lunes, 9 de febrero de 2009

¿Dónde se han llevado mi sol?

¡¡¡Dios mío, pero qué frío hace aqui!!! Mi pobre amigo Sol no consigue vencer a las nubes que,  atrincheradas en el cielo, cercan esta ciudad sin darle la opción de mostrarme todo su colorido.
Los lagos, estanques y demás lugares acuosos, se convierten en pistas de patinaje improvisadas, donde los patos y gaviotas deambulan sin más como antes nadaban por sus aguas.
Hoy hemos visitado Frederiksborg slot. Es un castillo que impresiona al verlo allí a lo lejos, alzándose altivo sobre las aguas de un estanque helado. Las grisáceas nubes coronaban sus torres. En la entrada, y tras atravesar un pequeño puente que cruzaba el foso, una fuente hoy sin agua, callada en su melodía, nos recibía majestuosa. La imagen del patio y el castillo todo, su entrada, sus laterales, sus pequeñas fuentes adosadas a los lados de los muros, sus ventanales... su reloj dorado, sus faunos. Me quedo sin palabras para describíroslo. Hay que verlo.
Los jardines, ausentes de colores vivos, cargados de ocres y grises, envuelven a este lugar en un espacio encantador. Hoy hacía un viento gélido que impedía disfrutar de la estampa en toda su extensión, pero en primavera esto debe ser un castillo de cuento de hadas.
Siempre lo he sabido, pero hoy lo he confirmado: me resulta más difícil vivir sin el calor del sol.

copenhagen soleado

Hace dos días que el sol se asoma tímidamente entre las nubes del frío Copenhagen. Esa luz añade a sus calles un aspecto diferente, más colorista, con más vida.
Imagino esta ciudad en primavera, debe ser hermosa, y relucir entre el color de esas flores que ahora adormecen y no dejan ver toda su intensidad. Sin embargo, me cuesta imaginar las horas del día como allí. Aquí los días son tan cortos y las noches tan largas que todo parece estar al revés.
Ayer vimos el castillo de Rosenborg, recargado hasta la saciedad en su interior, rococó en estado puro; sus jardines ahora apagados invitan a pasearlos y a contemplar su imagen poderosa alzada sobre un pequeño montículo a cuyos pies un estanque alberga a un centenar de aves. 
Y todo ello, bien abrigaditas y sintiendo la caricia helada del dios Eolo.