Era temprano, demasiado para una cabeza sin café. Para Perico, su eterno solicitante de amores, siempre tenía una excusa. Salvo hoy, porque había llegado a su castillo, superando defensas y con el elemento sorpresa a su favor. No respondió por el interfono.
Ante el silencio, Perico dio unas explicaciones precipitadas:
-No soy tan gafe, acabo de ganar un premio gracias al cual he viajado y vivido en hoteles. Eso sí, vengo sin cenar, directamente de la estación de trenes. ¿Cómo estás?
Por la escalera de servicio, con apenas un pantalón y una blusa con botones pendientes, la mujer bajó en silencio y observó cómo Perico volvía a pulsar el botón. Estuvo a punto de decirle que estaba detrás de él, pero decidió esperar. A los pocos minutos, Perico recibía gritos e insultos de otros vecinos a los que había despertado, cogía su maleta y se marchaba.
La mujer, al ver que se montaba en el mismo taxi que lo había traído hasta su casa, pensó que no había venido a verla con demasiada convicción a pesar de sus aventuras como viajero. Además, ese nombre tan raro escrito en su maleta, Haindkerchef, le dio mala espina.
Perico no estaba descartado, por supuesto, pero seguiría esperando.