me quiso hacer un molde de la cara con la masa de una pizza y mis hijos y mi mujer, rápidos y ágiles, la pararon en seco y le pusieron la peluca al revés, por ser reversible, para que saliera a la calle con estilo rubiplatinputona en vez de viuda morena afligida. “¡Ale, a hacerle la puñeta a otro primo!”, le decían los gemelos, Prescott y Pratchet, que me quieren con locura. Mi mujer se encargó de darle la última patadita en los riñones para que se animara a bajar la escalera de un tirón. Y son seis pisos.
Ayer, en la pelumanicurestetimasajismería donde trabajo, entraron cuatro clientas de toda la vida con el mismo número premiado en las tres últimas. Gritaban como chiquillas. Tres de las cuatro, que son de ley, venían con cafelitos y croisantes recién hechos, para compartir su felicidad colectiva. La cuarta, doña Panegiria, que la llamamos Kruschev,  no puso ni un céntimo para convidar. Alquila cuartos en su pensión y  cobra una pensión, pero se agarra a una moneda de 0,5€ y la tienen que separar los geos, siempre y cuando haya recibido antes, en la otra mano, el bollo de pan y el cambio.
Las calles del barrio están tan mal que no pueden caer más bajo, de pisoteadas que están. Se lo dijimos al concejal de urbanismo, el tal Mollult, que se comprometió a traer en su Ferrari los sacos de arena y cemento suficientes como para tapar los baches y la boca a los del FMI. Al ver que han pasado ocho legislaturas sin solución por parte del edil, en los últimos años he tratado de perjudicarle lo más posible la vida. Mi trabajo me ha costado el cálculo parabólico de una esfera de aluminio prensado, de unos 150 gramos de peso y alrededor de diez centímetros de diámetro. Ayer, por fin lo conseguí.
Un gran día, el de ayer.