miércoles, 27 de noviembre de 2013

INSTRUCCIONES PARA MORIRTE DE LA RISA


En ocasiones la vida nos ofrece el mayor de los regalos: la risa. Todos sabemos que reír es sano, muy sano, tan sano que si practicásemos a diario dicha disciplina nuestro cuerpo nos lo agradecería en forma de un brillo diferente en los ojos, una sonrisa cargada de perlada dentadura y un sinfín de bondades para utilizar en  nuestro día a día.
Pero no, nos obstinamos en no reír  y mantenernos con un rictus serio, lánguido, cabizbajo, agriado, malhumorado, bilioso, y un largo etc. de adjetivos molestos para nuestro estómago. La risa, la sal de la vida, la relegamos a un decimoquinto lugar en nuestras ocupaciones diarias y es por eso por lo que cuando alguien se acerca hasta nosotros y comienza a engarzar frases ingeniosas, cargadas de chascarrillos, refranes, dimes y diretes, correveidile, nuestro endeble armazón comienza a cimbrearse cual junco movido por la brisa. Las bisagras lumbares comienzas a entreabrirse, chirriando al principio, molestando un poco después en los ingenuos compases de sonrisas. Nuestros oídos se abren cual nenúfares vespertinos y las ondas sonoras que todo lo invaden poseen a esos bastoncillos diminutos que transmiten las palabras, los susurros, los siseos…
Y es entonces cuando espasmos de brazos y piernas aparecen acompasados levemente al principio para terminar en un  desconcertante ir y venir de miembros en movimiento. El torso cae sobre las rodillas convirtiéndonos en ese justo momento (no antes ni después) en un ovillo de huesos y músculos, de saliva y lágrimas.
En ocasiones la vida nos ofrece una GRAN OPORTUNIDAD: morirnos de la risa, y para eso solo hay que querer NACER DESDE LA TRISTEZA.